MIRAR Y VER
El Papa que no quiso los zapatos rojos
Decidió llamarse Francisco, primero de la historia, con la voluntad de asemejarse y seguir los pasos del santo pobre de Asís, en su pobreza y humildad
Córdoba y el Papa Francisco: una relación marcada por la fe y el cariño
Tras la fumata blanca, todo se volvió expectación. Un papa argentino, el primero de Latinoamérica, con el que el Sur llegaba a Roma, y jesuita, primero de la Compañía de Jesús, que decidió llamarse Francisco, primero de la historia, con la voluntad ... de asemejarse y seguir los pasos del santo pobre de Asís, en su pobreza, humildad y amor preferencial hacia los desamparados y excluidos. «Primereaba», con esa palabra con la que expresaba la necesidad de tomar la iniciativa, adelantarse, dar el primer paso.
«Quiero una Iglesia pobre y para los pobres» y se empeñó en ello con hechos y palabras que interrogaron al mundo. Vistió sotana y esclavina blanca, sin más; rechazó el anillo papal de oro y prefirió uno de austera plata; tampoco lució la dorada cruz pectoral, sino la misma que lo acompañó desde que fuera obispo, con la imagen del buen pastor, porque eligió ser el papa de las periferias, geográficas, de Lampedusa a Indonesia o Mongolia..., y existenciales: «Id a las periferias, que suelen estar llenas de soledad, tristeza, heridas interiores y pérdida de ganas de vivir», un «hospital de campaña» donde sanar las heridas del mundo. Tampoco quiso calzar los zapatos rojos. Tal vez pensó que con ellos nadie le llegaría a la suela, y quiso ser, -como la Iglesia sinodal que soñó-, el Papa de «todos, todos, todos». Declinó vivir en Palacio Apostólico y marchó hacia la Casa de Santa Marta, más sencilla y comunicada, como papa necesario de una Iglesia «en salida», que prefiere «una Iglesia lastimada porque sale a las periferias existenciales del mundo, que una Iglesia enferma porque se queda encerrada en sus pequeñas seguridades». Francisco ha sido un Papa fraterno y prójimo, con «olor a oveja y sonrisa de padre», tal como pedía a los sacerdotes. Sus palabras profundas, al alcance de todos, a pie de vida, sorpresivas, reformistas, exigentes o emocionantes, han defendido la vida desde su concepción hasta el último aliento, la cultura del encuentro y del cuidado contra el descarte de los más débiles y vulnerables, la condena de las ideologías, del modelo económico predominante, el auxilio a inmigrantes y desplazados, el pacto global por la educación, la protección de la creación y la lucha por la paz. Valiente, ha abierto las puertas de la Iglesia de par en par a todas las confesiones religiosas, posiciones políticas e ideológicas, culturas, edades y situaciones vitales, papa misericordioso para el que nada humano ha sido ajeno, en la fe firme de que el Evangelio es buena noticia y feliz para el mundo, y todos hijos de Dios. Dicen que morimos como vivimos. En su testamento expresó la voluntad de ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor en un nicho en la tierra, sin decoraciones y con una única inscripción: «Franciscus». Nos dejó el día de la Resurrección, su último legado de esperanza.
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