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BUENOS DÍAS, VIETNAM

Si Dios quiere

Ahora no me queda más remedio que ser adulto sin ese salvoconducto que es una abuela

Guillermo Garabito

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A mi abuela la maté tantas veces que no soy capaz de recordar el número, pero pasa con seguridad de la docena. La primera se me escapó una comida de trabajo. Sonó el teléfono y, a mi olvidado interlocutor, le dije que mi abuela había ... muerto. Ella, en frente, se río. «Pues yo pensé que estaba mejor». Desde entonces, cada vez que tenía un descuido gordo la mataba otra vez. Una o dos al año los últimos diez. Cuando ocurría de nuevo se lo contaba y nos reíamos y me decía que no ganaba para entierros. «Hijo, qué cabeza… La tienes peor que yo», me dijo la última vez que nos reímos del asunto antes de la pandemia y de que a ella se la pusiese de verdad peor por una demencia que le fue haciendo olvidar todo menos la infancia. No se acordaba de sus hijos muchos días, tampoco de sus nietos, pero no se olvidaba nunca de que las fiestas de su pueblo eran por San Blas, a primeros de febrero. Y, como las cigüeñas, después de crotorar, su cabeza otra vez echaba el vuelo.

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