Mayo Festivo

Feria de Córdoba: el miércoles como puente a una fiesta rejuvenecida

El Arenal empieza a mostrar el cambio de la celebración con una jornada tranquila en que niños y adolescentes comenzaron a tomar las calles

Feria de Córdoba: martes, a la hora feliz del trago del reencuentro

Un hombre y una mujer conversan en una caseta de la Feria de Córdoba Valerio Merino

Luis Miranda

Córdoba

22/05/2024
Actualizado 23/05/2024 a las 08:10h.

Ya estaba solo. Lo había pedido bastantes veces y lo había soñado muchas más, pero cuando bajó del autobús, puso un pie en la Feria de Córdoba y encontró la inmensidad de las caseta, el río de gente que caminaba con el rumbo cierto ... de una corriente a favor, no pudo reprimir el escalofrío.

De vez en cuando había salido a hacer senderismo entre bosques y campos eternos, pero entonces había un que le indicaba por dónde seguir. No había posibilidad de pérdida si uno no se salía. Ahora las bifurcaciones eran infinitas y no tenía en la cabeza ningún mapa para escoger.

Sí, iba con amigos, con muchachos a los que conocía de toda su vida de catorce años, y buscaba la diversión por caminos sanos y seguros, pero sentía vértigo. Hasta el año anterior apenas se había atrevido a algún paseo en solitario mientras los padres estaban en alguna caseta próxima, y siempre con aviso del lugar por el que se moverían.

Este año llegaba al Arenal con gente de su edad. Había imaginado que iba sin la vigilancia, sin el agobio, sin los consejos de los adultos, pero no esperaba encontrarse también sin su paraguas. A la intemperie completa.

Lo notó al bajar del autobús, justo al mediodía, y tuvo que ir apuntando en la cabeza todo lo que necesitaba: dinero en metálico, el móvil cargado, el bonobús con crédito y los ojos bien abiertos, que siempre hay mucha gente, como le había dicho su madre.

Le habían dicho unas amigas que habían ido los días anteriores que el tiempo en la fiesta era suave y llevadero, que cuando el sol se marchaba daban ganas de abrigarse, pero se dio cuenta que el Miércoles de Feria de Córdoba iba a ser distinto. El termómetro ya rondaba los treinta grados y aunque ellos iban a un lugar con aire acondicionado empezó a notar que el sol ya no era esa esfera que presta luz, sino casi un enemigo del que hay que huir en ciertos momentos.

Pisó con esos pensamientos el albero y al poco la cabeza viajó a otros lugares porque empezaron a bromear. Se sumó enseguida al coro de risas para evitar pensar en que le daba vértigo aquel ataque de responsabilidad. No tenía demasiada costumbre de afeitarse, ni tampoco todavía muchos obstáculos en la cara, y se había hecho algún pequeño corte con los nervios de la fina cuchilla, pero para ese entonces el aire le había secado la poca sangre que le quedaba.

En realidad habían reservado para almorzar en la caseta de la que eran socios los padres, pero tampoco nadie los iba a vigilar, ni los progenitores iban a tener a los camareros de policías. Daba vértigo. Encontraron la Feria algo animada al mediodía, pero lo cierto es que esperaban un poco más de gente, porque a partir de entonces muchos dejan las clases y otros trabajan un poco menos y tienen por lo tanto más tiempo libre.

Una mujer y un niño en la Feria de Córdoba Valerio Merino

Perdió la sensación de intemperie al llegar a la caseta y encontrarse en un lugar que reconocía de todos los años, aunque fuera sin la protección de los adultos. O sin su vigilancia, que a esas alturas ya no sabía bien lo que era. Ocuparon su sitio y desde ese momento la bebida y la comida llegaron, pero no era lo que les preocupaba.

Dieron cuenta de bastantes refrescos, de una jarra de rebujito que tomaron con mucha moderación y sin que les diera más que un poco de locuacidad, y desde luego de los flamenquines que les tenían que dar fuerza para cantar y bailar, pero lo que les interesaba era la charla.

Fueron desde las compañeras de clase hasta aquellos que no les caían demasiado bien, de la presión de algunos profesores hasta el fútbol, por supuesto. Se agolpaban para hablar, se interrumpían y él siempre buscaba el momento, pero no era de los que tenía el don de convocar el silencio y la atención cuando hablaba.

El baile

Uno de los amigos quedó por mensaje con algunas compañeras del instituto y se presentaron en la caseta sin el menor problema. No habían los chicos aprendido a bailar sevillanas, pero se conformaban con mirar, porque se arrobaba con el movimiento entre vertical y curvo que se hace en esa danza que representa el flamenco al alcance de quien no lo ha conocido de pequeño. A esas alturas ya le parecía que siempre habían marchado solos a la Feria, y conforme la caseta se iba llenando gente mayor salieron.

Hacia las cinco de las tarde esperaban encontrar las calles un poco más llenas. Tal vez la recordase más atestada de lo que realmente puede estar un Miércoles de la Feria de Córdoba, pero lo cierto es que le sorprendió. Se fijó en los caballos, que siempre le habían parecido de lo más puro de la Feria de Córdoba y juntos vieron todos la atardecida mientras tenían que pensar en regresar.

La espera del autobús podía ser larga, pero aún así dieron un último paseo y pusieron rumbo a casa. La vuelta la hicieron sin risas ni charlas en exceso. Llegó a casa cansado y feliz de lo que había pasado en la Feria, y al dormirse se dio cuenta de lo seguro que se encontraba. Y no podía decírselo a nadie.