Piragüismo
La impresionante aventura de Aniol Serrasolses: buscando ríos escondidos con su piragua a cuestas
El catalán dedica su vida a buscar las aguas más recónditas del planeta para ser el primero en remarlas. El 8 de mayo se estrena un documental con su última odisea: lanzarse en el Ártico por una cascada de 20 metros
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Iniciar sesiónAniol Serrasolses (Gerona, 1991) es kayakista profesional, pero lo que hace no es solo un deporte. Es un proyecto de vida. Uno que consiste en viajar por el mundo e ir completando retos, cada cual más desafiante, que conviertan su existencia en única. El último ... lo llevó hasta el archipiélago Svalbard, en Noruega. El lugar más septentrional del planeta. Hace años, brujuleando en internet, encontró la foto de un glaciar (Nordaustlandet) con un río navegable y una cascada helada de veinte metros de altura que daba al mar. Esa imagen, que había salido publicada en 'National Geographic', se le quedó grabada en la mente. Se puso a indagar, descubrió el origen y comenzó a trabajar en la logística. La complejidad de la expedición impidió que pudiera realizarla hasta el pasado mes de noviembre. El próximo 8 de mayo su aventura estará disponible para todo el mundo a través de un documental que se exhibirá en la plataforma Red Bull TV.
«Svalbard, en sí, es absolutamente fascinante», explica Aniol a ABC. «Está junto al Polo Norte y nunca nadie había pasado tanto tiempo explorando ese lugar. Encontramos unas cascadas preciosas que salen del hielo y caen al mar. Cumplía todas las características que le pedimos a un proyecto como este. Muy vistoso visualmente y superinteresante para un kayakista. Absolutamente hermoso».
Aniol habla pausado, pensando bien lo que quiere decir en cada momento. Su calma es producto de las incontables horas remando ríos en soledad. Nació en Salt, y con su hermano Gerd dedicó toda su infancia y juventud a remar en el río Ter. Cuando se le quedó pequeño se trasladó a Sort, en el Pirineo ilerdense. Se especializó en el descenso de aguas bravas y en la modalidad de kayak extremo, en la que se proclamó campeón del mundo en 2016. Antes ya había entrado en la carrera por batir el récord de salto en altura. Con 21 años viajó a Veracruz, en México, y se lanzó por el 'Big Banana', la segunda cascada más alta del planeta (42 metros). Hoy, sin embargo, le motivan más otros desafíos. «Svalbard está bien arriba en la lista de cosas que he hecho a nivel dificultad. Hay ríos más fuertes y cascadas más altas, pero ahora me importa mucho más lo increíble que sea el lugar y lo complicado que suponga llegar».
Antes de tirarse por la cascada, Aniol tuvo que realizar una travesía de once kilómetros sobre el hielo y navegar el curso de un río durante 36 horas, pendiente siempre de encontrarse ante lo desconocido. «Hay que ir preparado para cualquier imprevisto. Son sitios a los que no has podido ir antes para saber a qué vas a enfrentarte. En este caso solo tenía de referencia una foto antigua, y el glaciar no estaba donde se suponía. Había ido retrocediendo».
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En otras ocasiones, la referencia la da una imagen de Google Earth, una aplicación que Serrasolses visita con asiduidad. «En este deporte no puedes ser solo un deportista. Tienes que hacer tus propios vídeos, entender la roca y el agua y saber un poco de geografía. Es la única manera de poder encontrar estas joyas que hay por el mundo. Los ríos más grandes están hechos casi todos, pero si eres expedicionario y te interesa buscar un primer descenso tienes que aprender a leer los mapas. La pendiente, el tipo de roca. Es como buscar pepitas de oro. Quedan pocas, pero aún se pueden localizar, porque son de muy difícil acceso. Normalmente hay que ir al nacimiento, a la selva o a las montañas, caminando con el kayak a cuestas...». Asegura que 'locos' como él habrá siete u ocho en el mundo. Competencia reducida, pero feroz. «Aquí el premio es tener la oportunidad de remar en lugares así de bonitos, especiales y únicos en el mundo. Rincones en los que nadie ha estado».
Durante su carrera se ha encontrado en situaciones extremas. Según iba subiendo el nivel aumentaba también el peligro. «Es imposible que no te pase nada. Y tengo una larga lista de cagadas. Cuando el río pega, lo hace muy duro». Habla el catalán de errores de navegación, de accidentes, lesiones, muertes de amigos... Hasta vivió un secuestro en Colombia: «Fue en 2017. Hacía la travesía por un río. Eran 1.600 kilómetros de pura selva hasta la desembocadura en Brasil, más de un mes remando. Se había firmado el tratado de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), yo venía de una cirugía y me pareció un buen momento para hacerlo. El caso es que las FARC seguían allí, y el paso por ese río era zona roja. Un día, a mitad de recorrido, me detuvieron los paramilitares. Llegaron en una lancha y me llevaron con ellos. Estuve en su campamento cuatro o cinco días, explicando quién era y qué hacía allí. No se lo creían mucho, pero al final me soltaron. Me quitaron todo y me dejaron otra vez junto al río».
Desde que empezó ha remado más de 500 ríos y conocido parajes de todo tipo. Pero ninguno le ha dejado la boca tan abierta como el río Stikine, en Canadá. «Es el Everest del kayak. Me encanta pasar tiempo ahí. Es un cañón profundo, con unas paredes gigantes y con una vida salvaje increíble. Vas remando y te encuentras osos, lobos, linces, águilas... Me gusta ir solo, con lo justo. Un saco de dormir, algo de comida, una olla y poco más. Son 82 kilómetros que puedes hacer en tres o cuatro días».
Aniol se despide pensando ya en su próxima aventura. Lleva años viviendo en Chile, en el pueblo de Futaleufú, en la Región de Los Lagos. «Es el sitio que cumplía con todos los 'checks'. Vivo al lado de uno de los mejores ríos del mundo, que funciona más de trescientos días al año. Hay naturaleza allá donde mires, tengo un campo de varias hectáreas en el que está mi casa, un bosque precioso... Es una vida simple, pero muy entretenida».
En ese espacio, Aniol ha montado con sus propias manos unas cabañas donde recibe a turistas a los que enseña a remar y les monta pequeñas expediciones. «Ahora mismo no puedo estar todo el año, pero es el lugar en el que me quedaré cuando me retire». Admite, sin embargo, que aún queda mucho para eso: «En los últimos veinte años el noventa por ciento de mi foco ha estado en el kayak. Ha llegado incluso a un punto obsesivo. Es algo que necesito. Es mi meditación, el lugar donde voy a relajarme, a pensar... Es el premio que me gano después de un día de trabajo».
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