el garabato del torreón
Freud y el odio al árbol
El furor arboricida que acomete el concello de Lugo es espeluznante. Conste que viene de atrás, de toda la vida de Dios
Galicia
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Iniciar sesiónTal vez solo recurriendo a la teoría freudiana de la desviación del objeto apetecido se expliquen los motivos por los que muchos alcaldes de Galicia odian al árbol. Hemos escrito alcaldes pero hay que añadir como enfermos de tan inquietante patología a los responsables de ... la correspondiente competencia municipal, esa nefasta tropa que considera que las atribuciones del cargo llevan aparejado un amor desmedido (pero interesado, nos tememos) por la motosierra y el hormigón. Es claro que donde decimos árbol queremos decir toda especie vegetal, cualquier zona verde, todo asomo de césped, cualquier promesa de arbusto, cualquier indicio de perfil clorofílico, todo trato amable con la fitología.
El furor arboricida que acomete al Concello de Lugo es espeluznante. Conste que viene de atrás, tal vez de toda la vida de Dios: es locura antigua y lo mismo afecta a unos que a otros, a otras y a 'otres'. Viene, insistimos, de anteayer pero es ahora, hoy mismo, cuando alcanza niveles espantosos. Esta arborofobia ha hecho presa en la plaza de Santo Domingo, en el mismísimo corazón de la ciudad, un espacio, cierto es, afectado sucesivamente por diversas remodelaciones, pero nunca tan brutales como la que ahora se perpetra: el coche tendrá preferencia frente al árbol. Así actúan las urracas ecolojetas: en un sitio pegan los gritos y en otro ponen los huevos.
Celestino Fernández de la Vega, nuestro gran ensayista, estaba convencido de que el odio arboricida de los munícipes gallegos era cuestión psiquiátrica: la procedencia rural de casi todos ellos les inclinaba a borrar del paisaje cuanto pudiese recordarles su oriundez aldeana. Simple y llanamente, otra manifestación de auto-odio. Puro Freud, cierto, pero detrás de las mutaciones urbanas también hay razones no tan subliminales: aquí, el más tonto hace relojes de madera. Como decía Fole, «moitas cousas non se explican polo que se ve senón polo que non se ve». Eso decía don Ánxel.
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