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Arrimadas es el plan B

«En el giro al centro de Sánchez no hay premeditación intelectual, sino puro instinto de supervivencia»

Sánchez y Arrimadas se saludan con el codo, antes de su reunión del miércoles Efe
Luis Herrero

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Uno de los problemas de la política española de nuestros días, creo yo, es que ha perdido solemnidad. Cuando Suárez se instaló en La Moncloa, en 1977, se llevó a su despacho la mesa de trabajo que Isabel II le regaló a Narváez. La marquetería ... era tan sólida que había resistido sin descoyuntarse los ayuntamientos placenteros de la reina castiza y el Espadón de Loja. A su alrededor, Suárez colocó tapices confeccionados sobre cartones de Goya. Nada más entrar en aquella habitación, el peso de la historia, amortiguado por espesas alfombras de la Real Fábrica, se hacía tan abrumador que incitaba a hablar en voz baja. En ese ambiente tan ceremonioso se fueron urdiendo los mimbres de la Transición. Luego, alcanzada ya la orilla de la democracia, los sucesivos inquilinos del poder fueron sustituyendo aquellos elementos ornamentales del Palacio –rancios pero majestuosos– por otros de funcionalidad minimalista. Al presidente se le habilitó un despacho más moderno, sin tálamos regios ni tapices goyescos. El cristal sustituyó a la madera de raíz y las paredes se poblaron de cuadros abstractos. Poco a poco, las antiguas estancias mudaron de aspecto. La solemnidad del espíritu de la Ilustración dio paso al confort de un «lobby» hotelero. Es probable que aquel impulso decorativo renovador pretendiera sustituir lo viejo por lo nuevo, y no me parece mal, pero lo cierto es que, al mismo tiempo, la novedad se cargó de simpleza. La política de altos vuelos capotó. La cosa pública se convirtió en el empeño privado de conservar, o de conseguir, la llave de La Moncloa a cualquier precio. Esa obscena obviedad lleva muchos años saltando a la vista, pero aún se ha hecho más evidente durante las sucesivas escenas de sofá que han tenido lugar esta semana.

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