Pasar el rato
Muerte por acoso
Lo que vamos a ser está en la infancia y en la primera juventud. Después nos limitamos a repetir. A odiar se aprende. A ser desgraciado, también
Rencor de poeta
Poesía del sanchismo
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDesde el martes pasado, Sevilla está velada con un velo de dolor. Sandra, una niña de 14 años, se ha suicidado arrojándose desde la azotea de su casa, porque algunos condiscípulos la maltrataban en el colegio. Temprano empieza la miseria moral en ... la enseñanza, y un horizonte de odio en formación mancha el paisaje a orillas del Guadalquivir. «¡El hombre que yo sería, si no hubiera sido el niño que fui!», clamó por todos nosotros mi admirado Albert Camus. Lo que vamos a ser está en la infancia y en la primera juventud. Después nos limitamos a repetir. A odiar se aprende. A ser desgraciado, también.
Como es habitual en estos casos, nadie sabía nada, nadie había oído nada, nadie vio nada, nadie hizo nada. Cosas de niños, de adolescentes vivos, que la adolescente muerta no supo encajar con sentido del humor. Por eso ella sufrió y ha muerto, y los humoristas están vivos y ríen, esperando agazapados otra ocasión para demostrar su ingenio. Lo único cierto será la pequeña víctima, que tuvo que irse a dar a la mar dura del asfalto para encontrar un poco de piedad. Mientras, sus despiadados maltratadores seguirán revolcándose en la charca de la vileza, hasta que crezcan y puedan cobrar por ejercerla.
El ensañamiento suele acompañar a la desdicha. Los hombres felices, que han sido niños felices, no hacen daño a otros hombres, como no hicieron daño a otros niños. Los miserables condiscípulos acosadores no pueden saberlo, pero con Sandra han muerto muchas cosas y mucha gente. Sin ella, Andalucía es hoy más pequeña. Su madre dolorosa no podrá curarse nunca de la falta de su hija. Ea, mi niña, ea. Con la niña se le han ido a la madre hasta los diminutivos del lenguaje, ha perdido también su propia infancia. ¿Quién podrá escribir ahora el gesto de la madre en el alma, si la madre no tiene quien le escriba?
El hermano de Sandra, 16 años, podría cantar con el poeta romano Catulo, de quien le habrán hablado en el colegio, aunque parece un colegio de pocas palabras: «Cuando mi edad florida desplegaba su alegre primavera», te fuiste dolorosamente, hermana, y «contigo fue sepultada toda nuestra casa». Todas las campanas de Andalucía doblan hoy en nuestro corazón por esa niña muerta. Niña. Muerte. No es posible encontrar dos palabras más enemigas. Que Sandra, Sandrita, Sandrusca, Sandribel, Sandriblu haya muerto así es un contradiós, que Dios no debería permitir. Tendrá sus razones, Él siempre sabe lo que hace y por qué lo hace, pero está llevando demasiado lejos la niñez del reino de los cielos.
El mundo camina, implacable, hacia la desaparición de los buenos sentimientos. Ni siquiera los niños son ya los semejantes de los niños. Cuando hayamos logrado odiarnos los unos a los otros sin excepción, rencorosa y minuciosamente, desaparecerá hasta la vida eterna.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete