historia
Los últimos de Nueva Umbría
Cruzando el río Piedras se encuentra el antiguo poblado dedicado a la pesca del atún
Un espacio abandonado y anclado en el tiempo que merece ser recuperado como símbolo histórico de la almadraba onubense
Huelva trabaja para recuperar la tradición de la almabraba
Un paseo por la historia de quien pasó su niñez entre redes y corchas en la almadraba de Nueva Umbría
«Esto era un barco pesquero que salió con rumbo al mar. Salió con buena marea con dirección a pescar». Una coplilla grabada en la memoria de quien vivió su niñez entre redes y corchas en el hoy abandonado Real de la Almadraba de ... Nueva Umbría. Recuerdos que perduran en la vida de quien habitó un espacio dedicado a la pesca del atún que duerme en el olvido esperando ser recuperado.
Es Juan Fernández, 'el Pelao', como así se le conoce. Su padre y su tío fueron almadraberos, como después lo fueron el Juan y su hermano, que llegó a ser capitán de almadraba, como lo es hoy su sobrino. Para este arte milenario la transmisión de padres a hijos de los conocimientos prácticos para calar y dirigir una almadraba es fundamental, y de ahí la existencia de verdaderas sagas de capitanes de almadraba. En el estudio realizado por los profesores Juan Manuel Ruiz Acevedo y José Antonio López González 'El Real De La Almadraba De Nueva Umbría' narran como a mediados del siglo XVIII se caló en estas aguas la almadraba del Terrón, la primera almadraba fija en las costas del Golfo de Cádiz, y desde principios del siglo XIX fueron caladas otras muchas en el litoral onubense y hay constancia de la permanencia de una calada frente a El Rompido. Todavía quedan restos de viejas construcciones de principios del siglo XX conocidos como el Real Viejo.
Es en 1929, tras la creación del Consorcio Nacional Almadrabero, cuando es levantado todo un complejo de construcciones al servicio de la ahora llamada Almadraba de Nueva Umbría, heredera directa de la de El Terrón. Estas instalaciones están situadas en la flecha litoral, frente a El Rompido, y son conocidas con la denominación de Real de Nueva Umbría o Real Nuevo.
«Y un niño de 13 años entendía muy bien el mar, y le dice a su patrón vamos a tener vendaval». A Juan lo acompaña Antonio Rodríguez, 'el Vivo'. Juntos cruzan desde la moderna orilla del Rompido a bordo de la embarcación de www.flechamar.com. 'El Vivo' no habitó el Real pero sí lo visitó mucho con su padre. «Es la primera vez que vengo con zapatos», afirma. «Yo venía con mi padre a por pescado». Ese era el sustento de parte de las familias almadraberas. «Los peces que caían en las redes del atún y que no iban a aprovecharse se lo quedaban los marineros para venderlos, así se sacaban unos cuartos más», explica Juan. «También llegaban desde la otra orilla del río Piedras agricultores a vender la fruta y hortalizas para las familias que aquí vivían». Ahora todo ha cambiado. Al llegar al embarcadero que da entrada al Real de Nueva Umbría, Antonio mira hacia la orilla del Rompido con nostalgia «antes desde aquí solo se veían higueras y almendros» y las casas de los pescadores. Ahora éstas se funden en el paisaje con urbanizaciones y hoteles.
«Es necesaria la conservación, no solo de los edificios sino de todo su entorno y la creación de un centro de interpretación»
J. Manuel Ruiz Acevedo
Catedrático e historiador
«El patrón no le hizo caso, del niño se guaseó, alzó la mano derecha y una guantá le pegó. A mi no me pega usted, como niño le decía «que si mi padre viviera otra cosa pasaría». Juan Manuel Ruiz Acevedo, catedrático de latín de enseñanza Secundaria y miembro fundador de la Plataforma en Defensa del Real de la Almadraba de Nueva Umbría, lucha por evitar que el hormigón pase al otro lado de la orilla. «Tenemos que defender la historia de este lugar» y todo lo que supuso para el crecimiento de la zona. Es un espacio que merece ser respetado por su riqueza histórica y patrimonial y como Bien de Interés Cultural (BIC)». «El conjunto de actividades en torno a la pesca ha dejado una impronta, una huella, un patrimonio cultural que en cierta manera ha llegado a conformar una identidad común en las tierras bañadas por el Atlántico. Reconocer y valorar este patrimonio es reconocer nuestras raíces, y el reconocimiento y valoración de este legado pasa por conservarlo en la medida de lo posible y por darlo a conocer a la sociedad».
