Buenos días, vietnam

Despedidas bárbaras

En julio es más fácil morir arrollado por una novia y su ejército estridente de letales damas sin honor que de una insolación

La hora de las espadañas

DE SAN BERNARDO

Han convertido el país en una despedida de soltero. No sé cuántas parejas se casan este mes, pero por la cantidad de grupos que han invadido Valladolid el fin de semana cualquiera diría que no conviene preocuparse demasiado por lo de la pirámide poblacional. Si ... cada despedida de soltero que me ha tocado esquivar entre el viernes y ayer por la calle se tradujese en un par de churumbeles a futuro, no habría hueco en la España vacía. Lo bueno es que se les ve venir de lejos, como un desastre natural del que huyen los pájaros en dirección contraria. Un tsunami de tutús, de camisas de festival sin festival –que es peor aún que ir vestido de torero si no estás de servicio, ni hay faena–, de cualquier cosa que llame más la atención que dos sirenas de la Guardia Civil en mitad de la noche. Como si la confección del vestuario se la hubiesen encargado a un diseñador ciego y disléxico. No sé que sintieron los romanos cuando sucumbieron a los bárbaros, pero yo he visto cosas que no creeríais y ojalá fuesen despedidas de soltero más allá de Orión, porque eso significaría que caen lejos de aquí.

En julio es más fácil morir arrollado por una novia y su ejército estridente de letales damas sin honor que de una insolación. Recuerdo llegar a Sevilla hace meses con mi amigo Ignacio y pensar que lo habían convertido en la milla de oro de la tontería de quien en el fondo de lo último que se acuerda es de casarse.

El despedido –de soltero y de la vida– y sus acólitos son una criatura curiosa. Los ves borrachos el viernes y el sábado al medio día te los encuentras de nuevo perdidos como zombies a la solana hasta que abran los bares otra vez. Turistas de primera calidad. El tipo que se va de despedida de soltero es porque la vida ya le da igual. Pasar calor en julio en Valladolid y venir ex profeso para ello es propio de una generación a la que los test del colegio le salieron no concluyentes. Bien, he aquí por fin la conclusión. Mis amigos se fueron a León de despedida de soltero la semana pasada. Yo huí de todas las de mis amigos hasta la fecha, puse mil excusas. Casi siempre la de que tenía que escribir. Digo que debo escribir hasta cuando voy a echarme la siesta. La siesta es el principio de todos los artículos que merecen la pena. Si más columnistas la durmiesen nos ahorraríamos mucho fanático escribiendo. Después de una siesta todo se ve más comedido, más equilibrado. Se entiende que todo puede esperar, menos los que aguardan a que abran los bares para seguir emborrachando a la novia.

He llegado a la certeza de que se puede saber qué matrimonios serán felices en función de la despedida de soltero que tuvieron cada uno. Vayas donde vayas hay una despedida de soltera. Si yo fuese propietario de un bar pondría un cartel en la puerta: «Prohibido despedidas de soltera». Antes prefiero arruinar mi local y beberme yo sólo el almacén.

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