Por una tasa turística que dignifique la visita a Toledo
La industria del turismo para una ciudad como Toledo es tan importante como peligrosa: es preciso actuar ya si no queremos que se devore a sí misma
Si Toledo muere
Luis Peñalver Alhambra
Toledo
¿Cuántas horas de un adulto caben en la hora de un niño? Esta pregunta de Luis Cernuda, que hace referencia al modo como se dilata el tiempo infantil (quizás porque para los niños el mundo aún no se ha normalizado y continúa siendo un ... misterio), me ha llevado a otra pregunta mucho menos poética: ¿Cuántas ciudades Patrimonio de la Humanidad se pueden visitar en 12 o 13 horas? Se me han venido a la cabeza estas reflexiones mientras paseaba por la carretera del Valle y me veía obligado a abandonar continuamente la acera porque me impedían el paso los grupos de turistas que habían descargado siete u ocho autobuses llegados de Madrid (y hablo únicamente de los que en ese momento estaban aparcados). Me entra fatiga sólo de pensarlo, porque los heroicos turistas tienen que atarse bien los machos para afrontar este reto.
Un paseo por el feísmo toledano. Capítulo tercero
Luis Peñalver AlhambraLos turoperadores los recogen en los hoteles o en un lugar convenido de la capital. Salida a las 07:45 en dirección a Toledo. Parada panorámica en el mirador del Valle. Tres horas para conocer esta maravillosa ciudad: una hora de paseo por sus calles acompañado de un guía local (alguno de los cuales ha obtenido el carnet en Aragón), con el que se «pasará por delante de su impresionante catedral»; 45 minutos visitando una «fábrica de damasquinado» (con unos aseos estupendos y, como no podría ser de otro modo, «precios de fábrica»), y el resto ¡tiempo libre! Una vez consumido este momento de asueto vuelta al autobús y rumbo a Segovia, donde se visitará el acueducto romano, se pasará delante de la catedral y opcionalmente se visitará su magnífico Alcázar. Tiempo libre para comer, preferentemente, si queremos ganar tiempo y de acuerdo con la opción elegida, en algún restaurante turístico seleccionado por el operador (por supuesto, la comisión que éste percibirá dependerá del número de comensales que lleve), o visitar alguna tienda de souvenirs típicos «recomendada» por aquél. En este punto me tengo que acordar de otros tiempos acaso más serios y rigurosos: por ejemplo, en Toledo en 1927 salió una normativa del Gobierno Civil recogida en el Boletín Oficial de la Provincia que obligaba a los comerciantes (en este caso de espadas y objetos damasquinados) a rotular en letra bien visible el origen y procedencia de los diferentes artículos, anunciando sanciones a los infractores de esta norma, ya fueran tenderos o guías turísticos que con su intervención den lugar a trasgresiones de esa ley, o bien provoquen con sus acciones abusivas alteraciones de los precios.
Pero volvamos con nuestro esforzado turista, que ahora tiene tiempo de echarse una siestecita en el autobús antes de llegar a Ávila, donde podrá admirar su recinto amurallado, pasear de nuevo por delante de la catedral y comprarse alguna chuchería, pues se les obsequiará con «algo de tiempo libre». Vuelta a Madrid y fin de los servicios del operador. Naturalmente, el turista llega a su hotel agotado, después de los 403 kilómetros que lleva a sus espaldas, aunque seguramente se convencerá de que ha merecido la pena y se consuele pensando en los selfis que se ha hecho con los principales monumentos de tres ciudades Patrimonio de la Humanidad.
Así son los tiempos en los que se ha sacrificado la calidad en el altar de la cantidad. Estos tours de día completo me recuerdan esos cursos de lectura rápida en los que te enseñan a leer muy deprisa, es decir, te enseñan a no leer. En el caso de estas visitas relámpago, a no ver, y menos aún a conocer o a sentir una ciudad.
Me decía un amigo con buen criterio que somos, los toledanos (porque no se puede hablar de Toledo sin hablar de los toledanos), un auténtico chollo para los intermediarios de Madrid que se lucran con el negocio del turismo. Por eso nos parece una brillante iniciativa, si finalmente se lleva a efecto, la idea del alcalde de Toledo, Carlos Velázquez, y su equipo de cobrar una tasa turística a los turoperadores por cada autobús que llegue a Toledo y descargue sus grupos en las zonas habilitadas para ello. El dinero recaudado podría emplearse, como en unas recientes declaraciones hemos oído al concejal de turismo, José Manuel Velasco, para poner aseos públicos en una ciudad que carece prácticamente de ellos, acondicionar las dársenas y los intercambiadores de autobuses y, sobre todo (añadiríamos nosotros), mejorar las condiciones de vida de los residentes del casco histórico, que son quienes más sufren la sobreexplotación turística. Esta clase de turistas de tres horas no sólo no aportan nada económicamente a la ciudad, sino que contribuyen a masificar las zonas monumentales y a expulsar a los visitantes de más calidad, los que verdaderamente sabrían apreciar los museos o las auténticas obras de artesanía, pero que esperan de sus viajes una buena experiencia. Claro que alguien podría pensar que si los 4.000 visitantes de los 60 autobuses que nos visitan de media diariamente se quedaran a dormir en Toledo, sería aún peor, pues entonces la saturación sería total y el colapso absoluto. La solución, si la hubiere, no es sencilla, en cualquier caso. Ni siquiera sabemos si medidas como la anunciada son competencia del ayuntamiento o de la Dirección General de Turismo. Otro debate en el que no entraremos aquí es si los turistas que pernoctan en Toledo deberían, como en otras ciudades españolas y europeas, pagar una pequeña tasa, aunque fuese simbólica.
Una ciudad tan compleja como Toledo requiere desesperadamente un nuevo modelo turístico. Si hemos de vivir de la monocultura del turismo y no queremos comernos a la gallina de los huevos de oro, necesitamos un modelo sostenible y de calidad. Hace falta imaginación y voluntad política para ello. Por esta razón serían bienvenidas iniciativas como las de Ayuntamiento de Toledo, pues con esas tasas los operadores pagarían al menos una parte de la deuda que tienen con los toledanos. Al parecer uno de estos días los diferentes agentes turísticos se reunirán para debatirlo.
La cita de Cernuda con la que comenzaba este artículo pertenece a su libro Ocnos. Ocnos es un personaje mitológico condenado en el Hades a trenzar continuamente una trenza de juncos mientras una burra se la va comiendo. La industria del turismo para una ciudad como Toledo es tan importante como peligrosa: es preciso actuar ya si no queremos que se devore a sí misma.
Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid
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