Mirar y ver
Al calor de tantas cosas
La climatología se ha habituado a ningunear el calendario de las estaciones, porque, a veces, «el sol,/ cuya edad es solo un día», según Calderón, se perpetúa en el tiempo y azuza al verano con su ardor
Tenía elegido otro motivo y guardadas distintas palabras para esta columna. Pero, la creatividad humana es antojadiza y obstinada; si se enreda en una idea es difícil hacer que la abandone y así ha ocurrido esta semana. ABC en mano, la tinta señalaba una fecha ... de manera reiterada, 31 de mayo, que reclamó mi atención, y no porque celebre en este día mi onomástica, sino porque no creí que llegara tan pronto. ¿El santo? No.
Me refiero al inevitable calor. Hemos andado disfrutando de un corto invierno y una larga y placentera primavera, pocos días de frío en los que apenas han trabajado los abrigos y mantenidas temperaturas apacibles de manga corta e inusual chaqueta, olvido en armarios de varias temporadas.
¡Qué pronto nos acostumbramos a lo bueno y qué fácil es engañar la memoria! La información anunciaba la activación del primer aviso amarillo por calor del año. Hoy no se hablará de otra cosa, en las calles, en el trabajo, en los móviles y en las redes, porque llegaremos a los 40 grados, previstos por la Agencia Estatal de Meteorología.
Mientras me lee, el termómetro irá subiendo sin piedad y las noticias harán referencia a Córdoba como si fuese el lugar más tórrido de la tierra. ¿De qué otro asunto me podría ocupar?
La climatología se ha habituado a ningunear el calendario de las estaciones, porque, a veces, «el sol,/ cuya edad es solo un día», según Calderón, se perpetúa en el tiempo y azuza al verano con su ardor. Sin embargo, malviviríamos sin el calor de la energía, del entusiasmo, del coraje, del fervor, que anima nuestras acciones. No podríamos vivir faltos del calor del cariño, de la familia, de una mirada cómplice o de un abrazo de los que salvan. Crecemos al calor insustituible de los amigos. Somos cuando nos decidimos a dar calor a quien se enfría en los bancos tristes de la vida.
No moriremos abrasados, mejor abrazados al calor de la pasión y del amor de una piel a la que llamamos por su nombre tú. Por eso, la paloma de Alberti no era de aquí; de serlo no se hubiese equivocado ni jamás confundido el calor con la nevada.
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