Pasar el rato
La guitarra
El maestro artesano termina su obra, la exhibe y dice al guitarrista: Ahí la tienes, tócala, no le rompas el perfil. Y la cogen Paco de Lucía o Merengue
Como Dios manda
Policía Local
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Iniciar sesiónHay palabras que no necesitan la compañía de otras para trascenderse, porque llevan la fuerza necesaria en su propia entraña. Madre es la primera de todas. Inmediatamente después, amigo. El jueves pasado estuve en una comida de amigos, a la que puso luz con su ... guitarra el gran Merengue de Córdoba. Entre amigos andaba el rasgueo. Y el domingo publicó este periódico una entrevista a don José Rodríguez, constructor de guitarras. Las cosas no suceden porque sí, sino porque tienen que suceder. Por eso este artículo debía tratar de la guitarra. Estaba de Dios. Otra cosa es que el columnista no tenga pluma suficiente para cantarle a la gloria. Pero la guitarra llegará donde la pluma no llegue. Si está atento, el lector oirá lo que no haya podido leer.
En la calle San Pablo, de Córdoba, hay un maestro artesano que hace guitarras. Y de aquí, al mundo. José Rodríguez se llama, ya ha quedado dicho. Trabaja para los mejores y construye los mejores instrumentos. Se trata de un artista que tiene claro lo fundamental. Porque arte es lo que hace, lo que hace está en la base del arte, es la base del arte de la guitarra. Él pone el prólogo a la belleza, sin él no existiría la música. No es un trabajador, es el resultado de una pasión. ¿Cuánto se tarda en aprender a construir una buena guitarra? Toda la vida, toda la muerte y la eternidad de propina. Ese hombre le dará amenidad al paraíso.
Por eso don José Rodríguez es un maestro constructor de guitarras, y no un mecánico o un técnico o un funcionario de las cuerdas, oficios necesarios y respetables, pero que ni rozan siquiera la belleza. Un hombre así no tiene quien le suceda, porque su arte no se puede enseñar, sólo se puede aprender. Con vista, tacto, oído y sentimiento. Él sabe por su ocupación lo que García Lorca escribió hace más de un siglo en el 'Poema del cante jondo', que a la guitarra «es inútil callarla. Es imposible callarla».
Algunos quehaceres necesitan algo más que trabajo para lucir, aunque no existirían sin esfuerzo. El genio, decía humildemente Baudelaire, es una larga constancia. Sí, maestro, cómo podríamos dudar de alguien tan grande como usted, pero a condición de que haya previamente una chispita de genialidad a la que aplicar las horas y los días. Si no, como se dice en esta tierra, tontería que briegues.
El maestro artesano termina su obra, la exhibe y dice al guitarrista: Ahí la tienes, tócala, no le rompas el perfil. Y la cogen con mimo Paco de Lucía, para quien construyó, o Merengue de Córdoba, y se produce el milagro de la transfiguración de la madera. No es lo mismo una guitarra que otra, y José Rodríguez nunca permitiría que la sangre de la guitarra corra por cualquier cuerpo. Él da a su creación las venas limpias y fuertes por las que se irán desangrando en cada concierto los dedos de los genios.
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