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Cuando Puigdemont bordeó la tragedia

A diferencia de otras ocasiones en que la Ley, el Gobierno, ERC o la CUP se han interpuesto, esta vez sus propios compañeros de viaje le han abandonado

Carles Puigdemont y Elsa Artadi EFE
Salvador Sostres

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Sábado, mediodía

Cuando todo el mundo daba por hecho que Carles Puigdemont iba finalmente el sábado a anunciar su candidato a la presidencia de la Generalitat, el expresidente quiso repentinamente volver a la trinchera y volverse a proponer como único presidenciable. Su miedo a que un nuevo Govern le hiciera caer en el olvido, el aval internacional que supone que el tribunal regional alemán decidiera no extraditarlo por rebelión , y la intuición de que con unas nuevas elecciones obtendría más diputados a costa de Esquerra, provocaron su enésimo cambio de humor y de estrategia.

Sábado, tarde

Eduard Pujol, portavoz de Junts per Cataluña pero inexperto en los manejos del oficio, da una rueda de prensa que añade confusión a la confusión, que genera interpretaciones dispares y que en general resulta desastrosa. Nadie entiende nada. Tras toda una semana generando él mismo expectativas de nuevo gobierno, todo parecía volver a la casilla de salida: «Puigdemont primero. Luego Sánchez. Y si no se puede, ya veremos».

Sábado, tarde/noche

La fontanería de Junts per Catalunya se emplea a fondo en el teléfono para intentar remediar el caos. No sólo tratan de contrarrestar la confusión creada por Pujol sino que lanzan mensajes que contradicen lo que ha dicho el propio Puigdemont porque empiezan a darse cuenta de que no funciona y de que les puede perjudicar gravemente. Por primera vez, los cuadros de Puigdemont entienden que su líder ha perdido el norte y aunque no le desobedecen abiertamente, ante él hacen ver que le siguen la corriente y a sus espaldas empiezan por su cuenta a corregir el rumbo del galeón para alejarlo de las rocas. Hasta el más servil de sus palmeros, Agustí Colominas, corrige a Pujol en Twitter con el siempre dramático «lo que en realidad quiere decir es que...».

Domingo por la mañana

Elsa Artadi se hace entrevistar en Rac1, la radio del conde de Godó. Y claramente afirma: «El día 14 habrá President. Será Puigdemont o quien él decida». Ya no es el aparato quien por detrás matiza a Puigdemont sino su colaboradora más íntima y querida quien abiertamente le baja de la nube y toma las riendas políticas de Junts per Catalunya. Nunca antes el «amado líder» había sufrido una desautorización de semejante dureza desde sus propias filas.

Lunes, toda la mañana

En las tertulias del lunes, la desbandada. Convergentes de toda la vida como el profesor Joan B. Culla tratan a JxCat de aficionados y de un amateurismo impropio de Convergencia. El carril central de la política catalana queda otra vez para ERC y los convergentes empiezan a difundir insultos contra Junqueras y le acusan de haber pactado la formación del nuevo Govern con Soraya Sáenz de Santamaría para «devolvernos a la autonomía para salir de la cárcel». Jaume Roures habla de «desastre independentista» en la radio pública catalana, Catalunya Ràdio. En la de Godó, Jordi Basté, al frente del programa matinal, dice tener la absoluta confirmación de que no habrá elecciones y de que Puigdemont «baja del burro» al haber constatado que incluso un público tan emocional y fanatizado como el suyo hay un número limitado de locuras que está dispuesto a tolerarle.

Lunes, mediodía y tarde

Esquerra se libera al fin de sus complejos, pide explicaciones a los convergentes y les exige acordar la hoja de ruta hasta una investidura que tiene que ser posible y real. Esa misma noche llega la confirmación de que Puigdemont se rinde. «Hará ver que es Putin y que nombra su Medvedev, como si el president provisional de Palau fuera un empleado del president “legítimo” de Bruselas», explica un destacado miembro del equipo de comunicación de Puigdemont y de máxima confianza de Artadi.

A cambio de su claudicación, el expresidente exige controlar el flujo de dinero (subvenciones, etcétera). Y que entre la primera y la segunda vuelta se organice un acto en Berlin para teatralizar lo de Putin y Medvedev, y que quien manda es él. Además, ordena cerrar el despacho del presidente, el salón Verge de Montserrat (que suele usar el presidente para sus recepciones), la zona de secretaría de presidencia, la sala Arxiu de Comptes donde esperan los visitantes, las estancias presidenciales de la Casa dels Canonges y hasta la capilla del palacio de la Generalitat. Sus más allegados colaboradores, aunque no dan crédito a tan insólitas demandas, le dicen que sí a todo para avanzar hacia el desbloqueo.

A diferencia de otras ocasiones en que la Ley, el Gobierno, Esquerra o la CUP se han interpuesto entre Puigdemont y sus delirios, esta vez son sus propios compañeros de viaje los que le han abandonado, al constatar que la épica del fugado ya no da más de sí y que ya limita peligrosamente con el descalabro. Puigdemont se empieza a quedar solo, y su obsesión con las estancias palaciegas dice mucho de su grado de irrealidad y desesperación. Las 48 horas que pasaron entre el último intento de Puigdemont por mantener a los catalanes como rehenes de su fuga hacia ninguna parte, y su rendición del lunes a mediodía, podrían marcar un punto de inflexión para el regreso de la normalidad institucional en Cataluña. Que los suyos le hayan parado los pies en nombre de la necesidad de tener un gobierno competente y serio es un buen primer paso en la correcta dirección.

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