«De seis potros, se comieron cuatro y dos estaban mordidos. No era viable y ¡se acabó!»

La sucesión de ataques del lobo a su cabaña de equino en la Montaña Palentina, llevó a José Negranes a renunciar a es pasión por la ganadería que todavía siente cinco años después de decir adiós a sus yeguas y potros

Uno de los potros que tenía José, tras sufrir un ataque del lobo ABC

Isabel Jimeno

Valladolid

«Impotencia. Rabia. Como darte con una pared de hormigón...». Lo que todavía siente José Negranes al recordar cómo las fauces del lobo le llevaron a «tirar la toalla». «No pude más y decidí quitar el macho para que las yeguas no ... pudieran parir». Y, así, acabar con la cabaña de equino en la que con tanta ilusión se había embarcado más de un decenio atrás para proseguir con ese «amor» por la ganadería que «siempre» había sentido y sigue teniendo, una vez que él sólo, cuando «los hijos se marcharon a estudiar», no podía atender al vacuno que antes tenía.

Ahora, un caballo de montar –otra de sus pasiones– y tres burros, que introdujo sin éxito como medida disuasoria de los cánidos, son los animales que le quedan allí donde hace un lustro había yeguas de monte y sus crías. «De seis potros, se comieron cuatro y otros dos estaban mordidos, y los salvé a base de curarlos y cerrarlos». Esa estampa desoladora que encontró una mañana –otra más– aún la tiene grabada en la retina, pese al paso del tiempo. Fue la gota que colmó el vaso: «No era viable».

«¡Esto no puede ser!», recuerda que se dijo. Y «se acabó», rememora, pese a que había intentado «aguantar lo que pude». Ni el vallado con cinco alambres de espino en una finca «¡a quinientos metros del pueblo!», Villanueva de la Peña (Palencia), fue suficiente para impedir la incursión depredadora del lobo. Ya con 67 años y todavía en activo, pero únicamente como agricultor, reconoce con pena que «hubiera seguido» con la ganadería: «Me encantaba». «Pero, no», zanja, pese a echar de menos ese «placer de ver a las yeguas en primavera, cómo les luce el pelo...».

Él fue «de los primeros» en esta zona de la Montaña Palentina, al norte de la provincia, en padecer al lobo. «Ahora, todo el mundo los está sufriendo», apunta este «defensor del lobo a tope», como se define. Pero pide medidas ante el incremento de unos cánidos que «no entienden de fronteras». «Desde que era pequeño, había lobos, pero nunca se habían metido tanto cerca del pueblo», puntualiza.

«¡¡¡Buuufff!!!», resopla sólo de rememorar esa «angustia», esas noches «sin dormir, despertándote y pensando en subir» por si estaba el lobo, sabiendo que no es fácil sorprender a este animal «muy listo». Pero cada vez menos imposible. Aunque «normalmente» las incursiones del cánido que padeció eran nocturnas, un día al llegar a la finca, allí de lo encontró. «Indescriptible», la situación al ver cómo la manada «rodeaba al potrín recién nacido, y según metieron los dientes, ¡adiós!». Se llevaron media pata y la vida del animal. De José, allí quedó su «impotencia», ese «alma que se te cae a los pies». «Lo más raro que me ha pasado», dice. Una sensación «rarísima» en la que se quedó «en blanco», sin capacidad de reaccionar. «Y si el cerebro no funciona, el cuerpo no funciona...». Fue otro ataque más hasta que el último hizo rebosar el vaso de su paciencia, tras haber visto otra vez cómo una yegua «se quedó» con la cría muerta «un día y medio» sin moverse a raíz de otro ataque del cánido, que, precisa, sabe «cómo y cuándo» atacar.

«Dicen que pagan, pero no recibí ni un duro. 125 euros por potro de un seguro privado que tenía», lamenta a la vez que recalca que no son sólo las pérdidas económicas, también «los problemas» y «ver a los animales muertos». Por la venta de cada potro podría obtener entre 700 y 800 euros a los siete u ocho meses; y hasta 1.200 ya con quince, y cuando tienen treinta, las yeguas ya pueden parir... y así «ir ampliando la cabaña». La suya acabó. En su pueblo, recuerda, había hasta 40 ganaderos, ahora «cero», pese a que «hay muchos pastos» en la zona, pero ya sin animales que los coman.

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