Ceret de toros es diferent
Omnipresente en Ceret queda la fusión entre el culto al toro y a la idiosincrasia catalana. Lo dice de forma inequívoca y con orgullo la señal de tráfico al viajero que llega a la ciudad: Ceret de toros
Grave cogida de Espada en una tarde de seria altura de Jiménez
François Zumbiehl
Ceret
Omnipresente en Ceret queda la fusión entre el culto al toro y a la idiosincrasia catalana. Lo dice de forma inequívoca y con orgullo la señal de tráfico al viajero que llega a la ciudad: Ceret de toros. Lo dice la banda de la ... plaza tocando antes del paseíllo Els Segadors, himno solemne escuchado por el público puesto en pie, descubierto, y ovacionado al final. Lo canta y lo baila, entre el quinto y el sexto toro, La Santa Espina, otro himno de amor a la tierra catalana, grave al principio, pero que termina con el toque de palmas y el ritmo alegre de la sardana, en la que entra todo el tendido, rematando con una ovación de triunfo, la misma que brindará a la salida primorosa de un toro con trapío, a la soberbia actuación de un picador, y a los pocos pases que un torero ha llegado a enlazar, venciendo las dificultades del astado. Por si quedara dudas ahí están los areneros enteramente vestidos a la catalana, y ahí está, colocado en lo alto de la plaza de toros, la pancarta con el letrero gigante, Catalans ¡Aficionados! Sobre este lema y sobre el antitaurinismo político al otro lado de la frontera se explica el presidente de la Asociación de Aficionados Ceretanos (ADAC), François Garrigue: «En Ceret la tradición de los juegos taurinos remonta a la Edad Media. Cuando estas tierras catalanas pasaron a pertenecer al reino de Francia en el siglo XVII, por el Tratado de los Pirineos, la afición taurina ha seguido en activo aquí, fuera de España. A lo mejor nuestros vecinos catalanes del sur han hecho fusionar la ideología animalista, de moda, con sus ambiciones políticas, con el riesgo, para conseguir una nación, de cuestionar toda una civilización».
De hecho, en Ceret la afición ha tomado el mando para organizar su feria. Esta toma del gobierno taurino, con mucha determinación y un poco de locura, se inicia en 1988, hace más de treinta años. Un grupo de aficionados de la localidad, comerciantes, médicos, empresarios, notarios, decide sacudir la burocracia de los despachos, independizarse de los criterios habituales para montar los carteles y diseñar su propia línea editorial. Nace la ADAC con sus 32 miembros que invierten cada uno en esta época, sobre sus recursos personales, 10.000 francos (unos 1.600 euros) para constituir el fondo necesario. Se prohíben pedir la menor subvención a cualquier entidad pública, incluida la municipalidad. Sólo recurren a ciertos espónsores privados y a los beneficios del bar, de la boutique de la plaza, y por supuesto de las entradas. Esto sigue así hasta ahora. Sus criterios para montar la feria son muy claros: prima el toro que tenga un trapío comprobado y ponga de relieve una auténtica lidia. Los encastes minoritarios tienen la preferencia. Recurren a la colaboración de un profesional español – en ese caso Juan Carlos Carreño – para contactar a las ganaderías escogidas y, seguidamente, a los toreros que acepten lidiarlas. Sin embargo, es la ADAC que firma todos los contratos y asume los riesgos económicos para una plaza de 4.000 entradas, de las cuales 1500 son de abono, plaza que la ADAC alquila al ayuntamiento.
Cualquier aficionado visitante que acuda a Ceret se percata enseguida de una obviedad: la suerte suprema aquí es la suerte de varas. Este primer tercio puede durar hasta diez minutos sin impacientar a nadie. El picador, cuyo nombre está mencionado en el mismo cartel que anuncia en el ruedo la salida de un toro determinado, se presenta solo y se coloca en el sitio de la contraquerencia marcado por una sola raya de pocos metros. El torero pone en suerte al astado y se retira pegándose a las tablas con el conjunto de sus compañeros, para no distraer. Las condiciones son las de una tienta. Entonces se impone un impresionante silencio, el mismo que va a reinar cuando el diestro se perfila para entrar a matar, y el mismo que cunde antes de la salida de cada astado. El público espera que la suerte se cumpla con por lo menos tres entradas del toro al caballo, y queda decepcionado si no es así. Este año en dos o tres ocasiones, una de ellas en la novillada matinal, hubo hasta cuatro varas. Claro está, se procura poner al toro cada vez a más distancia del caballo, para que se arranque de largo, lo ideal, saludado por una ovación magistral, que hemos podido alcanzar en esta feria en dos ocasiones, siendo que se arranque desde la puerta de toriles. También importa a los aficionados, muy prestos a reaccionar, que el picador coloque la puya en el sitio correcto, no barrene, y cumpla la tarea con la brevedad adecuada. Puede ser que esta exigencia con la que se realiza este primer tercio y se emplea el toro comprometa la duración de la faena de muleta. «Pero es que nosotros – puntualiza el presidente de la ADAC – queremos que el animal tenga la oportunidad de expresarse con estas embestidas repetidas al caballo. Ahí se manifiesta de verdad su bravura». La Asociación otorga al final de cada festejo un único premio; es para reconocer la buena actuación de un picador. En la primera tarde lo obtuvo Alberto Sandoval de la cuadrilla de Javier Cortés.
Ceret de toros es una fiesta, pero por el trapío y el juego de los toros, imponentes además en relación con el tamaño del ruedo, la atención y la tensión se viven en un grado máximo. Aquí nadie se aburre. Este año, desgraciadamente, hubo que lamentar dos cogidas de cierta gravedad, la de Rafaelillo por un toro de Peñajara, y la de Álvaro de la Calle entrando a matar al primer toro de Escolar, al que había toreado con decoro y valentía a pesar de que el animal tenía una cabeza muy suelta y se volvía en un palmo de terreno. En el aspecto positivo, resaltemos dos grandes momentos: una faena vibrante de Javier Cortés al último toro de Peñajara, bravo y humillando, al que toreó con pases largos y bien encadenados, cortando una oreja (¡una oreja en Ceret vale muchos kilos!) – por eso se le ofreció sustituir a Fernando Robleño en la corrida de Escolar -, y una faena de gran dimensión de Gómez del Pilar a un toro de Escolar, igual de importante, al que llevó muy toreado, alargando sus embestidas, cortando al final una oreja, escasa a todas luces, teniendo en cuenta la faena y la estocada, y efectuando a petición del respetable dos vueltas clamorosas.
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En Ceret, durante los tres días, como en muchas plazas francesas, se viven los toros mañana, tarde y noche, con festejos, actos culturales y tertulias al final de las corridas. En las calles se organizan encierros para los niños con figuras de toros montados en carretones, y con suelta de toros de Camarga. El jolgorio taurino es permanente y sin la menor reserva. Lo dicho, Ceret de toros, que tiene sus incondicionales venidos de todas partes de Francia y de España, hambrientos de una tauromaquia sin concesiones. Los catalanes que han pasado la frontera para llegar a esta feria renuevan , tal vez sin pensarlo, el exilio cultural de sus padres o abuelos, cuando estos acudían a Perpiñán, en otras épocas de censura, para ver películas prohibidas en su país.
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