EL NORTE DEL SUR

AMBROSIO EN SU LABERINTO

RAFAEL ÁNGEL AGUILAR SÁNCHEZ

A nadie con la cabeza en su sitio le cabe en ella que las representaciones de San Rafael molesten a los ciudadanos

TRES de la tarde. O casi. Taberna Casa Almoguera, lo que que queda de ella. Santa Marina. Calor asfixiante de un viernes del ... arranque de julio. Ni un alma en la calle. O casi. Pasa Blázquez en bicicleta por delante de la iglesia con su bicicleta y su camisa morada. Dentro busca refugio un grupo de ocho o nueve clientes de los de siempre, todos de más de cincuenta años años: zapatillas de paño, pantalones ligeros con la pinza bien repasada, camisa de manga corta, alguna camiseta interior de tirantes de las que absorben bien el calor. El noticiario de una emisora local que da cuenta de la actualidad de lo que va de jornada, que viene a ser ya como el día completo porque a partir de esa hora la mitad de la ciudad va estar encerrada en casa con aire acondicionado y la otra mitad huye a la costa más cercana. Sobre la barra de la tasca hay medios de vino fresco, botellas de cerveza, el periódico del día, una revista de toros y un par de folletos con ofertas de una tienda de electrodomésticos y tecnología. Los parroquianos hablan de lo suyo, que es el Córdoba, los nenes que han acabado el colegio, el piso de Fuengirola y la parcela de Alcolea. La máquina de tabaco se atasca y el camarero va y la arregla como se han arreglado las cosas de toda la vida de Dios, que es dándole mamporrazos al artilugio hasta que vomita lo que lleva dentro, bien sea el dinero atascado o los cigarrillos que no terminan de salir.

Sucede que la clientela vuelve la vista hacia la barra en cuanto el dueño da con la tecla y repara el aparato. El panorama no ha cambiado desde hace tres, cuatro, tal vez diez años. Botellas de licores con sus huellas de polvo, el boleto de la lotería premiado no hace mucho, una foto de grupo del equipo local una vez que hizo algo importante y estaba todavía en El Arcángel primitivo. Y, sí, allí está, entre todos los exvotos de las vitrinas del bar de barrio, ahí a la vista de todo el mundo, esa lámina con los colores apagados, con el papel vencido, allí entre una botella de DYC y otra de Larios. Sí, el San Rafael que no molesta a nadie, que está allí simplemente porque siempre lo ha estado y nadie se ha planteado quitarlo. Nadie con la cabeza en su sitio y que no tenga el empeño manifiesto de hacer de la templanza, que en verdad es una virtud, un serio obstáculo para un gobierno sensato que se meta en los jardines imprescindibles. Nadie que dé un puñetazo en la mesa y le diga al socio municipal que bromas las justas y que todo tiene un límite. Nadie que conozca un poco la ciudad y haya llegado a la conclusión evidente de que las representaciones de San Rafael trascienden el ámbito religioso, que forman parte de la tradición de la ciudad, hasta de la que no reza ni va a misa nunca. Por lo pronto a Ambrosio le ha crecido un grupo de Facebook con ocho mil seguidores que hacen unas risas sobre la ideíta con el cuadro de marras. A ver qué responde. Si es que responde.

AMBROSIO EN SU LABERINTO

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