Explosión en La Latina: «Las ventanas se vinieron abajo. Pensamos que era un atentado»
Vecinos de los bloques más cercanos pudieron ayer acceder a sus casas para recoger algunos enseres: «No sabemos aún cuándo volveremos»
Antonio García, dueño de una sidrería cercana, muestra los destrozos en su local
La bulliciosa calle de Toledo lucha por recuperar el pulso. No será fácil, a tenor del esqueleto de escombros que asoma desde cualquier rincón de la vía. Una mole de hormigón, de seis plantas de altura, donde el miércoles perdieron la vida cuatro personas. Dos ... amigos, el sacerdote Rubén Pérez Ayala y David Santos Muñoz, técnico de mantenimiento de Metro y la persona encargada de revisar la caldera averiada; y dos viandantes, cuyas identidades se conocieron a lo largo del día: Javier Gandía Sepúlveda, natural de La Puebla de Almoradiel (Toledo), y Stefco Ivanov Kochev, un ciudadano búlgaro que se dirigía a la sede de Cáritas de la propia casa parroquial destruida. Ambos tenían 45 años.
Noticias relacionadas
Mientras la investigación para esclarecer el origen de la explosión continúa su curso, los servicios de emergencias se esforzaban ayer en asegurar un enclave donde el miedo y la consternación han dejado paso al estupor. Los interrogantes planean entre los vecinos que, como José Manzano, todavía no saben cuándo podrán regresar a sus casas. «He venido a coger algo de ropa para mi familia», apuntaba, nada más salir del cordón policial. La casualidad quiso que este joven acabara de cerrar la puerta de su vivienda en el momento del estallido: «Bajé a la calle y vi todo devastado». Con el corazón a mil pulsaciones, subió de nuevo para comprobar que su mujer y sus hijos, el más pequeño de solo cinco meses, se encontraban bien. De inmediato, todos huyeron.
George Pasca junto a dos compañeros, en una obra cercana
En la sidrería Aviseo, el estruendo llegó antes de servirse el primer plato. La ventana del comedor, contiguo a la residencia de ancianos desalojada, se vino abajo. «Las trabajadoras vinieron corriendo y empezó a subir mucho humo. Al principio pensamos que era un atentado », rememoraba el dueño del establecimiento, Antonio García. El encierro en el local duró apenas «unos minutos», justo el tiempo que tardó en llegar la Policía para pedirles a gritos que salieran: «Cuando pudimos entrar de nuevo, pasadas las nueve de la noche, el plato de pulpo de una mesa seguía intacto».
Una calle más arriba, George Pasca se tomaba un respiro sin quitarse el casco de obra. «Empezaron a caer cascotes y salí corriendo. Fui de los primeros en llegar», apuntaba, consciente de que su reacción y la de otros ciudadanos fue decisiva para evitar una tragedia mayor: «Ayudamos a algunos heridos a levantarse». La solidaridad vecinal no acaba en Filomena.
En silla de ruedas
Pasadas las primeras 24 horas de la explosión, el miedo permanece en el cuerpo de Amparo Astilleros , hija de una de las personas mayores que fueron desalojadas a toda prisa. «Esta mañana he hablado con ella y me ha contado que su miedo era que la dejaran olvidada en su habitación. Está en silla de ruedas. Gritó pidiendo auxilio. Cuenta que veía a la gente correr por los pasillos, pero que no sabía cuál iba a haber sido su suerte», relata sobre la resaca de la pesadilla vivida en la calle de Toledo. Amparo cree que ese miedo irá «aflorando en los próximos días». Mientras, ha sido realojada en una residencia del mismo grupo en el cercano paseo de los Pontones. «No nos han dejado ir a verla. Me preocupa que no tenga su ropa y sus pertenencias. He pedido llevarle una muda limpia, pero no me han dejado. La dirección asegura que tienen de todo y están muy bien», explica.
Operarios revisan la fachada del inmueble destruido
Quien tampoco ha podido regresar finalmente a su casa es Jesús Sánchez, vecino del número 115 , que relató el pasado miércoles su preocupación a este diario por su perrita, encerrada en su piso. «Bien entrada la noche, un bombero me acompañó hasta el apartamento para recogerla. Estaba bien, afortunadamente», explica. «Mi vivienda es la única de toda la fachada que no ha sufrido daños en el interior. El ventanal del balcón es abatible y hermético y resistió el estallido. Mi vecina y su familia, que estaban a punto de comer cuando saltó todo por los aires, tienen el salón destrozado y lleno de cascotes», describe. Como el resto de sus vecinos, Jesús ha sido realojado en otro inmueble de la sociedad propietaria que le alquila la vivienda. «Tienen que revisar la estructura del edificio. Hoy me han dejado volver a entrar acompañado para coger cuatro cosas y mi medicación», concluye.
El cardenal Carlos Osoro ensalzó ayer el «valor humano y cristiano» de los ciudadanos que se lanzaron a la calle, instantes después de la explosión, para intentar ayudar. «Lo vi yo que estuve allí hasta la noche», resaltó. «Es un pueblo que engendra una relación de pertenencia, todo el mundo estaba interesado por los demás, se daban lazos de integración y se rompían esos círculos que, a veces, nos aturden y hacen desentendernos los unos de los otros», dijo sobre Madrid.