VERSO SUELTO
Grillos sin tiempo
Se les escucha pero no se les encuentra, como esa música que vuela donde la quiera llevar el viento
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Iniciar sesiónEstas noches agradables de verano con que ha entrado julio, a ratos frescas y a veces frías conforme pasa la medianoche, sirven para reencontrarse con los grillos . Las casas modernas son estériles de pura limpieza y ya es raro que un ... grillo se cuele en un patio y que se le deje vivo. Habrá niños que los confundan con las cucarachas que parecen escapadas de las pesadillas o hasta con los atléticos saltamontes , pero aunque no los vean en sus casas, ellos no han dejado de iluminar las noches de verano con un canto que es a la vez melodía que arrulla hacia el sueño y voz del hábito de que todo está en su sitio, de que uno podrá cerrar los ojos con la tranquilidad de que el mundo sigue ordenado.
Cuando se ha recogido la mesa de la cena, los coches pasan con la frecuencia de lo que está fuera de hora y el mundo traslada el bullicio a los paseos tranquilos y a los veladores, se escucha a los grillos. A veces hay como dúos de ópera entre unos y otros, pero casi siempre es una sola voz que se basta y se sobra para llenar las plazas grandes y los jardines de las urbanizaciones con una sonata de violín que nunca dejará cansancio.
La queja del páramo infernal que puede ser Córdoba en verano tiene que durar cinco minutos, como todas las quejas. Una vez que sea de noche, y si a esas horas ya brota menos fuego del asfalto , los grillos recuerdan que se puede salir a la calle, y entonces incluso habrá que apagar la música, porque ninguna será más dulce que la suya. La conversación los tendrá en ciertos lugares como los ángeles que velan para que los silencios sean menos incómodos, y el que disfrute de la lectura en una terraza o en una casa de campo sentirá casi un masaje en los oídos mientras pasa las páginas y el verano parece de verdad aquel territorio feliz de la infancia en que no había que vivir en los compartimentos antinaturales de los horarios.
Cuando era chico en mi pueblo había gente que los tenía como mascotas y los alimentaba con tomates rebosantes de color, jugo y de sabor todavía en aquellos tiempos. Cautivos en jaulas de alambre tan diminutas como ellos, de noche tomaban el testigo de música popular que habían tenido los canarios durante todo el día. Dicen que la longitud de onda hace que su voz suene de la misma forma en los dos oídos humanos, y por eso resulta casi imposible saber de qué lugar viene la canción con la que los machos llaman la atención de las hembras. Se les escucha, pero no se les encuentra, como esa música que aunque esté grabada en un disco vuela donde la quiera llevar el viento, el mismo viento que estudiaba Florentino Ariza para que el violín llegase a los oídos de Fermina Daza en «El amor en los tiempos del cólera» . Es más bonito pensar que viven atrapados en el tiempo, como las olas de las vacaciones de la memoria, como las conchas que se guardaron y que todavía cuentan historias del inmortal Mediterráneo aunque lleven años en un armario a 200 kilómetros del mar.
Cuando lleguen las noches tropicales habrá que tener fortaleza y vencer la tentación de cerrar las ventanas para que el aire acondicionado, industrial y contundente como la motosierra que termina con la sombra de un árbol, proteja la casa y los cuerpos de las llamas invisibles de la oscuridad. Quizá sea placentero dormir tapado cuando el mundo se derrite, pero no será tan dulce el sueño como el que se coge acunado por el canto de los grillos, tan sin tiempo y sin espacio como el olor a jazmín de los cines de verano .
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