El misterio ignorado tras el 23-F: la extraña muerte carbonizado de Antonio Cortina
Poco después de celebrarse el juicio por el golpe de Estado contra Antonio Tejero, Jaime Milans del Bosch y Alfonso Armada, el padre de uno de los principales comandantes implicados falleció en un incendio que dejó muchas preguntas sin responder
Israel Viana
Madrid
'Muere carbonizado en su vivienda el padre del comandante Cortina', anunciaba el titular de ABC el 27 de julio de 1983. Curiosamente, el piso que fue pasto de las llamas era el mismo que Antonio Tejero había citado poco antes, durante el juicio por ... el 23-F, como el lugar donde se reunió con el hijo de la víctima del incendio para preparar el golpe de Estado. «El fuego se inició a las 15.45, al parecer por un cortocircuito, y se extendió rápidamente. El fuego no afectó al resto del inmueble de seis plantas», detallaba a noticia.
Aunque el secuestro del Congreso de los Diputados dos años antes había fracasado, el fantasma de un posible golpe de Estado en España seguía estando todavía presente. «En 1983, todo el mundo escuchaba ruido de sables. El golpismo galopaba, como el caballo de Pavía, por las mentes asustadas de los ciudadanos de a pie. Tras ocho años sin Franco, las cosas no estaban demasiado claras», asegura Mariano Sánchez Soler en su próximo libro: 'Una hojarasca de cadáveres: crónica criminal de la España posfranquista en España' (Alrevés).
En 1978 se había producido la 'Operación Galaxia' con la intención de boicotear la democracia, en unas reuniones en las que ya estuvo implicado Tejero. Seis meses antes del 23-F había sido desmantelada otra conspiración, la conocida como 'Operación Marte', que se iba a llevar a cabo el 27 de octubre de 1982, durante la jornada de reflexión de las elecciones que dieron la victoria al PSOE. Según revelaba Juan Alberto Perote en 'Confesiones de Perote: revelaciones de un espía' (RBA, 1999), todos los implicados «habían aprendido del fallido intento del 23-F que necesitaban derramar sangre».
Unos meses después, el 29 de abril de 1983, el Tribunal Supremo condenó finalmente a los principales líderes del 23-F –Alfonso Armada, Jaime Milans del Bosch y el mencionado Tejero– a treinta años de encierro en una serie de castillos militares que eran, todo hay que decirlo, cinco estrellas. Los restantes implicados fueron separados del servicio, encarcelados o absueltos. Y en julio se hicieron públicos algunos de los documentos en los que se confirmaba la existencia de esos tres golpes de Estado.
El incendio
Fue en este ambiente cuando apareció muerto en su domicilio de la madrileña calle de Beatriz, número 3, en el piso 3ºC, el comisario de la Policía jubilado Antonio Cortina Menéndez de la Cuesta. Tenía 76 años. Las primeras conclusiones de la investigación no se plasmaron hasta un mes después, en la diligencia 12.644 del 17 de agosto de 1983: El día de autos, el cadáver de Antonio Cortina se encontraba sentado en una butaca, ligeramente inclinado hacia el lado izquierdo, desprovisto casi en su totalidad de ropa, quedando únicamente restos de la camiseta interior en el cuello, presumiendo que se hallaba dormido en el momento del incendio [...]. Según los indicios se presumía que el incendio había sido fortuito»
A continuación, sin embargo, la Policía cambió la versión de la muerte del padre de uno de los principales y «más enigmáticos», en palabras de Sánchez Soler, implicados en el 23-F: el entonces comandante José Luis Cortina Prieto, cerebro del CESID, máximo órgano del espionaje español. El informe decía: «Las pistas obtenidas confirman las sospechas de que personas extrañas hubiesen accedido a la vivienda a través de la ventana de la cocina, pensando no hallar a nadie y sorprendiéndoles la víctima, a la que hubieron de sujetar y, presumiblemente, asfixiar, dada la postura. Y, una vez muerto, prender fuego con papeles e, incluso, algún disolvente».
Los investigadores convirtieron rápidamente un incendio fortuito en un delito de sangre y dirigieron sus sospechas hacia «tres ladrones de casas de nacionalidad colombiana, concretamente colombianos». Tres rateros de poca monta sobre los que informó ABC poco después. 'Tres detenidos por la muerte del padre del comandante Cortina', rezaba el titular de ABC. Sus nombres: José Isaías Vázquez, alias 'El Torero', Guillermo Isaza y Luis Carlos Pulido. A partir de ese momento comenzaron a surgir una serie de enigmas que llenaron de sombras este asesinato y que nunca se resolvieron del todo.
