El Rocío encara sus horas cruciales en un vibrante domingo de Pentecostés

Los movimientos de romeros de un lado a otro, que siguen sucediendo, van moderándose en favor de los grupos de amigos y familia que se reúnen con sus ritos particulares de las horas previas a la salida de la Virgen del Rocío. La misa pontifical es la frontera que marca el punto de inflexión en estos días de gozo y júbilo. Hasta entonces, el tiempo fluye de una manera distorsionada, en una larga retahíla de presentaciones en la ermita que no parece tener fin, en tardes y noches de convivencia en mil sitios diferentes que se alargan hasta el amanecer. Pero al término de la misa de Pentecostés, todos los ojos están puestos en el altar mayor del santuario.

Termina la Pascua y termina también el largo camino ―aún más larga la espera― recorrido por todos los devotos de la Virgen y peregrinos que de una forma u otra han llegado hasta este momento. El de quienes soñaron día y noche con la llegada de una nueva madrugada del Lunes de Pentecostés, pero también el de aquellos que vivían completamente ajenos al advenimiento de una nueva romeria del Rocío y casi por casualidad se han encontrado en la aldea a escasas horas de la salida de la Reina de las Marismas.

De una forma u otra, todos nos encontramos aquí. Seas más o menos devoto de la Virgen, te unan unos lazos más o menos estrechos con una u otra hermandad, bien hayas hecho el camino durante media vida, bien sea tu debut en las arenas de la rocina, la Virgen del Rocío nos ha congregado a todos de la misma manera en torno a su ermita para celebrar este acontecimiento que trasciende todas las barreras geográficas, sociales e incluso teológicas.

El domingo de Pentecostés es un día particularmente especial en determinadas corporaciones, en las que su sistema de elección de hermano mayor de forma anual establece que durante la romeria se produce el cambio del mismo. Así, esta jornada de preparación para la salida procesional de la patrona de Almonte se convierte también en el inicio de un año de lo más ilusionante para los romeros de algunas de las corporaciones más señeras. Como siempre, todo acaba para volver a comenzar.

Después de la solemne misa de Pentecostés en el Real de El Rocío a las doce del mediodía, los representantes de las 127 filiales volvieron con sus simpecados a sus respectivas casas de hermandad, repartidas estas a lo largo y ancho de la aldea almonteña. Paralelamente, las familias y grupos de amigos que cuentan con casa en El Rocío, algunos de ellos venidos desde sus lugares de residencia específicamente para las horas más especiales de la romería, disfrutaban de una jornada tan festiva como las anteriores, pero con un sentido más profundo del motivo de la celebración y los nervios a flor de piel por la proximidad del trascendental hecho que tendrá lugar en unas horas.

Los alrededores de la ermita, como venía ocurriendo el resto del fin de semana, eran un hervidero de personas que acudían a encomendarse a la Blanca Paloma, que lleva todo el mes de mayo entronizada en sus andas procesionales aguardando la llegada del Lunes de Pentecostés. Las calles de la aldea, aunque ambientadas en todo momento por la alegría y las ganas de fiesta de los romeros, no se encontraban esta vez tan masificadas como en años anteriores, quizá por la abusiva subida de precios de los alquileres de las casas, quizá por las tempranas fechas que este año ha tenido la romería.

Ajenos a todas estas circunstancias externas se encontraban los peregrinos que, imbuidos del ambiente rociero, veían pasar las horas prácticamente sin darse cuenta de que se les empezaba a terminar otra romería del Rocío. Una sevillana, otra, y otras cuatro, y otras cuatro más se sucedían sin solución de continuidad en lugares tan emblemáticos y trascendentales para entender la fe rociera como son las casas de hermandad de Triana, Sevilla, Umbrete o Benacazón. Pocas son las personas que deciden irse a la cama para dormir una siesta que les permita aguantar hasta la noche y no perderse el anhelado salto de la reja.

En la hermandad de Huévar del Aljarafe, quienes menos tienen que esperar para que la Virgen del Rocío los bendiga con el privilegio de su visita, la tarde previa se vive con mucha intensidad. Apenas se descasa, y menos al encontrarse justo en un lateral del santuario, con el discurrir de cientos de personas en una u otra dirección. Aunque hay que atender a las visitas, siempre queda tiempo para la introspección. Es el caso de Dolores, una peregrina de esta localidad aljarafeña que viene cada año con su familia y que tiene claro cuál es su momento preferido de la romería: «El domingo por la tarde es mi momento. Yo me siento a las siete de la tarde en el poyete de fuera de la casa y aquí me quedo mirando a la ermita y a la gente que va pasando hasta que termina el rosario».

Son muchas horas sentada en el mismo sitio, ajena al jolgorio de la casa de hermandad, a los quehaceres propios de estos días y a otras tantas cuestiones, pero afirma que es su rato de reflexión, cuando más cerca se siente de la Virgen: «Si hay que preparar cosas, dar de comer al personal o atender a alguien que viene de visita, los demás de la reunión ya saben que durante esas horas no pueden contar conmigo. Es el momento con el que me quedo de la romería, y mira que me gustan casi todos». Hay tantos Rocíos como personas acuden a la aldea, y entre todos constituyen el descomunal cosmos al que todos pertenecemos de una forma u otra.

Sea como fuere, es Pentecostés en El Rocío. Andalucía está de fiesta. No hay motivos en la aldea almonteña para no estar alegres y de celebración, ya sea más festiva o más íntima, ante la inminencia de lo que da sentido a esta fiesta. Una fiesta que, conforme pasan los siglos, las décadas y los años, no hace más que crecer y traspasar fronteras. En unas horas, la Virgen del Rocío estará en la calle, y vamos a tener la suerte de poder vivirlo.