Feria de Fallas: bravo Luque en una corrida para la 'cremà'

Rácano trofeo para el torero de Gerena en un decepcionante encierro de Victorino

Matinal de rejones: regalo de orejas en el día del padre

Daniel Luque se mete entre los pitones del victorino MÍKEL PONCE

Un epítome de la nada fue la bravura. Porque ni rastro había, más allá de esa fantasía que atrapó a los tendidos al ver arrancarse por dos veces a un toro de largo. ¿Dónde quedó la casta de los victorinos? Un petardo se marcaron en ... las Fallas horas antes de la ‘cremà’. Como Umbral hubiese quemado los cuadros malos, los libros malos y los críticos malos, la afición habría mandado a la hoguera unos cuantos toros. Trinaban en sol y sombra por la desigual y decepcionante victorinada, aunque allí nadie apartara la mirada del ruedo. Que ya es mucho si se echa la vista atrás... Pero nunca saltó el paradigma de la casta. Ni siquiera un pariente lejano.

Para bravo, Daniel Luque. Andaba la gente mosqueada por el juego de la corrida cuando de repente salió Hebijón para recordar que la emoción nunca está perdida si se embarcan los de ‘Las Tiesas’. Qué bien lo corrió hacia atrás el de Gerena antes de que echase el palo el piquero y Curro Javier clavara un soberbio par. Cogido con alfileres estaba este cuarto y la guasa estalló: «¡Bájale la mano!». Luque se encorajinó y miró a la grada. Desafiante. Para desafiar luego al toro. Todas las bocas callaría mientras tejía la ruta de la seda. Con el compás abierto, ralentizaba la embestida y soportaba los parones hasta aguantar a la madre de las miradas, una mirada total en la que improvisó un colosal cambio de mano. Cuando cogió la izquierda, el victorino le quiso arrancar la hombrera. Igual dio: más asiento sembró en el torero, que logró que se tragara tres naturales plenos de autenticidad, engarzados a un molinete invertido. A más fue su talento.

El sevillano le echaba la tela al hocico, muy despatarrado ahora y cada vez más despacito, en ese tiempo de espera donde se agiganta el valor. ¿Acaso hay algo más valioso que coser a la bragueta un bicho con cuernos en hilos de eternidad? Porque a Hebijón cada vez le costaba más finalizar su viaje. Parado el de la A coronada. Y quieto el de la G de Gerena, que se encaraba con el que tenía que encararse: el toro. La pasión creció en el epílogo de zurdazos. Qué soberano volapié enterró a un oponente que murió con la boca cerrada. Así se mata a los toros. A la presidencia sólo le faltó que Hebijón llegara al desolladero para conceder una rácana oreja. «¡Burro, burro!», se enfadó el personal. Qué malos aficionados son algunos presidentes. No el del Gobierno, que también, sino esos palcos que sólo alcanzan la pañolada orgásmica con las figuras y pegan el gatillazo cuando torean los que no lo son tanto.

Luque refrendaría su encomiable tarde con el serio último, un tío cárdeno al que lució en dos puyazos en la distancia. Boca abajo se puso la plaza en ese espejismo en varas. Encampanado, el victorino retrató a todos los hombres de plata antes de quedarse a solas con el matador. Había brindado a su padre, en tensión por la contienda que allí se libraba. Era toro de apuesta, de tirar la moneda. Y así lo hizo, a carta cabal frente a un enemigo que radiografiaba cada costura de la piel, sin querer avanzar hacia delante. En los terrenos donde los pitones carbonizan remató su firme paso por Valencia. Porque ojo a cómo fue su prenda primera, que se revolvía mientras Eolo cargaba la suerte.

Feria de Fallas

  • Plaza de toros de Valencia. Domingo, 19 de marzo de 2023. Última corrida. Media entrada. Toros de Victorino Martín, desiguales, vacíos de bravura.
  • Paco Ureña, de grana y oro. Pichazo y estocada delantera caída (saludos). En el tercero, dos pinchazos, uno hondo y descabello (silencio). En el quinto, estocada (saludos).
  • Daniel Luque, de celeste y oro. Pinchazo y espadazo (silencio). En el cuarto, gran estocada (oreja). En el sexto, estocada corta y dos descabellos (ovación de despedida).

No escatimó nada Paco Ureña con un deslucido lote, con polémica incluida por una voz que decía que el quinto no era suyo. Curiosamente, el mejor fue el protestado primero, con tanta clase y fijeza como blando fuelle. Aprovechó el de Lorca sus bondades en una obra de lentitudes mientras se plantaba en la arena de la verdad, esa arena donde algunos hubiesen prendido una hoguera con los desbravados... Que los ha habido de distintos hierros.

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