Una hojarasca de cadáveres: crímenes en el posfranquismo
Asesinatos económicos, políticos o familiares. El retrato de una época con el Batallón Vasco Español activo o una familia confabulada contra su maltratador
El rastro de sangre de los años 80 recogidos en el libro de Mariano Sánchez Soler 'Una hojarasca de cadáveres' (Alrevés)
Madrid
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Iniciar sesiónTres jesuitas de una parroquia sevillana detenidos en un calabozo. Un niño de cuatro años estrangulado y quemado dentro de un saco. Unas horas antes el crío jugaba semidesnudo en la puerta de la iglesia. «Las dimensiones del escándalo resultaban ya incalculables». Paquito Reyes, y ... su asesinato impune desde noviembre de 1984, es uno de los crímenes que desbroza con maestría de viejo periodista y escritor polifacético Mariano Sánchez Soler. Él estuvo allí y lo contó en un reportaje. Casi 40 años después revive el caso y admite que sigue siendo uno de sus mayores fracasos como reportero. Pero no fracasó él, sino quienes lo investigaron e instruyeron. «Con la Iglesia hemos dado, amigo Sancho», escribe Soler.
El de Paquito Reyes es un crimen sepultado por el olvido, que convive en las páginas de su último libro con historias negras perpetuadas, como el caso Urquijo, la desaparición de Santiago Corella 'el Nani', la Dulce Neus o el asesinato racista de Lucrecia Pérez. El relumbrón criminal se entrelaza con nombres propios y víctimas de las que ya nadie se acuerda en 'Una hojarasca de cadáveres. Crónica criminal de la España posfranquista' (Alrevés).
«Si buscamos la esencia hallaremos los mismos monstruos de antaño: el tabú sexual (...), el odio al diferente, la superstición del homicida ilustrado, la excusa política, la venganza inútil, el ateísmo disfrazado de religión cruenta, el crimen fatalista...».
Los tres jesuitas detenidos en las horas posteriores al crimen de Paquito quedaron en libertad esa madrugada. El arzobispo Carlos Amigo Vallejo mostró su gratitud y admiración al provincial de los jesuitas en una carta. La Policía recibió un «aguacero de críticas desde sectores eclesiásticos». Los jesuitas sacaron a relucir incluso una motivación política contra la Compañía. España posfranquista en estado de gracia. El asesinato del niño se archivó por falta de pruebas. Y monseñor Amigo apeló, lo cuenta Sánchez Soler, a la fortaleza de Dios. «El Espíritu Santo está contigo», reconfortó al sacerdote detenido y liberado en unas horas.
El príncipe de Edelweiss
«Nuestra sociedad ha cambiado de apariencia, pero las tragedias persisten y se adaptan, tecnificadas y falsamente postmodernas. Tras los focos de neón se agazapa una oscuridad de siglos». En esos bajos se sumerge el autor pertrechado en documentos oficiales de la época, que él manejó, y el recuerdo que martillea. «Existen crímenes que me han perseguido durante toda mi existencia», admite.
Como el del príncipe Alain, el líder de Edelweiss, el enviado del planeta Delhais, de quien empieza contándonos su final. «Su muerte violenta me impresionó sinceramente. Y eso es mucho decir cuando se vive la profesión relatando crímenes verdaderos». A Eduardo José González Arenas, Eddie o príncipe Alain, de 52 años, le cortó la yugular un chico de 18 con el que mantenía relaciones el 1 de septiembre de 1998. El príncipe tomaba un refresco en una terraza del pueblecito ibicenco de Santa Eulalia del Río. Allí se había retirado y había abierto una discoteca tras cumplir seis años de cárcel por veintiocho delitos de corrupción de menores. «Habían pasado muchos años desde que escribí sobre él por última vez», cuenta el autor.
El asesino confesó que «estaba harto de que Eddie le obligase a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad», a cambio de dinero.
González Arenas fundó Edelweiss en 1978 para captar niños y adolescentes que iban a la montaña y fingían actividades culturales. La finalidad era fomentar las relaciones homosexuales entre mandos, monitores y críos de 12 a 16 años. Eran los elegidos para vivir en los planetas Delhais y Nazar tras el holocausto nuclear. «El Partido de los Niños», lo llamaba su creador. La sentencia describe prácticas sexuales aberrantes con todo detalle. Los «guardias de hierro», como se denominaban, se prostituían para el líder que también fue detenido por crear grupúsculos pseudonazis.
Cortina de humo
Sánchez Soler se entrevistó con Eddie en la cárcel muchos años antes y también con algunas madres de los niños. «Debo reconocer que la noticia me conmovió», escribe el autor tras el asesinato de González Arenas. «Uno se hace mayor y le puede más la sentimentalidad que la sangre».
Una y otra se derraman por unas páginas de oscuridad y de historia. «Los asesinatos son sin duda el capítulo más sombrío de la historia oficial, la otra cara del escaparate». Cortina de humo. La ambivalencia de ese título nos adentra en el ruido de sables persistente tras el 23-F. El 26 de julio de 1983 apareció muerto en su piso de la calle Beatriz de Madrid el comisario de policía jubilado Antonio Cortina, de 76 años. La primera investigación apuntó a un incendio fortuito pero después cambió a un delito de sangre protagonizado por 'apartamenteros', ladrones de casas que borran huellas quemando los enseres.
Cortina era el padre del entonces comandante José Luis Cortina, implicado y absuelto en el 23-F, una circunstancia que engordó el crimen y enmarañó la investigación. Se detuvo a tres colombianos, incluido un confidente. Confesaron en comisaría pero luego denunciaron al juez que habían sufrido malos tratos en el interrogatorio. El fiscal pidió tres veces la libertad de los procesados. Uno, al que la Policía acusaba de escalar por la ventana, era inválido del brazo derecho. El segundo, que esperaba juicio en libertad, desapareció sin dejar rastro. Otro misterio póstumo del 23-F.
El crimen mancha y su recuerdo es imborrable. Algunos asesinatos de los ochenta destilan aún extrema derecha campando a sus anchas, investigaciones con giros de guion poco creíbles, atisbos del crimen organizado que ya domina territorios (el gánster Vaccarizi ejecutado desde la calle en la cárcel de Barcelona) y ruinas familiares que aún se perpetúan.
«Siempre supe que sería capaz de escribir desde el mismísimo Infierno», cierra Soler. La prueba es la hojarasca de cadáveres, la mayoría en el olvido.
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