GALICIA

Crimen en la comisaría: un falso suicidio y dos sospechosos que son uno

SIETE AÑOS DE INVESTIGACIÓN

Los gemelos Bernardo y Roi son policías y sospechosos de haber matado a otro agente en la comisaría de Orense en 2016. Esta es la historia de película de dos hermanos que no permitieron que nadie les hiciese sombra, y de la juez que los señaló

Los gemelos Roi y Bernardo, en una imagen de archivo ABC

Los gemelos Roi y Bernardo Deprado son indistinguibles, incluso para quienes trabajaron codo a codo con ellos durante años. Policías en Orense y magníficos tiradores, visten igual, se peinan igual e incluso comparten montura de gafas. En el gimnasio de la comisaría siempre hacían ... los mismos ejercicios, «si uno hacía seis sentadillas, el otro también», como si se tratase de seres fotocopiados. O más aún. Como si fuesen la misma persona. Por compartir, comparten hasta la misma acusación por un delito de homicidio/asesinato por el que la magistrada del Juzgado de Instrucción número 3 de Orense, Eva Armesto, propuso la celebración de juicio oral contra ellos esta misma semana.

Lo cierto es que la lupa de la justicia lleva puesta sobre los gemelos siete años, el tiempo transcurrido desde que un 9 de abril de 2016 se encontró en la quinta planta de la comisaría de la ciudad de las Burgas el cadáver de otro agente, Celso Blanco, amigo íntimo de los acusados. El policía estaba sentado en la silla de su escritorio, con un tiro en la parte izquierda de la cabeza, justo encima de la oreja, que le atravesó el cráneo. Sobre la mesa, con el ordenador aún encendido, reposaba el arma con la que presuntamente se había quitado la vida. Al lado, los primeros compañeros en entrar en la habitación encontraron una segunda pistola y en un cajón de la mesa, la tercera. Todas ellas habían sido robadas del búnker de la comisaría unos meses antes, en noviembre del 2015, desatando una investigación urgente por parte de Asuntos Internos.

La hipótesis del suicidio de Celso, perfectamente plausible hasta el momento, cobró más fuerza aún cuando algunos de los amigos más próximos del fallecido recibieron un inquietante mensaje en un grupo de Whatsapp que sonaba a despedida y disculpa. Además, desde su correo corporativo, y coincidiendo con la hora de la muerte, se envió un mail inculpatorio en el que Celso asumía toda la responsabilidad de haber robado las seis pistolas del armero -tres de ellas nunca aparecieron- y de enviar varios anónimos en los que acusaba en falso de corruptos a cuatro compañeros del grupo de estupefacientes de la comisaría, con su jefe Antonio R. a la cabeza.

El cadáver de Celso Blanco se halló en su despacho de la quinta planta de la comisaría Miguel Muñiz

«Siento mucho todo lo sucedido. Siento haber sacado las armas del búnker y los anónimos que envié. Han hecho mucho daño a mucha gente, sobre todo a un gran amigo y exjefe. Lo siento». El mensaje, pensaron los primeros encargados de las pesquisas, no tenía vuelta de hoja y ponía punto y final a una trama de celos y envidias entre dos grupos enfrentados dentro de la comisaría. Quienes vivieron de cerca esos meses de tensión recuerdan que uno de los gemelos fue nombrado jefe del grupo de drogas, pero su papel se vio ensombrecido rápidamente por los éxitos de la unidad de estupefacientes, cuyo jefe lo acabó relevando en el puesto.

La magistrada Eva Armesto se refiere en su auto de cierre de instrucción al momento en el que la presunta venganza empezó a cobrar forma en la mente de los gemelos, y explica que se vieron «desplazados» dentro del cosmos en el que se habían convertido las dependencias policiales de As Lagoas. «Fueron trasladados de sus puestos de trabajo y privados del uso de la galería de tiro», ratifica la instructora sobre un asunto que los doscientos agentes que desempeñan su labor en estas instalaciones conocían de sobra. «Ellos hacían y deshacían. Eran gente querida, pero es cierto que entraban en la galería cuando querían hasta que el comisario dijo que hasta aquí, y lo prohibió». Y cuando su estatus en la comisaría mudó, llegaron los anónimos a la prensa local y a la Policía.

Operación Zamburiña

 

En estas cartas, de las que Celso se hizo responsable en sus mensajes de despedida, se acusaba al grupo de estupefacientes de favorecer a traficantes de la ciudad, de beneficiarse del negocio del tráfico de drogas y de omisión en la persecución de delitos. Cuatro agentes -el jefe y tres policías más- fueron apartados del Cuerpo y Asuntos Internos montó una acusación, bautizada como Operación Zamburiña' que los llevó a un juicio del que, varios años de amarga espera después, todos salieron absueltos. Este supuesto caso de corrupción policial que empañó muchas reputaciones durante años quedó al final en nada. Pero mientras unos se afanaban en pinchar teléfonos para intentar 'cazar' a policías corruptos en la ciudad, otros empezaron a olerse que detrás del fallecimiento de Celso había algo más.

