Perdonen las molestias

Alcalde Anguita

El fallecido político fue capaz de crear un símbolo pese a ser refractario al marketing político

Anguita y Zurita de Julián entrega una insignia al Rey Juan Carlos ABC

En uno de los centenares de vídeos de Anguita que circulan como reliquias por la red, el ya malogrado ex alcalde de Córdoba relata una anécdota que retrata el influjo hipnótico que ejerció durante años sobre gente situada en las antípodas de sus ... convicciones políticas. Se acercaban las elecciones municipales de 1983. Las que revalidaban la inesperada victoria de un alcalde comunista en la única capital de provincia de España.

Una comisión de vecinos entró en su despacho. «Una asociación de la zona más pudiente de Córdoba. De derecha extrema y más allá», describió Anguita ante un auditorio expectante. Uno de los vecinos tomó la palabra. «Nuestro barrio es donde la gente paga más impuestos» , protestó. «Era verdad» , apostilló el ex alcalde ante los asistentes. Prosiguió el vecino: «Y es donde el Ayuntamiento no ha hecho nada». «Era verdad», admitió nuevamente Anguita.

Y, en medio de la tensión que electrizaba el aire, el joven regidor respondió. «Miren ustedes: si yo gano las elecciones, esto va a seguir así». Un murmullo de desaprobación recorrió el despacho. Anguita les pidió calma. Y continuó. «Verán. No tengo nada contra ustedes. Pero resulta que yo soy comunista y estamos cogiendo su dinero para invertirlo en El Veredón y El Higuerón ».

El silencio se cortaba con un cuchillo. Y el más ceñudo de los vecinos miró fijamente al alcalde y descargó: «Ole sus cojones. Le voy a votar» . El auditorio de Coín estalló en una atronadora salva de aplausos. Semanas después del incidente con los vecinos, Julio Anguita arrasó en las urnas. Obtuvo 17 de los 27 concejales de Capitulares y acaparó el 58% de los votos, un resultado estratosférico que hoy parecería pura ciencia ficción.

Había nacido el mito del Califa Rojo . Un maestro de escuela espartano, roqueño y serio como una estatua de Séneca, que dinamitó el perfil de político al uso complaciente con los votantes. En el episodio de los vecinos anidan las claves sobre cómo logró arrancar la confianza de un sector conservador que hasta ese preciso instante abominaba de los comunistas como de agua hirviendo. Anguita era un hombre de orden. Utópico, revolucionario y martillo pilón del capitalismo, pero un hombre de orden. Y eso, en el imaginario colectivo de la derecha tradicional , marcada por las convulsiones sociales del XIX y el XX, era un bálsamo tranquilizador.

Refractario al marketing político , se labró una acreditada imagen de hombre a cuerpo descubierto. Jamás se plegó a la tiranía de lo conveniente. Defendió sus convicciones sin circunloquios y hurgó en todos los tabúes de la acomodada España democrática . Desde esa perspectiva, ha constituido un fenómeno único en el ecosistema edulcorado del juego parlamentario español.

Se le podrá reprochar su envaramiento dogmático o su escasa cintura, pero su voz imperturbable frente a los abusos del sistema resonará durante décadas. Por ese lado, España pierde a un agitador intelectual irreemplazable . Exhibía una autenticidad rotunda. Sin fisuras. Y ese rasgo humanizaba al personaje que, quizás, nunca quiso ser. Porque Anguita, de alguna manera, fue líder carismático a su pesar, empeñado como estaba en despertar la conciencia cívica de quienes le escuchaban para que asumieran la responsabilidad histórica de labrar su propio destino más allá de referentes insustituibles.

No lo consiguió . La tarde que entró al Ayuntamiento por última vez, ya convertido en memoria, decenas de vecinos suyos se apostaron en silencio bajo la lluvia tenue para ofrecerle su respeto. Un conmovedor y merecido respeto.

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