Centenario de Fernán-Gómez: Madrid, la ciudad del genio pelirrojo
Biógrafos y allegados del genial creador insisten en que el binomio entre artista y ciudad fue fundamental en todas las artes que practicó
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Iniciar sesiónHay hombres sin cuya ciudad vital no se entiende una producción. Creadores a los que un espacio urbano determinado condiciona -o al menos sitúa- una mirada y una forma u otra de entender el mundo. Fernando Fernán-Gómez vio la dudosa luz primera un día ... de presunta garúa (niebla) en Lima. Y más tarde, la primera luz burocrática en Buenos Aires . No hay recuerdos, pues, de esas dos ciudades, de donde llegó a Madrid para iniciar una relación con la capital que sería fructífera sin que nuestro protagonista tuviera que hacer alarde del madrileñismo de otros.
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Como recordó brillantemente el viernes en estas páginas Julio Bravo , fue su abuela materna quien trajo a España a Fernando; primero «en pensiones o casas de huéspedes» matritenses, más tarde ya en esa calle de su infancia, General Álvarez de Castro , que a su abuela tanto le recordaba a la boyante Argentina. Justo ahí, en el corazón de Chamberí , Fernán-Gómez iría absorbiendo Madrid por ósmosis. Y quizá, como rememora Luis Alegre, 'fernangomezófilo' por derecho y autor junto a David Trueba del definitivo documental 'La silla de Fernando', su primera imagen fuera «las acacias dobles» de la zona.
Sus calles
Era ésta la calle de los golfillos chamberileros, la de la celebrada Verbena del Carmen y donde su infancia –«ese jardín donde se juega de mayor» según el diletante Nacho Alcalá– conformaría a uno de nuestros últimos renacentistas. Partidos de fútbol en el Campo de las Calaveras (esquina de Arapiles con Conde del Valle de Suchil, donde brotaban huesos los días alternos) y la guerra, y la posguerra. Y un cinéfilo, hijo de madre soltera y actriz, amante del cine americano que se formaba, cómo podía, en las tablas.
Pero este texto no es una biografía, sino un tratado de cómo Fernán-Gómez y Madrid se imbricaron en un tiempo irrepetible. Alegre lo explica así: «Madrid fue, cómo no, la ciudad de su vida. Nunca se le pasó por la cabeza vivir en otro lado. La calle Álvarez de Castro (en el número 16 recibió lecciones en la Academia Domínguez) y el Paseo de la Castellana fueron dos de las calles más pegadas a su vida. En su larguísima época de tertulias, cafés, bares, cabarés y garitos de madrugada, Fernando nos hubiera llevado al Café Gijón, al Riscal, al Bocaccio o al bar del aeropuerto, que no cerraba nunca». Y quizá por eso Madrid sea el escenario de su producción más personal, desde 'Las bicicletas son para el verano' a esa novela, 'La Puerta del Sol' , en la que un antigaldosiano confeso como él reconocería la influencia del canario.
Porque si en sus memorias 'El tiempo amarillo' el genial pelirrojo mistifica sus recuerdos a beneficio de inventario, la ciudad fue tal y como fue. Y por eso, junto a los cines de la época, hay que citar al teatro como espacio físico; espacio de ambigú, creación y musas. Su aprecio por el de La Comedia en la calle del Príncipe sería máximo; no obstante, apunta Alegre, allí debutó profesionalmente en 1941 de la mano de Jardiel Poncela (a quien Fernán Gómez mantendría económicamente hasta su muerte como reconocimiento anónimo a su primer valedor), y allí conoció a María Dolores Pradera, «la primera gran mujer de su vida».
Y luego, claro, el Café Gijón . El escritor con mandil y memoria viva del local, Pepe Bárcena, lo quiere ver absorbiendo aquel Café que «fue su universidad». Porque, aunque Fernando se hubiera podido abrir camino sin Madrid ni el Gijón , está claro que no estaríamos hablando del mismo Fernando. Y es cierto: haciendo pareja con su entrañable Paco Rabal, su retrato mira de lejos a la barra y una placa rememora que suya fue la idea de crear un premio literario con el nombre del establecimiento. Y Fernán Gómez, aun con la querencia de sentarse con los escritores, y dada su fama, se movía cómodo en el local y ayudaba a quien podía porque el «Gijón era como una oficina de colocación de los artistas». Por allí mismo brujuleaba el bohemio canónico, Pedro -Perico- Beltrán, con quien fundaría, junto a Luis García Berlanga , el llamado Partido Burgués Anarquista Independiente. Cosas de las tertulias, obvio, «donde si se evitan algunas cosas por no herir, lo que se valora, o se valoraba, era el ingenio». Y qué duda cabe que, pese a la imagen de trazo grueso que queda de Fernán Gómez, él fue uno de los grandes ingenios del pasado siglo.
Famosas son las noches con Fernando, uno de los «mejores conversadores de España» según Luis Alegre. Y era en esas tertulias por donde pasaba con igual importancia la farándula y la intelectualidad: Francisco Umbral, Lola Flores, Cela, Pepe García Nieto o su inseparable Manuel Alexandre . Quizá en otra ciudad, en otro lugar, ese entrecruce de estrellas que se retroalimentaba hubiera sido imposible.
Noches en La Castellana, y después en la Calle de la Luna, 25, en Algete, donde todas las Nocheviejas hilaban años, surrealismos y amistad. Sus más allegados aún rememoran esas discusiones tan falsas como acaloradas con su segunda «mujer de su vida», Emma Cohen, donde, con la complicidad de algunos conmilitones, la pareja debatía sobre el sexo de los ángeles o sobre las virtudes cromáticas del estuco. A gritos y entre guiños.
Hay una placa, en el 22 de Álvarez de Castro, con el falso dorado de las placas capitalinas, llama la atención al viandante de que en el 3° Izquierda habitó el más reciente fénix de nuestros ingenios. También queda su memoria en un centro cultural en Colón , en esos sacerdotes pelirrojos en Serrano que parecen irlandeses al sol del fin de verano y en los libros de viejo de Moyano. El escritor Juan Antonio Tirado , desde el Pirulí , lo definió a la perfección madrileña hace 14 años: «Va quedando atrás la época de los titanes para dar paso a la de los hombres». Eso.
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