Stefan Zweig y la apropiación sexual de la mujer
taller de reeducación literaria
La apropiación cultural se ha detectado en el mundo del cine, las series y la moda. En cambio, todavía son pocas las investigaciones al respecto en la literatura
Capítulo 5: 'El Rodrigo' de Montengón: ocho siglos de esclavitud por una mujer
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Iniciar sesiónGracias a Dios existe Estados Unidos. Sin ese país no tendríamos el lenguaje inclusivo, el #MeToo, el 'mansplaining' ni la apropiación cultural. Este último se ha detectado sobre todo en el mundo del cine, las series y la moda. En cambio, todavía son ... pocas las investigaciones al respecto en la literatura. Por eso, quiero alertar sobre una variante de este tipo de delito que todes deberíamos comenzar a señalar: el de la apropiación sexual. Es muy sencillo de reconocer, pues abunda: cualquier obra literaria escrita por un hombre y protagonizada por una mujer, ya incurriría en apropiación sexual. Hay una novelita que sirve de ejemplo: 'Veinticuatro horas en la vida de una mujer', de Stefan Zweig. Les hago el resumen.
A principios del siglo XX, en un suntuoso hotel de la Riviera francesa, una mujer casada abandona a su familia y se fuga con un joven, para escándalo de todos los huéspedes. Esta situación empuja a que una anciana le confiese al narrador su propio arrebato pasional cometido veinte años atrás y que guarda como un innoble secreto. Sucedió en el Casino de Montecarlo, donde la anciana, para entonces de 42 años, viuda y con los hijos ya grandes, se encaprichó en salvarle la vida a un jovencito que, al perder todo su dinero, iba a suicidarse.
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El gesto samaritano se complica y la mujer termina acostándose con el tierno ludópata. Por supuesto, al despertarse, la mujer se da cuenta de la locura que ha cometido y entonces es ella quien quiere morirse. Sin embargo, una revelación la redime: «Yo lo había salvado. Y ahora […] contemplaba maternalmente a aquel muchacho dormido, a quien de nuevo -¡con dolor, como a mis propios hijos!- había dado el ser. Y dentro de aquella habitación sucia y maloliente, en aquel hotel repugnante, grasiento y turbio, tuve la impresión […] de que me hallaba en el interior de un templo, bajo los efectos de una emoción beatífica y santa».
Hay que tener una habilidad demoníaca para, en un solo párrafo, hacer de una mujer una puta, una madre incestuosa y una santa. Y de una habitación de hotel, un templo. En las siguientes doce horas, la mujer continuará su camino de perfección haciéndole jurar al muchacho que dejará el juego. El muchacho asiente y se marcha. Y entonces, ella siente el desconsuelo de que el joven no le haya pedido, en cambio, fugarse con él. Lo que la hirió, según ella, fue «que me respetase, en fin, como a una santa aparecida en su camino… y no…, no viese en mí a la mujer».
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Evidentemente, con alguien así no habría sido posible la ley del 'Solo sí es sí'. También es evidente que para Stefan Zweig las palabras 'respeto' y 'mujer' son incompatibles. Según este razonamiento, hemos de suponer que, cuando el ludópata rompe su juramento y vuelve al casino para jugarse el dinero que ella le ha dado para que se marche, cuando se comporta como un patán desalmado, ahí sí estaría viendo, finalmente, a la mujer.
Para evitar nuevos actos de apropiación sexual como este deberíamos hacer con la literatura como con los baños: los hombres por un lado y las mujeres por el otro. Sin extralimitaciones ni 'tránsfugos'. Así lo digo. Y no me importa que me llamen 'terf'.
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