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BUENOS DÍAS, VIETNAM

La hora de las espadañas

Éramos críos: principios de adultos, creíamos en la inmortalidad, en que todo se resume en un verano

Jornada de calor en la playa de las Moreras, Valladolid Ical
Guillermo Garabito

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A esta hora donde no se distinguen los vencejos de las golondrinas y se confunde la comida con la merienda, porque ha empezado junio –casi julio– y todo es posible en los Torozos. Se han cerrado los colegios y los críos vuelven a creer en ... los Reyes Magos y en la felicidad. Aquella última semana de colegio, casi eterna, en la que no había forma de que sonase el timbre y los profesores se alargaban hasta la extenuación y por fin llegaba el viernes. Junio, casi julio. El infinito cabía en dos meses y medio de verano, la inmortalidad iba de junio a septiembre y éramos invencibles en estas tardes de treinta y siete grados y un flash o dos. Sandía. Y hasta los padres creían de nuevo en la inmortalidad. Una etapa del tour de Francia duraba toda la vida. Una tarde duraba una semana y una vida cabía entera en un verano. A estas alturas del año aprendimos a montar en bicicleta, a nadar, a echarnos novia, que consiste en respirar por boca ajena. Éramos mayores para todo menos para ser mayores todavía. Teníamos un gamusino por mascota y la vida laboral era otra vida que a nosotros en absoluto nos incumbía.

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