Pretérito Imperfecto
El hombre de la manguera
Aquellos nombres anónimos que no recibirán honores por hacer, simplemente, su trabajo, respiran algo más tranquilos. Ese puede ser el mejor reconocimiento
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Iniciar sesiónEntre una espeluznante humareda y un fondo apocalíptico de película, aquel hombre sujetaba una manguera esperando a que llegara el primer bombero para intentar sofocar el terror hecho llamas. Sólo había tardado unos minutos en escalar a los cielos de Córdoba, que es lo ... que ocurre cuando uno asciende a las cubiertas de la Mezquita, con la culpa en el alma y la rabia quemándole sus manos. Siete minutos en medio de una remolona noche de agosto son una eternidad. Al borde de una tragedia que podía cambiar la historia de la ciudad. Allí estaba ese hombre, erguido como el vigía de un naufragio al que sus congéneres ya seguían como un pequeño ejército discreto por la inmensidad callada de naves y arcadas. La Mezquita se quemaba y aquel hombre y sus compañeros de fatigas no paraban de moverse por los nervios y la musculatura del templo madre para apagar un infierno. Antes de esos minutos, apenas segundos para activar los avisos y las alarmas correspondientes y hacer que lo escrito sea matemática pura sobre la catástrofe por una vez.
Ahora que el juez ha archivado las diligencias por el incendio en la Mezquita-Catedral -mientras algunos se frotaban las manos por si los renglones torcidos daban árnica a la conjura-, aquellos nombres anónimos que no recibirán honores por hacer, simplemente, su trabajo, respiran algo más tranquilos. Ese puede ser el mejor reconocimiento. Aunque todavía les duela como si hubieran perdido un brazo, incapaces de asumir que el infortunio es inmune al empuje de entrega y sacrificio.
Por eso quiero acordarme de todos los trabajadores que tienen en la Mezquita-Catedral estos curas que mandan tanto en Córdoba. Abnegados profesionales que miman a una criatura tan espiritual como pétrea de día y de noche. Un desvelo que todos sentimos aquel 8 de agosto. Para los que no hay horas en el reloj. Desde ese hombre surgido de las llamas que afrontaba un abismo con una simple manguera hasta el último vigilante que corría a tropezones por el humo o la última persona de la limpieza que se sintió derrotada al pensar que había metido la pata. Podemos dormir tranquilos con este aguerrido clan protector que conoce hasta cómo respira un ser milenario que cada día parece más joven.
No desmerezco con este tributo el trabajo de todos los bomberos -incluyendo a los que dejaron sus vacaciones para sumarse al retén- que aquellas trágicas horas pusieron el máximo empeño en sortear un morlaco manso y peligroso. Ellos van a tener el homenaje público del mayor galardón que la ciudad otorga, aunque muchos de ellos piensen con honestidad, y para sus adentros, que el buen hacer y la normalidad no tienen por qué constituir un extraordinario premio, salvo el placer del deber cumplido.
Todos hemos de sacar conclusiones, y quizás los primeros aquellos que proclaman la inefable gestión pública que, de entrada, debieran mirar para sus adentros por si el fuego alguna noche llamara a su puerta.
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