Es fútbol y es femenino
¿Por qué no grita Vilda: no se puede o no se atreve?
«Vestuario español el día de Japón: ni una palabra, ni arengas motivadoras, ni gritos de enfado, ni escenas de rabia. Nada. Solo silencio»
El estado mental de la selección femenina
Vilda, en el centro del terremoto
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Iniciar sesiónEntre las funciones y responsabilidades que se le suponen a un entrenador de fútbol, está las de formar, motivar, organizar y arengar a los jugadores, sacando lo mejor de cada individuo en aras de fortalecer finalmente al grupo. Es fundamental hablar, escuchar, fomentar la autoconfianza ... y centrarse en corregir con firmeza aquello que se ha hecho mal. Él, como máximo responsable, debe hacerse cargo en solitario de las derrotas y compartir las victorias y éxitos con todos. Y para ello, debe mandar mensajes altos y claros, dentro y fuera del campo.
Cuentan los que lo vivieron en primera persona que en el descanso y al final del partido contra Japón, el vestuario era un poema. Ni una palabra, ni arengas motivadoras, ni gritos de enfado, ni escenas de rabia por el partido perdido. Nada. Solo silencio. Un absoluto silencio que como mínimo da que pensar. La falta de expresión del enfado y la decepción es, muchas veces, síntoma de la enorme incomunicación que parece haber entre las jugadoras y el cuerpo técnico. Sacar el carácter es, con frecuencia, necesario para avivar la rabia y fortaleza con la que deben saltar al campo.
¿Qué pasaría si ese silencio fueran gritos o enfados fuertes? Lo normal es que en los vestuarios se entiendan como arengas y no vaya a más. Los partidos están para ganarlos, el equipo tiene que desperezarse y el entrenador tiene que agitar a veces la caja de los truenos. ¿Se atreverá Jorge Vilda a pegar cuatro gritos a sus jugadoras, muchas de ellas estrellas en el firmamento de la élite del fútbol femenino? Y, si no fuera Jorge, para dejar de lado connotaciones machistas que pudieran sobrevolar en la mente de algunas personas, ¿se atrevería Montse Tomé, su segunda de a bordo, a darlos ella misma? No parece, puesto que en el descanso, con las cosas ya bastante torcidas, estuvo atendiendo a los medios y no en el vestuario. ¿Son necesarios los gritos? ¿Aceptarían los aficionados y la sociedad de hoy que se gritara a las jugadoras en el vestuario con el fin de hacerlas reaccionar? ¿Se grita a los futbolistas hombres? ¿Tendría que ser diferente por una simple cuestión de sexo?
Pues en mi opinión, ni Jorge subiría el tono de voz, ni las jugadoras lo entenderían como una arenga. Y además, no solo la sociedad no lo aceptaría, sino que se abriría un debate al cabo de la calle y definitivamente la balanza se pondría del lado de las jugadoras.
Los medios de comunicación muestran con asiduidad imágenes de los entrenadores de fútbol en diferentes gestos: gritos, palabras malsonantes socialmente muy aceptadas, indicaciones bruscas, protestas… Todos ellos modos cuestionables, pero entendibles desde la pasión y el ardor que conlleva todo partido de fútbol, desde los que se celebran en el patio de un colegio hasta los que se juegan en el Mundial. Sin duda, este tipo de actitudes de los técnicos que son recogidas por las televisiones, tienen enorme interés para el espectador, en parte por la contundencia que debe demostrar el cabeza de grupo. La gran mayoría de aficionados opina que quien no grita, no dirige bien, no controla a sus jugadores y perjudica, en definitiva, al equipo.
Creo que los gritos son justificables a veces y entendibles en la mayoría de los casos. Pero utilizar el grito como norma en el deporte es inadmisible. El abuso verbal es totalmente incompatible en cualquier deporte. Huelga decir que no hay que traspasar nunca los límites de la mala educación ni caer jamás en faltas de respeto. Los entrenadores saben muy bien no cruzar jamás esa línea. Se trata de arengar con contundencia y de transmitir directrices efectivas con mensajes que remuevan las bases y que sirvan para mejorar el rendimiento y el comportamiento de los jugadores.
Volviendo a Vilda, gran entrenador sin duda, lo cierto es que demuestra cierta debilidad en el vestuario: la conexión y comunicación efectiva entre entrenador y jugadoras es mínima. No hay una relación bidireccional de confianza, de futbolista a entrenador. Y esto ha quedado patente tras el desastre ante Japón. Las jugadoras se sienten frustradas por no haber sabido reaccionar. Pero esa reacción, que sin duda tiene que nacer de las jugadoras, es el míster quien tiene que avivarla. Es fundamental liderar a este grupo con autoestima y fortaleza en todos los sentidos, porque es una selección de enorme calidad. El miedo del cuerpo técnico a hacer saltar las alarmas (una vez más), es evidente. Entonces qué hacemos: ¿apoyamos una dirección del vestuario contundente o paseamos por las nubes y nos volvemos a dejar ganar? Hagan sus apuestas.
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