'El Rodrigo' de Montengón: ocho siglos de esclavitud por una mujer
Taller de reeducación literaria
Lo mucho que estoy disfrutando esta obra es síntoma, ¡ay de mí!, de mis incurables rémoras heteropatriarcales
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Iniciar sesiónCreo que en las entregas previas de este taller he dado muestras suficientes de mi rehabilitación como macho deconstruido. Pero este proceso de aprendizaje es interminable y hoy quiero someter a examen una obra cuyo título dejará claro a las lectoras que en este ... espacio no somos escaparate de nadie. Se trata de 'El Rodrigo', de Pedro de Montengón (1745-1824), reputado como el más importante novelista español del siglo XVIII. Fue publicada en 1793. Mi edición, de la editorial Cátedra, es de 2002.
Ignoro si ha habido otras reediciones desde entonces. En todo caso, con esta nota espero frenar cualquier intento de seguirle dando publicidad a un texto misógino e injustificable.
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Mi colombroño no es otro que el Rey Rodrigo, el último de los reyes visigodos, derrotado en la batalla de Guadalete, en 711, que dio lugar a la invasión de la Península Ibérica y a la bicoca de ocho siglos de dominio musulmán. Las razones de esa debacle no resultan del todo claras para la conciencia de hoy. Sin embargo, la cosa apunta a lo de siempre: conflictos de sucesión en el poder. En este caso, entre la familia del rey Witiza y la del sucesor Rodrigo. Las crónicas se dividen y responden a los intereses de cada bando pero ambos coinciden en algo fundamental: la culpable fue una mujer.
Al parecer, Rodrigo perdió la batalla por una traición dentro de su propio ejército, liderada por el Conde Julián que pactó con los musulmanes para vengar la violación sufrida por su hija. Entre los mozárabes rodriguistas, explica Guillermo Carnero en su estudio introductorio, el violador fue el Rey Witiza. Las fuentes fieles a Witiza, en cambio, dicen que el violador fue Rodrigo.
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En su romance épico, Pedro Montengón se acoge a esta última versión pero con importantes reparos. El Rey Rodrigo es un buen monarca que se ve llevado a la perdición por dos fuerzas externas: la venganza y el amor. La primera está encarnada en su vil consejero, Gruntando, quien orquesta la intriga de Rodrigo contra los hijos del fallecido Rey Witizka. El segundo está representado por el propio Cupido, quien con una de sus flechas hiere al rey y lo 'obliga' a enamorarse de Florinda, la hija del Conde Julián, que estaba prometida con Evanio, uno de los hijos del rey Witizka. Como ven, muy shakespeariano el asunto. Es decir, interesantísimo de leer, lo cual debe ponernos en alerta. Bien nos han enseñado las feministas mal llamadas radicales que todo placer masculino es hegemónico.
Vean unas líneas del comienzo, donde el poeta, creyéndose Homero, pide ayuda a la musa: «¡Concédeme, musa, el acceso al frondoso sagrario de Pindo para que pueda descubrir el motivo del fiero despecho de una ilustre doncella que, en airado desvarío, indujo a su padre a tomar una venganza tan injusta y cruel de su misma patria, moviendo contra ella la lanza del implacable moro! ¿Acaso la sangre toda de una nación bárbaramente degollada podía devolverle su perdida entereza?».
Lo de siempre: culpar a la víctima. Lo mucho que estoy disfrutando esta obra es síntoma, ¡ay de mí!, de mis incurables rémoras heteropatriarcales. Pienso terminarla únicamente para reclamarle con propiedad a los amigos de Cátedra semejante desatino editorial. No sería imprudente requisar los ejemplares que queden en bibliotecas y quemarlos.
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