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Pretérito Imperfecto

El hombre de la manguera

Aquellos nombres anónimos que no recibirán honores por hacer, simplemente, su trabajo, respiran algo más tranquilos. Ese puede ser el mejor reconocimiento

Francisco Poyato

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Entre una espeluznante humareda y un fondo apocalíptico de película, aquel hombre sujetaba una manguera esperando a que llegara el primer bombero para intentar sofocar el terror hecho llamas. Sólo había tardado unos minutos en escalar a los cielos de Córdoba, que es lo ... que ocurre cuando uno asciende a las cubiertas de la Mezquita, con la culpa en el alma y la rabia quemándole sus manos. Siete minutos en medio de una remolona noche de agosto son una eternidad. Al borde de una tragedia que podía cambiar la historia de la ciudad. Allí estaba ese hombre, erguido como el vigía de un naufragio al que sus congéneres ya seguían como un pequeño ejército discreto por la inmensidad callada de naves y arcadas. La Mezquita se quemaba y aquel hombre y sus compañeros de fatigas no paraban de moverse por los nervios y la musculatura del templo madre para apagar un infierno. Antes de esos minutos, apenas segundos para activar los avisos y las alarmas correspondientes y hacer que lo escrito sea matemática pura sobre la catástrofe por una vez.

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