LA CERA QUE ARDE
La ola y los merluzos
El deán Pérez Moya ha rescatado el término «merluzo»
Turistas en el Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral
Antes de que nos lobotomizaran las cabezas sabíamos que en verano hacía calor y en invierno, frío. En Córdoba , hemos convivido con el concepto «entretiempo» más por cortesía hacia el mismo que por conocimiento del hecho estacional. De la manta y mesa camilla ... al ventilador y la silla de anea en la puerta solo había una mínima transición de rebequita en los anocheceres. La muchachada, en verano, podíamos salir con las bicis por la tarde para disgusto de las madres pero, como contraprestación, guardábamos las dos horas preceptivas de digestión antes de volver al agua. Eran otros tiempos con indiscutibles certezas, con relativas prudencias heredadas y sin ruido generalizado. Después de la Logse llegó la ola de calor, el golpe de calor, la hidratación y los sabios consejos de «no salga usted, buen hombre, a correr con mallas largas a las cinco de la tarde por el Vial que le puede dar un jamacuco». El jamacuco es ahora, como digo, el golpe de calor. Los imprudentes, los de toda la vida.
Cada año teníamos nuestra poquita de flama sahariana, con días de cielo pardo y noches de insomnio. Suele seguir siendo habitual, pero ahora le llamamos cambio climático. El apocalipsis cada verano. El fin del mundo cada invierno con la gota fría. Los gurús de la meteorología tratando de salvar nuestras almas. Los avisos y las alertas. Los expertos. La gente que sabe mucho de todo para los que no sabemos de casi nada y tenemos que consultar Google para ver cómo se prepara un café que no sea de cápsula. El calor, la calor, la vida moderna, la intranquilidad.
A veces hay que mirar atrás para ver cómo hemos llegado a sobrevivir, y recuperar recuerdos. Lo hacen ya los que tienen su Naranjito particular con las camisetas de Córdoba 2016, Ciudad Europea de la Cultura. Gente más mayor, incluso, que recurre a las viejas expresiones para defenderse de un mundo nuevo lleno de viejos pecados. Ha pasado esta semana en las redes sociales, cuando los chivatos de siempre, que antes de la Logse no hubieran sobrevivido a medio recreo de la EGB, se ponían estupendos al hilo de las caras tunantes colocadas en la Puerta de Almodóvar para acusar al Cabildo de que cuelga carteles clavados en la Mezquita Catedral. «Esos curas ponen carteles con clavos en los muros, seño». Entre los chivatones, los de la Plataforma de la Mezquita, a los que don Manuel Pérez Moya , deán de la Catedral no tuvo más remedio que llamar «merluzos» en la redes sociales. Merluzo es una palabra que deberíamos rescatar en este ictiófago país. Don Manuel es hombre tranquilo y prudente, pero supongo que hasta al mismísimo santo Job le llegan a tocar el cleriman. Merluzos porque acusan sin saber, siempre con la escopeta cargada, a la que salta. Y porque, entre las acepciones del término, existe cierto cariño y no llega a ser un insulto contundente, si es que lo fuera. Otra cosa es que te llamen merluzo como hijo de la gran merluza. Pero estoy seguro que este no es el caso.
Todo es producto del calor, que nos pone nerviosos.
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