galicia en llamas
Calor, sequedad y rayos: un cóctel explosivo «sin techo» para el peor de los escenarios
Agustín Merino, catedrático de Forestales en la USC, advierte de que la propia distribución de la propiedad en Galicia favorece los fuegos
Ántar Vidal
SANTIAGO
Daban las 20 horas cuando, ya el pasado jueves, se desataba una tormenta seca en Galicia cuyas consecuencias más inmediatas se están afrontando todavía hoy: las llamas de los incendios provocados por los rayos han calcinado, por lo de pronto, casi 20.000 hectáreas en ... todo el territorio. La formación inmediata del fenómeno meteorológico y su sequedad no son habituales en Galicia; no obstante, que los montes se quemen a raíz de los rayos «es relativamente frecuente». Eso no quita que la combinación de la tormenta con la ola de calor y la falta de lluvias en las semanas previas hubieran resultado en un explosivo cóctel de consecuencias devastadoras. Y una vez plantada la llama, «se están dando las condiciones para que los fuegos se propaguen más rápido», explica Agustín Merino, catedrático de Forestales en la USC y el promotor del proyecto 'Plantando cara al fuego'. Todavía están en la retina de los gallegos aquellas fatídicas semanas de 2017 en las que los fuegos quemaron hasta 70.000 hectáreas. Viendo el momento actual, ¿se podría llegar a esos niveles de destrucción? «El peor escenario no tiene techo, ha habido años en los que se ha quedado bastante más», lamenta el profesor. Además del calor y la poca humedad de los campos, el viento ha jugado un papel diferencial en el desarrollo de estos fuegos: cuando los más grandes iban a comenzar a perimetrarse, un cambio de viento los avivó y cambió sus direcciones. «Afortunadamente en Galicia no está siendo tan fuerte como en otras ocasiones», por lo que gran parte de las esperanzas del catedrático residen en que este factor climatológico se mantenga estable. «Todo va a depender del viento y de que no vaya a llover»; y esto último no entra dentro de las previsiones a corto plazo.
Abandono del rural
Algunas de estas cosas las contaba Laxe en 'O que arde': los incendios y el abandono del rural van inseparablemente de la mano. «El incendio potencia el abandono y el abandono potencia el incendio», resume el especialista. Cuando se producen los incendios, «el suelo, irremediablemente, se degrada», barriendo de un plumazo la posibilidad de hacer algo útil con el suelo durante meses. No podrán nacer árboles, y los que nazcan, tardarán muchos años en crecer. Tampoco se puede cultivar el suelo, ni sirve como pasto para el ganado. Sin posibilidades económica, los habitantes buscan otras opciones. Y cuando no hay quién cuide las tierras, estas derivan en «grandes superficies de matorral», un combustible perfecto cuando, pongamos, cae un rayo.
Por otra parte, esta oleada de incendios «evidencia la falta de prevención», explica Merino. Con todo, «no se puede responsabilizar únicamente a la Administración», sino que es «cosa de todos y todos salimos perdiendo». La manera en la que está distribuida la propiedad en la Comunidad ya es de por sí un factor diferencial: las fincas privadas, de media, tienen menos de una hectárea. «Por mucho que un propietario cuide su finca, si las de alrededor no, arde todo. Todo depende de la gestión individual y la Administración no da abasto».
«No podemos olvidar que una parte de lo que se está quemando es bosque abandonado como consecuencia de fuegos anteriores», recuerda el profesor. Son todo «matorrales altamente combustibles», sin árboles que protejan de las llamas. A estas alturas, poco se puede hacer para revertir las consecuencias de esta ola de incendios. Primero toca extinguirlos, pero no se puede desatender el suelo quemado a medida que pasan las semanas, opina Merino. Cuesta repoblarlos, pero hay que evitar que se creen «superficies de matorral» a toda costa. Toca seguir «introduciendo ganado, limpiando y protegiendo los perímetros de las casas» para evitar que el año que viene vuelva a arder el mismo suelo.
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