La Graílla

Lectores de ocasión

Caminan con ojos tristes de perro sin familia, a la espera de un título que los haga felices en sus páginas

Si el oro se desdora

Como regresaban los nómadas de las atracciones de Feria y de los puestos de churros para ofrecer la felicidad en fichas y chocolate acogedor, entre los árboles otoñados del bulevar del Gran Capitán ya están otra vez las colecciones antiguas de libros ... que no se vendieron del todo y los ejemplares ajados por los años de algún autor al que el lector no tuvo la curiosidad de acercarse aunque conozca su nombre y su estilo.

De todos los ciclos culturales que se repiten cada año es del que menos se habla y sin embargo el que mejor simboliza lo que la literatura representa para los seres humanos.

Si abrir un buen libro es vivir una vida distinta y pisar las calles de un lugar que nunca se podrá recorrer con los pies, hacerlo de la mano de esos libros que no son de novedades ni llegan con campañas de promoción, entrevistas y portadas que asaltan desde los escaparates multiplica la emoción porque la añade la sorpresa.

Por un instante uno se siente como el que ha descubierto un tesoro o ha llegado donde no había estado nadie desde hacía muchos años, y se siente con la necesidad de contárselo a los demás, aunque tenga que explicar el nombre del autor y por qué lo que le ha leído le parece tan bueno.

Tal vez aquellas reediciones felices de García Pavón en que tantos conocimos la exquisitez de su estilo y de su mirada nacieron como un chispazo en una Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, y quizá en alguna de ellas algún lector curioso encuentre una joya de José Jiménez Lozano y navegue feliz entre 'El mudejarillo' y 'El sambenito'.

Son días para atreverse con las perlas deslumbrantes de Alejo Carpentier y quizá para encontrar en algún viejo Carvalho la raíz de los males de este tiempo. Puede ser el momento para acercarse a algún clásico al que siempre se puso en espera, pero el espíritu de las letras debería soplar de vez en cuando y conseguir que aquel libro que sólo alcanzó una edición y que no animó a su autor a seguir escribiendo caiga en las manos que debe y haya un lector que piense que no se derrochó el papel que se le dedicó hará ya unos cuantos años.

El ateo cruzará los dedos y el creyente rezará un Padrenuestro para que la Providencia le ponga en el camino de un descubrimiento feliz que vendrá en un libro de tipografía anticuada y de nombres desconocidos que ellos intentarán que dejen de serlo.

Ambos, cuando la cosecha que hayan hecho después de un rato haya dado unos cuantos buenos frutos y los que vendrán, caerán en la cuenta de que los que están de ocasión son los que son como ellos, y que más que adoptar un libro que dejó hace mucho tiempo los escaparates y las estanterías de las tiendas, caminan entre los expositores con los ojos tristes de los perros sin familia, en busca de un título compasivo que los atraiga, les abra el mundo que está en sus letras y los haga felices al menos por el tiempo en que no hayan llegado a la última página y se queden otra vez huérfanos preguntándose qué leer.

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