EL NORTE DEL SUR
EL PRIVILEGIO DE LA LLEGADA
RAFAEL ÁNGEL AGUILAR SÁNCHEZ
Da más miedo la veleidad humana y la fragilidad de la mente que un desajuste de los procedimientos mecánicos
RUIDO de escolares en un barrio cualquiera. Intramuros. Un autobús que llega. De otro sitio. De otro país. De otro mundo. Fronteras. Bares de carretera. Peajes. ... Conductores. Habitaciones compartidas. Amistades descubiertas. Compañeros de viaje. Pasaportes. Postales. Libretas. Sellos. Llaveros. Botellas. Insomnios. Intercambios. Ramos de flores en la bienvenida. Bombones. Abrazos. Caricias. Besos y más besos. Cómo os ha ido. Qué bien que ya estáis aquí. Padres. Madres. Abuelos. Profesores. Vecinos. Canciones. Lemas. Banderas. Despedidas. Nos vemos después de la Semana Santa. Intentaré verte de nazareno, en qué cofradía era en la que salías, ¿sabes ya tu tramo?, pregúntale a tu abuelo que él seguro que te ha recogido ya la papeleta de sitio, aunque de todas formas pasará lo de todos los años, que te conoceré por los ojos o por tus zapatos, por la forma de andar, tú lo que tienes que hacer es hacerme una señal cuando te cruces conmigo, que ya sabes dónde me pongo cada Jueves Santo, ahí en la esquina del Don Pepe, donde está la parada de taxi, antes de Las Tendillas.
El autobús tan raro en medio de una plaza del casco histórico cuando hasta hace nada estaba surcando autopistas de la costa europea con tres o cuatro carriles por cada sentido. Niños que hurgan en su panza, que encuentran sus maletas, sus regalos, sus mochilas, sus libretas, sus guitarras, sus armónicas. Llegada ya la hora de nuestra separación. Amigos para siempre. Esto que hemos construido en este viaje no lo va romper nunca nadie, ni el olvido ni el paso del tiempo, esto es nuestro y solo nuestro. El autobús que se aleja, ya con las tripas vacías, con el conductor cansado pero sonriente por la avenida ancha y ruidosa que va directa al centro y de ahí al polígono industrial, a las cocheras: ese hombre entero pese a la paliza de los kilómetros, pese a la madrugada sin tregua de bachilleres o como se diga ahora que danzan, se estrechan, intiman, fuman, se arrullan. El placer del deber cumplido, de la mente en su sitio que se ha sobrepuesto a la ausencia familiar, al destierro laboral, a la dureza del gobierno del volante en media de la oquedad de la madrugada en la que la radio apenas dice nada o si lo dice es para repetir lo que ya todo el mundo sabe, lo que todo el mundo lamenta, lo que todo el mundo intenta explicarse pero no se explica. Llegar es un privilegio. Que alguien te esté esperando y se acerque a ti para darte un abrazo es un don del que hay quien no disfrutará jamás. Nunca jamás. Hacer una maleta ya nunca será lo mismo. Da más miedo la veleidad humana, la fragilidad caprichosa de la mente de un hombre que una tormenta devastadora a diez kilómetros de altura o que un desajuste de los procedimientos mecánicos. El mal habita en quien está sentado a tu lado y uno no lo descubre hasta que vuelve del cuarto de baño. Y entonces se acaba la historia.
EL PRIVILEGIO DE LA LLEGADA
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