La muerte del policía Blanco recayó en manos de la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de la ciudad, que no tardó en adoptar una polémica decisión. Se negó a comprarle a los de Asuntos Internos la teoría del suicidio y los apartó de la investigación. Su olfato y los primeros indicios le decían que era «del todo ilógico» que el agente se hubiese suicidado en esas circunstancias, por lo que encargó las averiguaciones a los agentes de la UDEV de la misma comisaría en la que se había producido el óbito. Y ahí llegaron las sorpresas. La primera, que pese a lo aparente, la escena del suceso no casaba con la de una muerte voluntaria, aunque así fue inscrita en el registro civil después de que el informe forense apuntase en la misma dirección, la del suicidio.

Fue la trayectoria del tiro, en sentido claramente descendente, lo primero que hizo sospechar a los investigadores, que constataron rápido la «manipulación del arma encontrada en la mano de Celso en la medida en que aparece con la corredera hacia atrás sin cargador, no siendo posible ello sin la intervención de un tercero». Con el paso de los meses la investigación engordó y la lista de indicios se fue haciendo más larga, diligencia a diligencia, resultado a resultado. Siete años después, han sido necesarias 84 páginas para resumir todos los descubrimientos de Armesto que señalan, apoyados en decenas de informes, hacia los hermanos Deprado. Solo en su redacción, indicaron algunas fuentes a ABC, la magistrada trabajó durante seis largos meses.

El mejor CSI

Este arduo trabajo de campo y laboratorio, con ecos de los capítulos más rocambolescos de CSI, se concentra en cada detalle para armar la acusación contra los gemelos. Desde unas huellas palmales en un aparato de aire acondicionado hasta una presunta avería para justificar la ubicación de un vehículo, que el taller descartó. Incluso las miradas que los acusados lanzaron a las cámaras de vigilancia en los días previos a la muerte y el propio día de los hechos fueron escrutadas y comparadas por los investigadores, que determinaron qué exposiciones del rostro fueron voluntarias, con afán de ser grabados, y cuáles fueron espontáneas. Nada escapó a la atención de una instructora que, contra el criterio de la propia Fiscalía, decidió seguir su instinto y completó un exhaustivo auto, contra el que aún cabe recurso, en el que no se ahorra los pormenores de miles de horas de pesquisas.

El resumen a este trabajo ingente es que Roi y Bernardo -siempre según la teoría de la togada- urdieron un plan para recuperar la posición que tenían en la comisaría, hundiendo la carrera de los compañeros que habían empañado su labor. Sobre el papel, la idea no tenía lagunas. La juez resalta la capacidad de los agentes para borrar sus huellas en cada paso que, supuestamente dieron, para desacreditar al grupo de estupefacientes. A su favor jugó, subraya en distintos pasajes, la experiencia de los agentes, que pasaron por grupos como el de «inspecciones oculares de delitos violentos perteneciente a la Policía Científica, con lo que su familiaridad con técnicas y estrategias sería muy elevada». Tampoco pasó Armesto por alto que los gemelos eligieron para matar a Celso, presumiblemente, «el método con el que se sienten más seguros y capaces: el arma de fuego». La misma experiencia se constató, según su acusación, en «la ficticia apariencia o presentación de la escena, que nos orienta a que pudo ser de alguna manera manipulada antes de la llegada de la Brigada Provincial de la Policía Científica».

El amplio conocimiento de los acusados minó de trampas el camino de la juez hacía la verdad de lo sucedido, que se resume, a su entender, en numerosos «hechos de singular potencia acreditativa». De forma sucinta, la investigación descubrió pólvora en la ropa del fallecido idéntica a la hallada en los cartuchos que los hermanos guardaban en sus taquillas. También quedó descartado que el disparo se realizase a poca distancia, lo que anula la tesis del suicidio. Además, los móviles de los gemelos no tuvieron actividad durante ese margen horario y en las armas que aparecieron en el despacho de Celso no había ADN suyo, lo que indica que él no las tocó pero sí hubo alguien que las colocó allí como parte del decorado.

Acerca del móvil de la muerte, la magistrada manifiesta que resulta inverosímil que alguien se dispare «por la culpa de unos hechos en los que no intervino» y revela que los datos de geolocalización de Celso lo sitúan «fuera de los lugares y momentos en que se crean las notas o se envía el primer anónimo».

Siete años después del fallecimiento de Celso, los agentes contra los que se dirigió la trama están libres de toda sospecha. En los peores momentos contaron, reconocen, con el apoyo de los compañeros y del SUP, que se personó en la instrucción para defender la reputación de los agentes del grupo de estupefacientes, injustamente atacado. «En la comisaría siempre tuvieron claro quiénes eran los culpables y quiénes no» asumen las víctimas de una venganza que dejó un reguero de sangre y mucho dolor. Los guionistas de esta novela policíaca, dos agentes que son uno, están ahora más cerca del banquillo.

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