Radiografía de la prostitución en Galicia: pisos de explotación, multas, y clientes más jóvenes y violentos
No existe un censo de mujeres prostituidas en Galicia, pero rondan el millar. Escondidas en pisos donde atienden a hombres 24/7, su día a día está marcado por el maltrato. Son la cara visible de un negocio inhumano y multimillonario
Galicia
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Iniciar sesiónCon cada vez menos neones en las carreteras, el negocio de la prostitución migra al anonimato de pisos donde las mujeres son prostituidas sin descanso, cada vez con clientes más jóvenes y violentos. ABC se adentra en una capa de la realidad social invisible ... para muchos, pero en la que miles de mujeres viven atrapadas, de la mano de una experta en explotación sexual. Su nombre es Helga Pita y trabaja desde hace años con la ONG Fiet, que ayuda a víctimas de la prostitución ofreciéndoles asesoramiento, kits de higiene y, en el mejor de los casos, una puerta de salida del infierno. Sin un censo fiable del número de mujeres que pueden estar siendo prostituidas en Galicia, la radiografía de esta lucrativa actividad en la Comunidad es, cuanto menos, discreta. Los clubs de carretera que encienden las luces cuando cae la tarde a espera de clientes están en declive. Algunos se mantienen casi como parte de un decorado en el que pocos reparan, aunque el grueso del negocio, la base del iceberg, está en la red de pisos de prostitución que se extiende de manera silenciosa por urbes y pueblos. «No hay que ir a una ciudad para encontrarlos, sabemos de su existencia en municipios más pequeños como Ares, Boiro o Noia» introduce Pita, que confirma que donde hay demanda hay oferta y esto ocurre en cualquier parte del territorio.
En el caso de Galicia es difícil ya encontrar a mujeres 'haciendo la calle' en polígonos a las afueras porque ahora, la prostitución se contrata a golpe de clic. «No es que estén entrando, es que están muy establecidos ya los catálogos en los que, como si fuese Amazon, puedes escoger a una mujer con unas características físicas concretas y ver su precio. Hay un proxeneta que está detrás del ordenador, recibe el pedido y en media hora te lo manda en taxi a un hostal, a tu piso, o a un descampado si quieres». Esta forma de operar, revela la experta, se ha extendido también a Galicia y complica la labor de las ONGs porque «es casi imposible dar con estas mujeres».
Más españolas
Tampoco lo tienen fácil a la hora de aflorar todos los pisos en los que las mafias prostituyen a las chicas 24/7. Para llegar a ellos tiran de los anuncios que se cuelgan en la red o de lo que las propias víctimas les cuentan, porque las rotaciones entre pisos también son comunes. Aunque trazar una estadística es complicado por la falta de datos fiables, se cree que en Galicia alrededor del 70 por ciento de las mujeres prostituidas son colombianas. Latinoamérica y los países del Este son el principal granero para las mafias, pese a que crece la cifra de españolas en situación de vulnerabilidad a las que captan a través de la red. «Son depredadores que emplean artimañas de ingeniería social, se mueven por patrones, hacen sus cálculos, y llegan a mujeres a las que engañan para introducirlas en el negocio de manera progresiva», ahonda Pita. Las contactan, por ejemplo, con la excusa de una oportunidad laboral, o para un cásting de figurante de una película, después las convencen para dejarse hacer unas fotos desnudas, algún encuentro en la red... y quedan atrapadas. En algunos de estos casos, a la juventud de las víctimas se suman también problemas psicológicos o familiares que las convierten en más vulnerables. O lo que es lo mismo, en presas más fáciles.
Una vez ponen un pie en uno de estos pisos, las normas las marca el proxeneta. Hay varias modalidades, pero la más común es que las mujeres vivan en ellos y cobren un porcentaje por cada servicio. «A veces es un 50-50, a veces un 40-60, depende» indican desde Fiet, aunque en los casos de trata suelen quedarse con todo el dinero que las mujeres consiguen durante meses para cobrarse deudas —infladísimas— por el viaje a España y la manutención.
En este tipo de lugares, en auge, el descanso para ellas «llega cuando no tienen clientes, porque si rechazan a alguien o se niegan, las multan con dinero». Si están enfermas deben atender igual a los hombres que las reclaman y si están menstruando emplean 'trucos' para que no se note. La idea es que la maquinaria no se pare. Hay pisos que se camuflan entre viviendas pero que funcionan exactamente igual que un club. Tienen una recepción, una barra, una zona de estar para que el cliente pueda tomarse una copa y un listado de precios y servicios. El prostituidor llega y hay un desfile de mujeres en el que elige con cuál se va a la habitación. Otros pisos de explotación funcionan alquilando a las mujeres las habitaciones. En estos casos ellas suelen quedarse todo lo que ganan, pero a cambio de desembolsos desorbitados que rondan los 200 euros por semana «en la habitación más cutre y sin ningún tipo de comodidad, del peor barrio».
El porno es su escuela
Helga Pita y sus compañeras trabajan visitando pisos y burdeles, entregando preservativos, realizando pruebas de enfermedades de transmisión sexual y explicando a las mujeres sus derechos. Pero ellas, confiesan, «están muy bien aleccionadas y a veces es muy difícil siquiera que hablen, porque tienen miedo». En ocasiones, explican, contactan con su organización «aterradas» porque muchos hombres pagan más por tener relaciones sin preservativo y otros, directamente, se lo quitan o lo rompen durante la relación. «Vemos muchísima problemáticas de salud por este tipo de prácticas», aseguran.
Pero el principal problema, más allá de la propia explotación sexual, está en el cambio en el perfil de cliente. El nuevo prostituidor es joven, mucho más violento y su escuela es la pornografía. «Los hombres aprenden a mirar a las mujeres a través del porno y cuando llegan a los pisos lo que quieren es la fantasía que normalmente implica una posición de poder, muchas veces ejerciendo violencia. Las propias chicas nos lo cuentan» señala Pita. Detrás de este comportamiento, asumen los activistas, se esconde una normalización de la prostitución como un espacio de ocio más. «Ya no es el club de carretera al que van cuatro señores mayores, no, esto va de otra cosa» advierten desde las ONGs que trabajan sobre el terreno.
Hablar de datos concretos en un negocio multimillonario que mueve cinco millones de euros al día en España es complicado por el oscurantismo con el que las mafias y las redes de captación se mueven. Sin embargo, hay estudios que ponen el foco en los demandantes y alertan de que un 39 por ciento de los hombres reconoce haber pagado en alguna ocasión a cambio de tener relaciones sexuales.
En el caso de las víctimas de este lucrativo negocio, la mayoría de las que llegan del extranjero no saben, por ejemplo, que en España no se puede trabajar sin permiso de residencia. «Es una de las primeras cosas que les pregunto» indica Pita, consciente de la soledad y el vacío en el que sobreviven la mayoría de ellas. Como ejemplo, recuerda el caso de una chica venezolana a la que su ONG rescató. La habían engañado a través de Facebook y vivía en un piso de explotación en Galicia. «Conseguimos verla después de quedar tres veces y que nunca apareciese porque tenía miedo. Siempre buscamos hablar con ellas fuera del contexto prostitucional. A la tercera se acercó y, de hecho pudo denunciar, pero es un gota a gota. Por cada una que logra salir, entran veinte más». Víctimas silentes de la explotación, el machismo y la deshumanización que nutren un negocio que nunca baja la persiana.
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