MIlans del Bosch
Cuando el autor de 'Una hojarasca de cadáveres' que, al principio, los dos primeros delincuentes de poca monta confesaron su participación, aunque después denunciaron ante el juez instructor que la confesión se la habían arrancado a golpes los policías durante los interrogatorios. Ese mismo año, Milans del Bosch echaba más leña al fuego en el prólogo de su libro 'Jaque al Rey' (Planeta): «Muchos enigmas envuelven la conducta del comandante Cortina. Uno bien doloroso es la muerte en circunstancias trágicas de su padre. Hoy se sabe que fue asesinado [?], posibilidad que él negó rotundamente al poco tiempo de producirse el hecho. ¿Cómo pudo afirmar que la causa del siniestro no podía ser otra que un cortocircuito y que había que desechar toda posibilidad de atentado?».
Durante el citado juicio contra Tejero, curiosamente, el teniente coronel había asegurado que antes del golpe de Estado se había reunido con José Luis Cortina en aquella misma casa. «Inesperadamente, el incendio y la muerte de Antonio Cortina Menéndez se convirtieron en un episodio póstumo del 23-F y en otro de sus misterios. ¿Un accidente?, ¿un atentado?, ¿un homicidio? Todos parecían dispuestos a dejar que el escándalo creciera como una bola de nieve. Se trataba de actualizar el entramado enigmático que rodeó al golpe, plagado de puntos oscuros y silencios clamorosos como razones de Estado», apunta en su obra Sánchez Soler.
Algo olía mal en aquel suceso, puesto que desde el primer momento, las diligencias previas se hicieron lentas, enrevesadas, complejas y entraron en un laberinto de papeles y jueces provisionales. Tras cuarenta y cinco días en prisión, Isaza escribió al juez la siguiente carta:
«Si los ladrones supuestamente entraron por la ventana, ¿cómo podría hacerlo yo, cuando desde hace años atrás soy inválido del brazo derecho? [...] ¿No fue acaso en ese apartamento del señor Cortina donde se planeó el regreso a las catacumbas del fascismo, como aseguró en su día el teniente coronel Tejero? No, señores, en realidad no quiero, ni puedo, ni debo enredar más esta maraña que envuelve mi prisión y cobija este turbio asunto. Pero la verdad es que, a pesar de tantas versiones increíbles y fantásticas, no hay nada que ate a mi humilde persona y me convierta en chivo expiatorio ideal, que no sea mi nacionalidad y la mala imagen que de nosotros se tiene en estas latitudes».
La condena
Ocho meses después del incendio, los tres supuestos ladrones fueron acusados de «robo con homicidio e incendio». Los abogados defensores apelaron tal decisión bajo el argumento de que «solo existen declaraciones en la comisaría de dos de los procesados, entre los cuales no se haya Guillermo Isaza, con la existencia de un magnetófono por medio (según los detenidos, fueron obligados a aprenderse de memoria la confesión) de unos supuestos hechos que no fueron ratificados en el juzgado». Y añadieron que «el móvil del robo tampoco se sostiene, no tiene consistencia alguna».
«Aunque el incendio hubiera sido motivado por una venganza política, no excluiría la autoría directa de los inculpados»
Aún así, el abogado de la familia Cortina siempre se opuso a las continuas peticiones de libertad para los tres juzgados, aunque no negara la existencia de una conspiración: «Aunque el incendio, como insinúa Milans del Bosch, hubiera sido motivado por una venganza política, ello no excluiría la autoría directa de los inculpados, sin perjuicio de que hubieran podido ser 'contratados' para el hecho por otras personas». Mientras, el abogado defensor de los colombianos criticaba que el caso estuviera siento llevado por un extraño turno rotatorio de jueces, titulares a su vez de otros juzgados de Instrucción de Madrid, sin prestarle la atención que merecía.
En febrero de 1985, el fiscal de la Audiencia Provincial de Madrid pidió la libertad de los procesados por tercera vez, porque todavía existían «dudas sobre la naturaleza e interpretación de la prueba que obra en el sumario». El juicio siguió adelante con no pocas incógnitas de por medio, pero con Vázquez e Isaza en libertad provisional, lo que aprovechó este último para desaparecer para siempre sin dejar rastro.
Durante todo el proceso, en el que el representante de la familia Cortina llegó a pedir cincuenta años de prisión para los tres colombiano, José Luis Cortina se mantuvo en silencio. En su libro, Sánchez Soler recuerda un comentario realizado con mucho sarcasmo por el teniente coronel procesado por el 23-F: «Más bien poco pueden haber robado de la vivienda de un jubilado».
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