Reportaje

Héroes de lo imposible

España produce campeones del mundo en deportes minoritarios y sin apenas practicantes federados

Héroes de lo imposible efe

Laura Marta

Regresó a casa con una sonrisa descomunal. Agotado, pero con la medalla de oro en su cuello. El nuevo campeón del mundo de taekwondo esperaba la felicitación de quienes lo conocían. Se cruzó con su vecino, esperó el «enhorabuena» y se estampó con la realidad: ... ni siquiera él sabía lo que había logrado. «Me di cuenta de la relevancia de mi deporte», cuenta Joel González. A partir de ahí todo fue más fácil. Vivió feliz en el anonimato mediático durante cuatro años en los que fue dos veces campeón de Europa y del mundo. «Y de golpe, los Juegos. Con los mismos rivales que en un Mundial, lograr el oro en Londres fue entrar en otra dimensión. De repente, el mundo se sabía mi nombre y lo que había hecho». Por fin también su vecino.

La Federación de taekwondo cuenta con 34.300 federados, aunque no todos pueden competir en torneos nacionales. Sus cinco medallas de oro -dos europeas, dos mundiales y la olímpica- nacen de la constancia, el esfuerzo «y la cabezonería»: «Entrenamiento a las siete de la mañana, ducha y a clase. Claro que me he quedado dormido más de una vez», sonríe González. Locuras de estos héroes desprovistos de masas detrás a los que les puede la pasión y que brillan en la oscuridad de un foco escondido a sus triunfos diarios y que solo encienden en grandísimos eventos como los Juegos. «Y solo si ganas, si no consigues podio tu esfuerzo no se ve. Yo me juego cuatro años en treinta segundos de carrera. Es muchísima presión», apunta el piragüista Saúl Craviotto. Una fama efímera que él tradujo en un oro en Pekín -junto a Carlos Pérez- y una plata en Londres . En un deporte con apenas 7.000 licencias nacionales, España atesora dos oros, siete platas y tres bronces olímpicos. ¿Milagro?

No hay milagros, hay trabajo

Carolina Marín, campeona de Europa y del mundo de bádminton , exige desde sus 21 años y su gesta descomunal que se destierre la palabra «milagro»: «Es trabajo». Su deporte no llega siquiera a los 7.000 federados, pero a ella no se le pasó por la cabeza no enfrentarse -y derribar-, a la hegemonía asiática. Se entrena siete horas diarias y observa cientos de horas de vídeo para ser la mejor. Sin importarle que en España poca gente sepa quién es mientras en Indonesia tenga un club de fans y la paren por la calle para pedirle un autógrafo. Sin importarle que en España se juegue en los institutos y tenga que jugarse los títulos con potencias como China, con cuatrocientos millones de practicantes.

Saben que no juegan a fútbol, que serán portada en contadísimas ocasiones. Ninguno rechazaría un mayor apoyo mediático que se reflejara en una mejora de su situación financiera y de patrocinios. La emigración ha sido una de las lacras que los acompaña porque algunos de ellos no encuentran la infraestructura necesaria en casa. Es el caso de Javier Fernández. El madrileño tuvo que irse a Estados Unidos y a Canadá para pulir su técnica, las nueve pistas de patinaje sobre hielo de España debía compartirlas con el hockey, los días para el público o cursillos de iniciación. O David Cal, que disfruta en Brasil de mejor tiempo, un mejor acondicionamiento y de su entrenador de toda la vida, que no pudo rechazar una oferta inigualable para la federación española de piragüismo.

Conscientes y orgullosos

Todavía así, su motivación nace muy lejos de los titulares: «No lo hacemos por dinero ni por fama. En Hungría a lo mejor sería una súper estrella, pero estoy en España y sé que mi deporte no tiene la visibilidad de otros. Es por orgullo personal, por dar una alegría a la familia cuando vuelves a casa. Por dar otra a tu país cuando suena el himno. Por eso salgo a remar en invierno aunque las cejas se me llenen de escarcha», afirma Craviotto. «Ver la cara de mi padre en la villa olímpica en Londres, saludando a todos mis rivales, taekwondistas a los que él admira. Por eso», continúa González. «Por descubrir nuevos retos, por vivir nuevas aventuras», añade Kilian Jornet , atleta extremo inclasificable, con títulos imposibles e inimaginables en su mochila: «todo lo que hacemos nos parece una locura justificada para disfrutar de nuestra pasión. Como gastar lo mínimo en comida y nada más porque todo el dinero que conseguía se iba para equipamiento».

Incluso dejar los estudios, aunque sea su mayor arrepentimiento, por poder vivir de la moto, como Laia Sanz . «Y soy afortunada, me levanto cada día solo porque me gusta la vida que llevo». O salir del colegio y coger un avión a Australia y llegar a la competición, sin dormir, pocas horas antes de que empiece, como Gisela Pulido. Pero tienen muy bien definido su lugar: «A mí también me llaman los medios cuando gano algo. No es el mismo nivel que el fútbol, pero a la gente le gusta saber lo que hacemos», sentencia Pulido. Su Federación cuenta con 33.000 licencias, pero suma 19 medallas olímpicas . La que más de todas. También Javier Gómez Noya, cuatro veces campeón del mundo , o Mario Mola, subcampeón, dicen sentirse algo más arropados por la sociedad y los medios. Sus éxitos, en el que se incluye también una plata olímpica en Londres 2012 para el gallego, le han aportado patrocinios y ayudas para poder sufragarse las varias vueltas al mundo que da cada año en su camino hacia la gloria.

No hay milagros, no hay excusas, solo pasión por un deporte que lo es todo para ellos, los mejores embajadores de la marca España.

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