Artes&Letras

Por los paisajes de la memoria de Gustavo Martín Garzo

Narrativa

El escritor sitúa el «anclaje real» de 'El último atardecer' en el entorno de los pueblos vallisoletanos de Torrelobatón, La Santa Espina y Torrecilla de la Torre

Ramiro Pinilla, una guerra que nunca acaba

Torrelobatón, visto desde el Castillo, uno de los escenarios de la película ICAL

Camino Monje

«Por fin he llegado a mi destino. Es un pueblo muy pequeño, de apenas trescientos habitantes, situado en el centro de la comarca de los Montes Torozos, en la provincia de Valladolid», escribe María, la protagonista de 'El último atardecer', la novela con la ... que Gustavo Martín Garzo convierte la comarca vallisoletana en espacio literario.

El escritor vuelve a los paisajes de la memoria presentes en otros títulos suyos, como 'El pequeño heredero', 'La soñadora', 'Donde no estás', 'La carta cerrada', 'La calle del Paraíso' o 'El viaje de la cigüeña', escenarios de una ficción en un marco muy real por el que pasean personajes inventados y otros que existieron. A partir de ese marco delimitado en los mapas, el autor recurre a su habitual mezcla de fantasía y realidad. Ambas se necesitan tanto en la literatura como en la vida, asegura.

La narración surge de «una idea antigua» de escribir la historia de «una mujer joven en un momento crítico de su vida, que decide dejar su mundo urbano y se topa con un joven esquivo, hermoso, que vive en ese otro mundo al que llega», precisa Martín Garzo. Barajó un pueblo de nombre inventado, porque esa ambientación ficticia «permite mayor libertad», también situar la historia en un pueblo de León, pero al final decidió el cine, tras revisitar 'El señor de la guerra', de Franklin J. Schaffner.«Suele decirse que vamos donde el viento nos lleva», dice María para explicar su destino y los motivos de su elección de una plaza de médico en Torrelobatón.

ICAL

La localidad vallisoletana, inmortalizada en algunas escenas de 'El Cid' de Anthony Mann -con Charlton Heston en el papel del caudillo castellano-, le recuerda esa otra película, con el mismo actor y Rosemary Forsyth al frente del reparto, que vio junto a su padre cuando apenas era una adolescente. «... durante mucho tiempo, cuando los chicos me preguntaban mi nombre, yo les decía que me llamaba Bronwyn, como la protagonista de la película. Toda mi adolescencia estuve obsesionada con esa actriz», rememora el personaje en las primeras páginas de la novela, en cuya portada aparece un fotograma de una escena del filme en el que la intérprete se baña en una laguna.

A diferencia de lo que ocurre en 'El señor de la guerra', aquí es la protagonista femenina la que encarna ese papel de quien llevado por la pasión «llega a un lugar desconocido», matiza el escritor.

Otro pequeño lago, creado de forma artificial para recoger las aguas del Bajoz en La Santa Espina, se convierte en un escenario fundamental de la trama de 'El último atardecer'. «La sequía acabó con el proyecto y hoy se ha trasformado en una graciosa laguna, rodeada de endrinos, majuelos y rosas silvestres, donde la gente va a pescar o, en el buen tiempo, de merienda. Me volvieron a contar la historia de Cavestany y de todo lo que hizo por esta zona. El pueblo de la Santa Espina es de hecho uno de los pueblos creados por el Instituto Nacional de Colonización impulsado por él».

La Santa Espina

El pueblo construido en los años cincuenta del siglo pasado y su monasterio introducen en la historia al otro protagonista de la novela, el joven Roco, además de al personaje real Rafael Cavestany, ministro de Agricultura franquista, «empeñado en transformar estos montes yermos en ejemplos de prosperidad» y de cuya iniciativa nació también la Escuela de Capacitación Agraria. «Fue él quien inició la concentración agraria para acabar con el minifundio, y quien creó nuevos regadíos para impulsar la producción agrícola y alcanzar el autoabastecimiento que permitiera a Castilla no depender de los productos de otros territorios», escribe Garzo por boca de la joven médica.

Roco trabaja en la finca del monasterio, ayuda a conservar «la impresionante colección de mariposas que se exhibe en una de las salas del claustro de la hospedería» y reparte la miel «de espliego, de tomillo y de encina» por pueblos cercanos como Castromonte y Barruelo del Valle, también mencionados en las páginas de 'El último atardecer'. El mismo escenario sirve para recordar otro episodio histórico real más alejado en el tiempo (1559): «En un claro próximo al monasterio fue donde Felipe II conoció a su hermanastro Jeromín (Juan de Austria)».

Gustavo Martín Garzo

El último atardecer

  • Galaxia Gutenberg 240 páginas 19,50 euros

Torrecilla de la Torre es otro de los pueblos de los Montes Torozos que aparecen en la novela. Allí alquila una casa la protagonista, desde donde puede acudir cada día andando al consultorio de Torrelobatón, tanto una como el otro construidos en poblados promovidos por Cavestany, y acudir en bicicleta a los cinco pueblos de su zona sanitaria. En el paisaje de parques eólicos con su sucesión de aerogeneradores ve María «la belleza transgresora de la repetición» y, con los ojos cerrados, l'e parece oír «el rumor del mar en la costa» en el sonido que producen las aspas de los molinos de viento.

Los recuerdos de la niñez de María pasan también por la montaña palentina, concretamente por «Velilla» (del Río Carrión), donde vivió con su padre, también médico. «En otoño, me enseñabas a distinguir las plantas medicinales y las setas comestibles, y a reconocer los árboles por el color de sus hojas y la forma de sus copas: el pino silvestre, las encinas y hayas, las sabinas y los abedules de troncos blancos», escribe María en el diario de 'El último atardecer'.

En ese «anclaje real» sitúa Gustavo Martín Garzo una historia que es una larga carta al padre muerto, una novela donde «la frontera entre el mundo real y el mundo del sueño se hace permeable».

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