ATentado en algeciras
¿Cómo se llama el arma blanca del yihadista de Algeciras y en qué se diferencia de un machete?
Guarda similitud con un machete por sus dimensiones, pero la curvatura de la punta lo aleja de esta definición
El mandoble con el que mató al sacristán invita a pensar que puede definirse como un alfanje
Sigue en directo en directo la última hora del ataque yihadista en Algeciras con un sacristán muerto
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Iniciar sesiónEn los primeros momentos tras conocerse el ataque perpetrado la noche del miércoles en dos iglesias de Algeciras se habló de que el agresor empuñaba una catana con la que había herido mortalmente al sacristán y al presbítero. Rápidamente, se cambió esa ... identificación errónea por la de machete, aunque las fotografías del arma homicida lo alejan de esta consideración salvo que se tome de una manera genérica para encuadrarlo en la familia de los alfanjes.
El alfanje es un arma blanca levemente curvada que acaba en punta, lo que coincide con la descripción de este caso concreto. El diccionario de la Academia lo define como «especie de sable, corto y corvo, con filo solamente por un lado, y por los dos en la punta». En efecto, la característica principal del sable -arma reglamentaria de los oficiales militares desde que asumen el rango de cadetes- es que tiene doble filo. También la catana, de procedencia oriental, aunque se distingue claramente por la empuñadura y la forma rectilínea de esta arma que siempre se maneja con ambas manos.
En la esgrima olímpica hay una reminiscencia evidente de las armas blancas tal como se manejaban en el combate en siglos pasados: el sable cortaba por ambos lados, la espada sólo tiene un filo y el florete sólo puede herir con la punta, por lo que era el arma preferida para duelos a primera sangre y no a muerte.
El arma del atacante de Algeciras se ha definido como un machete, en la primera acepción que contempla el diccionario: «arma blanca, más corta que la espada, ancha, pesada y de un solo filo». Pero la curvatura que se aprecia en las imágenes difundidas permite pensar que la punta está afilada por ambos lados, por lo que lo diferencia claramente del machete.
El más extendido en la imaginación colectiva es el machete que responde a la segunda acepción de la Academia de la Lengua: «cuchillo grande que sirve para desmontar, cortar la caña de azúcar y otros usos». Es el machete de las películas de aventuras, de los exploradores de las selvas y, en general, de los campesinos de muchas zonas de la América hispana que lo usan para el desbroce de terrenos como para abrir trochas por las que pasar.
A esta categoría pertenece el machete de zafra, que se maneja ordinariamente con una mano, con el que se recolecta la caña de azúcar cortando de un tajo las cañas, para lo que se precisa un lado extremadamente afilado. Y, claro está, un dominio de las distancias y el peso del arma para no herirse en las piernas con un golpe fallido.
Las crónicas hablan de que el atacante de Algeciras blandía el arma con las dos manos, que es la forma característica con la que puede emplearse el alfanje para descargar más fuerza en el golpe de hoja. En español, se ha llamado siempre mandoble a esa acción de empuñar el arma blanca con ambas manos para asestar un tajo mortal de necesidad.
En el imaginario colectivo de los españoles, el alfanje remite a la Reconquista y las batallas contra los sarracenos, como históricamente se llamaba a los guerreros musulmanes que combatían con los cristianos en los choques de frontera (no hay más que recordar la cantidad de topónimos que lo incluyen en la Baja Andalucía, por ejemplo, según avanzaban los reinos cristianos en detrimento de las taifas islámicas). El alfanje era un sable curvo de menor tamaño que la cimitarra, aunque su uso era más frecuente entre los musulmanes de Turquía, Persia y Arabia que entre los islamistas de Magreb Al Aqsa, esto es, el Extremo Poniente.
Más cercana en el tiempo, el alfanje es el hermano mayor de la gumía, la daga que usaban las tropas moras al servicio del ejército franquista que constituían la vanguardia de las columnas de los nacionales al comienzo de la Guerra Civil. No era extraño que incluso treinta o cuarenta años después de acaba la contienda, los excombatientes se recrearan en la narración de escenas tremebundas de soldados norteafricanos amputando a los enemigos o los civiles sometidos, tanto vivos como muertos, para hacerse con anillos de oro con sus gumías o, en algún caso, con alfanjes.
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