Entrevista
Darío Villanueva: «Las identidades se han despendolado; hoy hay auténticos esperpentos»
El catedrático y exdirector de la RAE denuncia en su último libro el atropello que la razón sufre a diario en nuestra sociedad
Darío Villanueva posa para ABC
Pocos libros de no ficción consiguen alcanzar las seis ediciones en apenas medio año. Darío Villanueva lo logró con 'Morderse la lengua' (Espasa, 2021). Durante su escritura detectó «la existencia de una serie de conexiones entre la evolución de nuestra cultura y de nuestra ... sociedad, y asuntos que están ocurriendo y me resultaron inquietantes». De aquella obra nació la nueva 'El atropello a la razón' (Espasa), presentada este miércoles en la sede de la RAE en Madrid, de la que el catedrático emérito de filología de la USC fue director tiempo atrás. El título ya avanza que el eje que vertebra la obra es «la quiebra de la racionalidad», y con dedo acusador apunta al posmodernismo y sus aviesas consecuencias: «es un intento de dinamitar todos los fundamentos del Siglo de las Luces», el que considera «el momento más brillante en la evolución de la humanidad».
No es el libro de un filólogo, sino el de un «intelectual que se siente obligado a intervenir, a dar una opinión fundamentada en mis lecturas, mis experiencias» sobre lo que nos rodea, explica en conversación con ABC. «Me considero con derecho a leer filosofía e intentar ver conexiones entre el pensamiento filosófico y la evolución de la realidad en la que estamos inmersos». No es filósofo, pero como humanista que se siente pone pie en pared ante el estado de las cosas. Por sus páginas desfilan asuntos espinosos como la crisis de la verdad, las «autodeterminaciones líquidas», el negacionismo científico, la posverdad, las políticas de la cancelación y la justicia social o la derivada más oscura: la posdemocracia que poco a poco nos invade.
«Este libro no tiene una voluntad de dar una interpretación global a todo lo que está pasando, de ser una especie de diagnóstico definitivo», expone Villanueva, «no puedo decir si hemos tocado fondo, porque sería concederle ese papel de diagnóstico global». Son, en todo caso, «una serie de calas sobre hechos que suceden y la interpretación que yo doy de ellos en función, además, de la conexión con determinadas ideas», imbuidas del espíritu del Siglo de las Luces.
El pensamiento posmoderno, nacido en Europa en los sesenta de la mano de Focault y Derrida, entre otros, «logró penetrar en las universidades de Estados Unidos y trascendió como una exportación más del poderío norteamericano al resto del mundo». El propio Villanueva lo padeció en carne propia durante su estadía como profesor en campus estadounidenses en los años ochenta. Allí los americanos lo rebautizaron como 'french theory'. Esa corriente, «profundamente nihilista, ya desde Nietzsche y luego Heidegger niega la existencia de verdad, del lenguaje como transmisor de contenidos reales, niega los pilares del racionalismo», y su «irradiación es como un virus», que cabalga sobre ese corcel que son «las redes sociales», trampolín para «una estupidez que está empoderada, y muchas veces en alianza con la ignorancia». «Antes la estupidez estaba opacada», mientras que ahora «campa a sus anchas».
«Donald Trump no leyó a Derrida», asegura con convicción Villanueva, pero en ausencia de una verdad sólida se asientan «los hechos alternativos, la conspiranoia, la negación de la evidencia». «Todo esto está influyendo en la vida y transmitiéndose al tejido de la sociedad». En el libro toma prestadas los conceptos de la 'modernidad líquida' de Zygmunt Bauman y el 'pensamiento débil' de Gianni Vattimo para cargar contra sinsentidos como «la inteligencia emocional», una «contradicción entre los términos»: «la emoción es una pulsión íntima, difícilmente transferible; mientras que la razón sí». «Trump es un síntoma», advierte, «y puede llegar a ser el próximo presidente de los Estados Unidos, otra vez».
Hay, sostiene, una escora «en el binomio razón-pasión» hacia la vertiente emotiva «que explica fenómenos como los populismos, que existieron siempre pero ahora tienen una renovada presencia». Entronca con la idea ya mencionada del 'pensamiento débil', del que hay «un predominio extraordianario». En esa liquidez insustancial se enmarca «una disgregación absoluta de la construcción social», contagiada por la «preeminencia a las demandas de las pequeñas minorías» promulgada por Laclau, y que tiene como derivada «el tema de la identidad, que se ha despendolado, y ahora nos encontramos auténticos esperpentos en base a la idea de la identidad», queen lugar de señalar «lo que es igual, sirve para separar, para diferenciar».
Esfuerzo y sabiduría
«No me preocupa absolutamente nada que cada uno me califique como quiera», dice. Y quizás el ámbito donde más se moja es en la educación, con cincuenta años de docencia a sus espaldas, donde denuncia los efectos nocivos de la «pedagogía constructivista» que inspira los sistemas españoles desde hace treinta años. «Suecia fue pionera en aplicarla, en los años sesenta, y muy pronto empezaron a ver las distorsiones que esto provocaba; pero en España sigue siendo la panacea teórica«. Reivindica la memoria como instrumento de formación cultural, porque «pasar de la ignorancia a la sabiduría exige un esfuerzo; la indolencia es más cómoda que la autoexigencia, sin duda». «Toda esa teoría deconstructiva también alcanza al terreno de la educación», donde propugna «acabar con la memoria, con los contenidos, desmerecer el esfuerzo como instrumento imprescindible para adquirir el conocimiento... Son cargas de profundidad contra un sistema basado en la razón de las cosas», sintetiza.
Villanueva rehúye que su análisis profundo y sosegado constituya una simple dicotomía para elegir entre lo viejo y lo nuevo. «Esa dicotomía se puede manipular; hay una tendencia muy generalizada al binarismo, a que todo sea A o B, sin admitir matices intermedios que son los que iluminan la realidad de las cosas». «Soy de los que piensa que los problemas complejos tienen soluciones fáciles; el problema es que son todas falsas», cincela en el mármol. «Hay un montón de cosas donde creo que lo nuevo ha venido a abrir las puertas e iluminar oscuridades», y por eso mismo «no rechazo por principio todo lo que hemos heredado y que está ahí». La educación, recalca, «es la base de la articulación de la sociedad y de la democracia, ennoblece a la persona y la ayuda a comprender a los demás y a convivir con ellos». Por eso «es uno de los pilares que debemos de mimar en vez de intentar dinamitarlos».
Admite que su nuevo trabajo puede generar «efectos deprimentes» en el lector, a la vista del análisis que plantea de nuestra sociedad y la deriva posmodernista que lleva. Aunque Villanueva evita ponerse apocalíptico, siguiendo la antigua categorización de Umberto Eco, y se declara integrado convencido. «Yo no me quiero bajar del tren en el que estamos, lo vivo en plenitud; creo siempre en el enorme potencial del ser humano para reconducir las cosas y recomponer lo maltrecho».
De propina, una recomendación literaria: «'Un mundo feliz', de Huxley; define una sociedad donde hay elementos que se están cumpliendo ahora de manera exacta, en donde la felicidad es una engañifa; es decir, el sistema es alienante, pero tiene la virtud de convencer a las víctimas de esa alienación de que realmente son felices por el sistema que los está oprimiendo y manipulando. Leído con ese talante, yo recomiendo a Huxley».