Beatriz Flamini, tras estar 500 días aislada en una cueva de Motril: «No pensé en tirar la toalla ni una sola vez»

La deportista ha explicado a la prensa sus sensaciones tras batir el récord mundial de permanencia bajo tierra

Quién es Beatriz Flamini, la mujer que ha vivido aislada 500 días en una cueva de Granada

«Ha sido una experiencia insuperable»: sus primeras palabras tras salir de la cavidad

El primer andaluz vivió hace 23.000 años en una cueva de Granada

Flamini, en el momento en que sale de la cueva Reuters

Álvaro Holgado

Motril

500 días de soledad en una cueva. En la localidad de Los Gualchos, en Motril, Granada. Enterrada. Incomunicada. Al cambio, el tiempo transcurrido son 16 meses. Un año y medio de su vida. La historia de Beatriz Flamini se podía leer ya ... en su mismo rostro este viernes 14 de abril de 2023. Una persona exhausta, feliz, consciente de que ha conseguido hito histórico para el ser humano.

El último español que se metió en una cueva como ella, aguantó 64 días. Otros en todo el mundo calcularon 200 como máximo. Pero ella no solo dobla con mucho los registros hasta la fecha, sino la forma. Nadie, hasta el momento, se había atrevido a aislarse de esa manera. Al menos tenían canales de comunicación, referencias, prensa, un reloj. Algo.

«Yo sigo anclada en el 25 de noviembre de 2021», confiesa en la rueda de prensa que ha dado ante los medios para explicar su experiencia. Todo lo ocurrido es «una larga noche oscura», relata, y en toda ella, no ha hablado con nadie. No ha visto la luz del sol. No ha tenido ni una sola referencia del exterior.

«Solo me concentraba en el presente. Si comía, pensaba en que estaba comiendo, si leía, pensaba en lo que estaba leyendo. Tengo sed, bebo. No pienso en el pasado ni en el futuro, sino en el presente», ha explicado.

Flamini demuestra con solo abrir la boca que es una personalidad especial, ella misma lo admite. Con una sonrisa de oreja a oreja cuando salió de la cueva, declara que «no ha sentido nada» al volver a ver la luz del sol. Dice que ha necesitado la ayuda de un equipo implicadísimo, al que, según ella, debe todo, pero «la historia es suya, el mérito es todo suyo», admiten estos.

Flamini es una deportista de élite, escaladora y espeleóloga, que se retiró de las Olimpiadas por decisión propia. Su especialidad era el kárate. La mentalidad, insiste, ha sido la clave para llevar todo esto a cabo. Ha puesto su cuerpo al extremo. Su realidad se ha reducido a una cavidad de 30 metros cuadrados. Y sí, el mundo ha cambiado mientras tanto. La guerra en Ucrania, las consecuencias de la pandemia de la Covid, la inflación, los procesos electorales en cada uno de los países del globo. Pero todo le es ajeno. «Solo me preocupa el ahora».

Moscas

La vida en la cueva, ha explicado, no tenido grandes sobresaltos. «Las moscas», ha asegurado, ese fue su mayor problema. «Hubo una invasión de moscas». Por lo demás, en el proceso «ha habido momentos muy bonitos. Preciosos. Como este, por ejemplo», señala, refiriéndose a su salida.

Flamini, una persona en paz ante la batería de preguntas constante por parte de los medios, no ha titubeado apenas. Ante preguntas de índole personal, contestaba desde la más absoluta normalidad. Sobre la cueva, ha señalado que «es una cueva estupenda, muy amable» y que le servirá, sin quitar el mérito de lo conseguido a nivel histórico, como «un entrenamiento profesional y mental para un viaje a Mongolia».

Flamini, con su equipo saliendo de la cueva y abajo, en dos imágenes durante su estancia en la cavidad Reuters

«Me he dedicado a tejer, a estar, a disfrutar. Estoy donde quiero estar. He salido sonriendo, cantando, con muchísima energía. Del aquí, del ahora, del vivir. Sabía todo lo que me podía pasar antes de entrar. Conocía todos esos riesgos y los asumí. Los primeros chequeos que me han hecho dicen que estoy bien, aunque todavía no me he podido duchar», señala.

Intercambio «cada cinco cacas»

El día a día en la cueva se ha basado en eso, en el «ahora». Las defecaciones, «cada cinco cacas», las subía a la superficie. Siempre a través de intercambios que se realizaban en un punto intermedio de la cavidad donde no es posible cruzarse ni mantener comunicación. Por ella ha bajado una tonelada y media de material y alimentos para esta experiencia; ha consumido 1.000 litros de agua. Al mismo tiempo, Beatriz, en esa inmersión personal y física, ha leído 60 libros.

Esa forma de evasión a través de la lectura, cuenta, ha sido clave. «Era como si otra persona me lo contara», responde. No proyectaba en exceso. No ha habido ninguna actividad mucho más excitante que esta. Los miembros del equipo que la han acompañado desde la superficie le dejaron dos botellas de vino en la cueva, a modo de juego, aunque no las llegó a encontrar. Tampoco se las hubiera bebido, ha señalado.

Con ese tesón, esa voluntad y esa forma tan singular de vivir una experiencia extrema como esta, los expertos señalan que «sólo alguien como ella podría haberlo conseguido». Todo un equipo del área de psicología de la Universidad de Granada, dirigidos por el catedrático Julio Santiago, estudian las consecuencias a nivel mental. Beatriz señala no sentirse como «un conejillo de indias», aunque su caso y su vivencia dará la vuelta al mundo. Lo más llamativo ha sido su entereza. A la pregunta de si pensó en al menos un momento de todo este año y medio en tirar la toalla, es clara: «Ninguna».

Asegura que está escribiendo un libro y que muchas de las páginas han sido escritas en la misma cueva. Pero no se quedará ahí, toda la experiencia ha quedado recogida en horas y horas de grabación que explicarán con imágenes algo difícilmente explicable de otra forma.

Fue la propia Beatriz quien hace dos años se puso en contacto con la productora Dokumalia y se ofreció para este reto, prestándose además a participar en esos diversos estudios científicos dirigidos a evaluar la repercusión mental y física de las condiciones extremas a las que se iba a enfrentar. Durante estos 500 días ha estado acompañada de dos cámaras GoPro, sin pantalla que contengan referencias de horas ni días, para narrar paso a paso sus vivencias.

El resultado quedará reflejado en una serie documental en la que se ha registrado su vida cotidiana bajo tierra; comidas, ejercicios, sus días malos y buenos, sus problemas y dificultades, sus dudas, los cambios en su cuerpo y su mente, la longitud de sus días y noches, su sensación de haber entrado en un bucle eterno de tiempo detenido a las cuatro de la mañana, momentos de terror y euforia. También, la falta de memoria y concentración, alucinaciones, cambios de humor e incidentes imprevistos.

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