Pasar el rato

Tal como somos

Las consecuencias morales del virus serán las mismas que en toda tragedia: Hará mejores a los mejores y peores a los peores

La plaza de los Trinitarios, vacía el Domingo de Ramos de 2020 Valerio Merino

Dicen los psicólogos de telediario que el coronavirus cambiará la actitud de los españoles hacia sus semejantes. Nos hará más pacientes, más generosos, más amorosos. Las calles se llenarán de niños que comparten su merienda con compañeritos menos afortunados; dóciles adolescentes que ayudan a ... las viejecitas a cruzar por los semáforos; policías que nos harán llorar con sus sentidas observaciones sobre el deber ciudadano, a los que deberemos suplicar insistentemente que nos multen; funcionarios comprensivos, tolerantes y afables, como un error político; médicos sin prisa, abogados sin prisa, profesores sin prisa; políticos humildes, artistas humildes, intelectuales humildes. Gente que se cede el paso en las puertas, en las aceras, el asiento en los autobuses. Hombres y mujeres sonrientes, bienintencionados, ayudadores. Y para que la vida en España fluya virtuosa y feliz, como en un episodio de «La patrulla canina» , hará falta, además, que Pablo Iglesias se vaya con sus ahorros a vivir a Venezuela, y Pedro Sánchez dimita, para ingresar como reponedor en la plantilla de Mercadona. Si logra superar las pruebas de selección. Esa España blandita y meliflua no la soportaríamos. Hace falta lastre para que el barco navegue en línea recta. Lo deseable es que el coronavirus cambie a los psicólogos de telediario, y a los demás nos deje por dentro como estábamos, porque no estábamos tan mal. Y eso se está viendo estos días en los balcones, en los supermercados, en los hospitales, en las farmacias, en los cuarteles, en las comisarías, en nuestras casas. Esa actitud no viene del coronavirus. La gente la traía puesta de mucho antes. De toda la vida. De generaciones precedentes. Lo que pasa es que no había tenido ocasión de utilizarla en grandes cantidades. Las consecuencias morales del coronavirus serán las mismas que las de todas las grandes tragedias en la historia de la humanidad: hará mejores a los mejores , peores a los peores, y todos los demás, que somos la mayoría, nos quedaremos como estábamos. Y no estábamos tan mal. Con algunos retoques sentimentales en el alma, que nos habrá aportado la adversidad. Con eso iremos tirando hasta la próxima desgracia, que heredarán nuestros nietos. Quiera Dios que también ellos hayan aprendido algo.

Cuando volvamos a encontrarnos en las calles y en las tabernas , que son refugio de la gente de bien, nos miraremos como actualizándonos, y nos diremos lo que se ha dicho en Córdoba toda la vida: Me alegro de verte. Pero esta vez, anteponiendo un poderoso adverbio exclamativo, que nos saldrá espontáneamente del alma: ¡Cuánto me alegro de verte! Y nunca habrá sido más cierto, y lo diremos poniendo toda la sangre en la garganta. El tiempo irá devolviendo la sangre a su fontanería, para que no haga exagerada la convivencia. Pero la alegría de vernos permanecerá . Cuánto me alegro de verte. Eso ya nos lo decíamos antes del coronavirus. Pues ahora, con más motivo. El coronavirus no nos hará distintos. Nos hará lo que en realidad hemos sido siempre. Aunque no lo supiéramos ver y no lo pusiéramos muchas veces en práctica. Vivimos rodeados de buena gente, gente que va iluminando la tierra. Gente que nos importa y a la que importamos. Gente con la que da gusto vivir, y a la que echaremos de menos en la hora de la muerte. A ver si va a resultar que este año, sin ritos ni ceremonias, estamos viviendo en Córdoba la Semana Santa más pura de la historia: Amándonos los unos a los otros, como Él nos amó.

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