EL OTERO
Los Campeadores
Los mitos son útiles a condición de que los consideremos en el ámbito de lo onírico y nutran los ideales
¡Vamos, anda!
Punto muerto
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Iniciar sesiónTenía ganas de que viniera a dar la cara y contar sus argumentos porque, más allá de hacernos los «ofendiditos» con la catedrática Nora Berend, lo mejor es intentar conocer sus investigaciones. Ese mecanismo con el que España es capaz de generar mitos a conveniencia, ... alejados de la realidad, falseados útilmente. Esta catedrática de Cambridge (que no es poca cosa) se ha personado en el Congreso que sobre el Cid se ha celebrado estos días en Burgos, desarrollando las tesis contenidas en un libro que hace meses arrojó sobre nuestra carpetovetónica cultura como un jarro de agua fría.
Nos presenta al Cid como un mercenario, masacrador de cristianos a conveniencia, guerrero impío, hombre pragmático, cuyas campañas respondían a intereses personales tanto como a factores religiosos o dinásticos. Un poema genial, 'El Cantar', fruto de una leyenda interesada divulgada por monjes a los que favoreció, habría sido el mecanismo inicial. El personaje se terminaría de forjar con el procesador talentoso de Menéndez Pidal y la utilidad que el régimen vio en su brazo y en su espada para afianzar lo españolísimo. Se cumplen ahora, precisamente, setenta años de la erección de la famosa estatua campeadora de Don Rodrigo en Burgos. Charlton Heston habría hecho el resto.
Siempre andamos en lo mismo: en construir mitos e indexarlos con la realidad como si fuera una operación legítima. Aún están quitando las alfombras que le ponían a Cerdán y antes a ese superministro Ábalos, nuestro «tronco» que diría María Jesús. El último caído se une a una serie donde están los Bárcenas, los Roldanes, los JuanCarlos, Pujoles, Urdangarines, MariosConde…
Los mitos son útiles a condición de que los consideremos en el ámbito de lo onírico y nutran los ideales. Lamentablemente, a los historiadores se les pide que cuenten las dos historias, la de lo real y la de lo literario, no solo la loa, propia de oficios más encomiásticos. Me valen los dos: el mito del Cid, como aliciente, y su realidad, como evidencia, pero sin confundir ni sustituir. Simplemente con que hiciéramos bien este distingo estaríamos vacunados contra falsarios y mangantes. Pero esa presbicia histórica nos lleva por la calle de la amargura, sidi.
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