Filomena arrasa los bosques de la Casa de Campo
La nieve acumulada durante el paso de la borrasca causa estragos en los árboles que pueblan el mayor parque urbano del mundo
Isabel Gutiérrez
El invierno más crudo en lo que va de siglo dejará a los madrileños sin buena parte de esa bendita sombra que tanto alivia cuando el verano es un tormento. Filomena, esa borrasca con nombre de señora de armas tomar, le ha ... dado a esta ciudad una tremenda paliza que nadie olvidará. Guantazos de nieve y frío que, más allá de bellísimas estampas y un fin de semana surrealista y un punto descacharrante con esquiadores bajando la Castellana, una guerra de bolas de nieve entre decenas de chavales en plena Gran Vía o un tipo moviéndose por el distrito de Hortaleza con un trineo tirado por perros, ha dejado caos, aislamiento, parálisis, ruina... y miles de árboles mutilados, decapitados o derribados .
La cuarta ciudad más arbolada del mundo, donde, según datos publicados por el Ayuntamiento de Madrid en 2018, crecen un millón y medio de ejemplares distribuidos, más allá de las hileras de las calles y otras zonas verdes (300.000), en seis parques históricos-artísticos (unos 500.000), la Dehesa de la Villa (9.240) y la Casa de Campo ( 624.000 ).
Escenario de guerra
Y precisamente la Casa de Campo amaneció el sábado 9 de enero, y con mucha nieve aún por caer, igual que el escenario de “una guerra” , en palabras de los alucinados vecinos de la colonia de Nuestra Señora de Lourdes, un barrio levantado en la década de los 60 del pasado siglo en un estrecho territorio entre la N-5 y el Paseo de la Venta. Los 850 metros que median entre las estaciones de metro de Batán y Casa de Campo , en paralelo al trazado de la Línea 10 y a las lindes de una minúscula parte del parque urbano más grande del mundo (con más de 1.700 hectáreas), ejemplifican lo que, bosque adentro, la borrasca ha podido dejar: una sucesión de ramas, troncos o árboles arrancados de raíz, pinos piñoneros en su mayoría, derrumbados sobre la calzada y las vallas que ponen límite a los jardines comunes, así como sobre las decenas de vehículos varados que la nieve antes sepultó.
En condiciones normales y en plena madrugada, habría bastado el crujido una sola de esas ramas para poner en pie a medio barrio. Pero la noche del 8 al 9 de enero nadie oyó nada. El mullido manto de nieve, que iba ganando centímetros de espesor hasta superar de largo el medio metro, silenció el desastre.
La mañana del sábado, los mismos vecinos que meses atrás habían pisado por primera vez la calle para un breve paseo tras semanas de confinamiento contemplaban alucinados el panorama. Diferente al escenario de la pandemia, pero igualmente irreal. “Esto es de no creer”, decían unos. “¡Apocalíptico!”, comentaban otros. Un par de valientes equipados como para una travesía de alta montaña, y calzados con raquetas de nieve, intercambiaban palabras de asombro a propósito de lo que se encontraron en el interior del pulmón de Madrid: “¿Lo de dentro?, un destrozo. Cuesta asimilarlo”.
Arroyo de Meaques
Esta periodista esperó casi un día para entrar “tímidamente” parque adentro por la carretera del Zoo y hasta el Arroyo de Meaques, cuya ribera está poblada de fresnos, chopos, olmos, sauces o alisos . En ambas orillas del Meaques discurren sendos caminos que, en dirección oeste, llegan a la Puerta del Zarzón, que da acceso al término municipal de Pozuelo de Alarcón.
Las primeras encinas (el árbol natural de la Casa de Campo, que hoy solo ocupa 16% del parque) resisten en pie, con algunas ramas rotas, aunque apenas dañadas. Transmiten la falsa sensación de que tal vez no ha sido para tanto, que hacia adentro el destrozo sería menor de lo temido y que si los árboles más próximos a la colonia de Lourdes acabaron por el suelo quizás fue porque estaban más torcidos, menos cuidados o, simplemente, peor situados.
Unos metros más abajo, sin embargo, la realidad se impone y emerge el paisaje de la derrota tras el temporal. Como si Filomena hubiera pasado una descomunal segadora o se hubiera dedicado a dar pisotones y manotazos a unos pinos que poco pudieron resistir a la persistente nevada. No eran tan sólidos ni tan viejos.
Tras la Guerra Civil , uno de cuyos frentes madrileños se situó en la Casa de Campo dejando una línea de trincheras, que hoy permanecen como suaves vaguadas, y un paisaje arrasado, se reforestaron amplias zonas con más de 40.000 pinos. También hay arboledas que guardan ejemplares de más de 200 años y parajes tan espectaculares como el pinar del Arroyo del Prado o el Pinar de las Siete Hermanas, en el camino hacia el Lago. A muchos de esos árboles la borrasca les sentenció de muerte.
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