La pasarela de madera que cruza hasta la orilla opuesta de la Flecha trae viejos recuerdos. «En este lado es donde se ponían los corcheros que hacían las corchas», las ahora boyas características de la almadraba. La arena blanca los guía en el paseo por su niñez. En el Real vivían 914 personas «según las cartillas de racionamiento de la posguerra». Allí lo tenían todo para vivir durante la temporada de captura que iba de febrero a septiembre, aproximadamente.
«Mi padre era patrón y en el barco me embarcaba, en el bote de la luz para que yo me enseñara. Ha seguido el barco avante, un nublao se presentó. Empezó a caer gotitas y la mar se alborotó». El trabajo estaba perfectamente estructurado. Una orquesta en la que ningún instrumento desafinaba. Tocados por manos de gente curtida en el mar. Ruiz Acevedo durante el paseo señala las improntas de las manos negras en el alquitranero. «Aquí se preparaban los cables utilizados para calar la almadraba. Que se impregnaban en alquitrán vegetal y luego se dejaban escurrir aquí». Unas huellas de personas que, aunque ya no puedan ver la recuperación de la almadraba, merecen pasar a la historia tal y como se dejaron.
La vida en aquella época era más dura pero más sencilla. No había lujos (excepto para el capitán), pero «aquí teníamos a un practicante, y a un maestro escuela» además de los pequeños ultramarinos de la Corchera, la Molinera y el de la Pocera». Tenían el economato de la cantina del Consorcio Almadrabero para retirar alimentos con su correspondiente cartilla. Era una ciudad efímera que revivía cada año para la pesca del atún.
Un lugar en el que los niños correteaban descalzos y que vivía con emoción cada izada de bandera de los pesqueros porque «era señal de buena pesca». Si alzaban la 'colorá' significaba 500 atunes. Si era blanca, 1000». Con los barcos almadraberos a 12 km de la costa mar adentro, y durante la primera mitad del siglo XX es difícil adivinar cómo se informaban. Lo explica bien Juan Fernández, «desde la torre de la casa del capitán» en aquellos tiempos más alta se veía qué bandera se levantaba y desde la torre se informaba al pueblo. Los días de buena pesca todo era alegría y jolgorio colectivo pues a más atunes más riqueza había para todos». Hubo también días más negros, como cuando «llegó el vapor con la bandera a media asta». Significada que había pasado algo malo a alguno de los marineros «como cuando falleció Sacramento». Los recuerdos y las vivencias se van sucediendo a cada paso. Y tanto Antonio como Juan, son historia viva de aquel tiempo.
Reviven a la perfección, por ejemplo, la madrugada del 18 de agosto de 1947 cuando se produjo la detonación accidental del polvorín de la Armada en Cádiz y «todo el cielo se iluminó de rojo». La Guerra Civil también les cogió allí de niños, «una vez pasó un bombardero y nos fuimos todos corriendo a escondernos lejos de las casas. Todos corriendo a levante y mi padre se fue a poniente mientras mi madre lo llamaba. Afortunadamente no pasó nada», explica Juan.
Ruiz Acevedo es un firme defensor de la recuperación y conservación del Real de Nueva Umbría. Desde su estudio se proponen actuaciones de cara a que «la opinión pública y las administraciones se hagan eco de ellas. Como la preservación del espacio natural que acoge el Real, la consolidación y restauración de sus edificios. La creación de un centro de interpretación de la flecha y del Río Piedras que sirva de transmisor para el conocimiento y la visita guiada. Así como la creación de un museo de las almadrabas y la pesca del atún». La almadraba es historia que merece perdurar para las nuevas generaciones.
«Aquí tenemos el mal tiempo que el chiquillo anunció. Ha venido una mar por proa por la banda de estribor, maldita sea la ola que al barco al fondo tiró».
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