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Pasar el rato

Policía Local

Y sin llegar a agradecerles que me hayan multado, no les guardo rencor, aunque no me propongo incluirlos entre mis amigos más queridos

José Javier Amorós

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Pareja de la Policía Local de Córdoba. Varones. Altos, longilíneos, bien plantados sobre una firme personalidad. La pistola disuasoria ajustada a la joven cintura. Parecen el presidente del Gobierno en uniforme de combate. He detenido momentáneamente mi coche en un lugar de Gran Capitán ... donde todo coche momentáneamente detenido sobra. Cuando los veo avanzar hacia mí, desenvueltos, marciales, seguros, como si hubieran estado años preparándose para este momento sublime, lamento no haber llevado una vida más virtuosa. Aunque me esfuerzo, no logro descubrir en mi pasado delitos superiores a un estacionamiento impropio de un hombre honrado, un pequeño exceso de velocidad en carretera o retrasos indebidos en pasar la ITV. Comportamientos que harían sonreír a un ministro de Pedro Sánchez, acostumbrado a las fuertes emociones penales. A pesar de todo, y por causa de una defectuosa educación moral y sentimental, me recojo en oración y le pido a Dios que aparte de mí este cáliz. No me hace caso. El que parece dirigir el comando me saluda cortésmente, con un ligero toque militar de la gorra, y en un lenguaje respetuoso y sobrio, apenas una frase, me da a entender que no estoy actuando como la sociedad cordobesa espera de mí. Bajo la cabeza en señal de arrepentimiento, aunque no recuerdo que la sociedad cordobesa me haya dicho nunca qué actuación espera de mí. Pero hay cosas que no es prudente discutir con un policía local en el ejercicio de su cargo. Quizá cuando esté fuera de servicio puedan mantenerse con él debates sobre el ser y el actuar, pero mientras nos multa es preferible abstenerse de toda consideración filosófica. Son cien euros. Cincuenta, si paga pronto. Extiende la receta, saluda de nuevo, y vuelve a su vehículo, indebidamente aparcado. Su compañero lo espera a una distancia prudente, presto a intervenir si el infractor se desmanda. Los veo alejarse y pienso que, a pesar de las circunstancias, me caen bien, me parecen gente de fiar, muy necesarios para que Córdoba viva tranquila, Y sin llegar a agradecerles que me hayan multado, no les guardo rencor, aunque no me propongo incluirlos entre mis amigos más queridos. Si acaso, sus jefes podrían recordarles más a menudo la recomendación del gran Talleyrand a sus diplomáticos, que a uno le gusta traer de vez en cuando a estas columnas: «Y sobre todo, nunca demasiado celo».

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