Shambhala
Demasiado bueno
Barcelona es una de las ciudades más cobardes de Europa. Parece París como si los franceses no se hubieran enterado de que los americanos la liberaron
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Franco y Cataluña (19/04/2023)
Barcelona
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Iniciar sesiónEnamorarse es amar los defectos y no es posible una admiración sincera sin hacer balance de lo que una persona aporta y resta. Cualquier retrato creíble, aunque pretenda ser un elogio, tiene que comprender la humanidad entera del sujeto, con sus rincones oscuros, sus ... partes ridículas y sus contradicciones. Uno no puede pretender proyectar un perfil público sin haber asumido antes sus aristas y sus torpezas, porque en cualquier ciudad civilizada habrá un buen cronista que las explique precisamente para resaltar sus virtudes y sus méritos. Ningún amor verdadero se puede decir sin dolor, porque no puede ser amor sin ensuciarse. Lo aprendimos en la Cruz y fundamos una era más bajo esta premisa. No se llega a Graceland sin los fantasmas y los calcetines vacíos.
Barcelona es una de las ciudades más cobardes de Europa. Parece París como si los franceses no se hubieran enterado de que los americanos la liberaron. La gente en Barcelona escribe con miedo, vive agarrotada y le preocupa más el qué dirán que lo que ellos tienen que decir, aunque en la mayor parte de los casos no tienen nada realmente importante que decir. En mi ciudad no se dan las condiciones culturales ni morales para que un empresario -y ya no digamos la multitud que habita en los infinitos escalafones inferiores- entienda su retrato si no es una burla de confeti y baba.
Los empresarios catalanes están acostumbrados a luchar en las circunstancias más adversas, a hacer fortunas de la nada y a ser referentes mundiales en su sector. Pero luego esta dureza, este valor, esta hombría, este conocimiento profundo de cómo funciona el mundo y las relaciones comerciales, se vuelve afectación azucarada, femenina, vulgarísima cuando se trata de la vida social y su modo de interactuar con el arte y los demás a través de su sensibilidad. Les sale la aldea, las curvas de Gaudí, las ventosidades del concierto de la Coral Sant Jordi en el Palau después de la tremenda comida de Sant Esteve. Se rodean de mequetrefes de muy baja estofa que les usan de paganos para organizar tontas fiestas con farsantes e impostores de tercera regional.
Parece imposible que alguien tan inteligente pueda volverse tan vulnerable cuando cambia de registro, y estos empresarios continúan siendo encantadores, y con un gran corazón; pero conocieron el lujo de golpe, en una ducha fría y ahora se conforman con una toalla para que les pase el susto y el frío. Nadie les enseñó a aspirar a algo mejor. No tienen mal gusto. Simplemente no tienen. Sin gusto no hay burguesía, sólo ricos. Y malgastan con idiotas el mucho dinero que ganaron con sus buenas empresas levantadas a pulmón y que merecen una representación social de mucha más inteligencia y calidad.
Las fiestas sociales de Barcelona son el perfecto resumen de lo que ha sucedido en Cataluña en los últimos años. Tú tienes que contar con los ladrones, con los resentidos, con los iracundos. Cuando te roban el reloj o el bolso no te enfadas con el que se lo lleva. Quieres que lo detengan y te devuelvan lo tuyo, pero no te enfadas con él. Te enfadas con la Policía y con la alcaldesa porque descuida la seguridad. En Cataluña siempre ha pasado que el catalizador del descontento ha sido el nacionalismo y no nos podíamos enfadar con los miles de Vic, Masquefa o Manresa que cada Diada bajaban a destrozar los parterres de la Diagonal. Con quien nos enfadamos, y continuamos enfadados, es con los empresarios y los ricos tan elementales, tan poco imaginativos, tan insustanciales, sin ninguna ambición cultural ni moral ni espiritual que vaya más allá de lo redicho, con un gusto pésimo para las mujeres, para los restaurantes, para el interés de sus amigos; y siempre el mismo vacío, y nunca lo que se dice o se decide es importante.
Como ABC en Barcelona es un periódico casi underground yo puedo escribir artículos sobre restaurantes o personas que por mucho que me quieran sus editores y directores no publicarían los diarios de la centralidad. Y no porque a estos medios no les guste lo que escribo, o desprecien la libertad, sino porque saben que sería darles a sus lectores más de lo que están dispuestos a aceptar. Barcelona -y Cataluña- son de los pocos lugares del mundo en que se puede ser «demasiado» culto, inteligente y hasta rico. «Demasiado». Es una sociedad tan pequeña, tan mediocre, tan cerrada, que ni de lo bueno quiere tanto porque su zona de confort es la derrota y si no quieres que te llamen fascista sólo puedes aspirar a empatar.
En los restaurantes, cuando alguien ordena una botella cara pide al camarero que la envuelva en papel de plata para que los otros clientes no farfullen que gasta demasiado. Los grandes ricos catalanes solían ser los mejores clientes -más que los rusos- de Madame Claude, el que en su momento fue el gran burdel de París. Iban a gastar allí lo que aquí les daba apuro y no porque sus mujeres les descubrieran, sino porque alguirn se enterara del dineral que en una noche se habían dejado.
Probablemente Barcelona sea la ciudad en la que mejor se vive del mundo, pero también la que saborea menos la vida y lo poco que saborea es por los motivos equivocados. Es esto y no la censura –que es otra afectación, y que no existe– lo que determina la calidad de lo que se escribe, y en consecuencia la calidad de lo que se vive.
Yo no soy más valiente que mis colegas barceloneses. Un poco más valiente quizá sí, pero no es lo que marca la diferencia. Lo que hace que sólo yo me atreva a escribir así, y que todo el mundo me lea pero de escondidas, y que sea demasiado para mi ciudad, es que tengo más ganas de vivir, más gusto, más amor aunque me duela, y además trabajo para un periódico que tiene sus partes sensibles en Madrid –con las que yo raramente colisiono– y confía plenamente en cómo interpreto y explico mi ciudad. Una cierta inconsciencia con el gasto -contra la que el director de mi banco, y no es broma, me acaba de avertir esta mañana- da algo más de recorrido a mis artículos, porque a pesar de ser pobre como una rata accedo a delicadezas de las que ni los ricos gozan porque no sólo racanean como miserables sino que además cuando gastan lo hacen acompañados de los inútiles que les rodean y además en los más fatuos y equivocados antros.
De fondo, y por motivos más allá de mi comprensión y de una realidad contable de las cosas, está el hecho de que escribo y vivo como si por sólo escribir bien fuera a librarme de cualquier mal. Ya sé, ya sé. De todos modos me cae bien mi muerte y vivir muchos años no está en mi voluntad.
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