Verso suelto

Mínimo esfuerzo vital

La paguita servirá para que en los barrios pobres muchos sigan narcotizados por los subsidios

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, al presentar el ingreso mínimo vital Ignacio Gil

A todos los que en estos días se queman y piden cabezas cuando ven a España en manos de ministras de una inmadurez enternecedora, ministros ebrios de poder que se envalentonan al defender sus mentiras y vicepresidentes rasputinescos que aprovechan para ... saquear cuando hay disturbios, les digo que se tomen una tila y se sienten a disfrutar del espectáculo con un poco de sarcasmo. Por eso el destrozo no va a ser más pequeño, pero al menos será divertido, ya que de todas formas no habrá manera de evitarlo. La estabilidad y la curva ascendente de la economía son bastante más aburridas que este espectáculo diario con giros de guion imprevisibles que anima las tertulias aunque la mascarilla se coma los matices del lenguaje no verbal. A esta legislatura le quedan tres años largos y cuando termine es más que probable que al frente siga el mismo y que necesite los mismos apoyos.

Las redes sociales y la tendencia humana a escuchar a la gente que es afín crean en muchos la ficción de calles hartas de un Gobierno que pensó que era más importante una manifestación feminista para pedir derechos que existen desde hace cuarenta años que protegerse contra un virus de transmisión muy fácil. Esto es tan cierto como que no pagarán por ello, porque los que están en contra se han olvidado de que los valores dominantes , de la gente con la que ellos no hablan y también de algunos con los que se cruzan todos los días, se corresponden con el modelo que este Gobierno intentará levantar a partir de ahora.

Cuando se han terminado los aplausos en los balcones para tapar la falta absoluta de medios de quien decreta estados de alarma como pita penalties, llega ahora el ingreso mínimo vital, la paguita que de aquí a unos cuantos años tendrá disparadas las cifras de paro y llenos los parques y los bares. Lo aprueban cuando se ha conocido una pavorosa tasa del paro en Córdoba , del 30%, y con varios barrios entre los más pobres de España. Aunque a este mínimo esfuerzo vital lo envuelvan con verbos hermosos como ayudar y ortopédicos como insertar, que parece que la gente es una moneda para sacarse una lata de refresco, en realidad servirá sobre todo para que tantos sigan igual. Igual de mal o igual de resignados a una vida narcotizada por la droga de los subsidios, que es mucho más adictiva que las de los laboratorios , porque ancla en la miseria y deja tiempo libre, permite tirar a muchas trancas y más barrancas y a cambio libera de la esclavitud del coraje y del sacrificio de quien tiene que madrugar y renunciar a una tercera parte, o más, de sus días, para ganarse un jornal limpio con el que mejorar.

El aplauso de los partidos que alguna vez creyeron en la meritocracia antes que en igualar por muy abajo es menos electoralismo que un reflejo social: gran parte de España, y desde luego todavía esta Córdoba conservadora, habla de trabajar pero primero dice «tener que», como una obligación de pobres. Admira a quien vive de las rentas suficientes para aparentar, censura -«pues no se cree que va a heredar la empresa»- al que se deja la piel en el tajo por cuenta ajena y se ríe del autónomo que se multiplica para ganar dinero. En el fondo esta sociedad que fomenta las paguitas y verá bien el lógico fraude es tan servil y sandokaniana que hasta ese ministro henchido de soberbia se parecía a Rafael Gómez : «Dimite tú».

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