Richard Malka, el abogado de 'Charlie Hebdo' que vive entre amenazas de muerte: «No hay democracia sin valentía»
Desde hace ocho años, vive entre severas medidas de seguridad. En 'El derecho a cagarse en Dios' recogió su alegato en el juicio contra los terroristas
Philippe Lançon describe su calvario tras el atentado de 'Charlie Hebdo': «El odio está de moda, pero no sirve de nada»
Madrid
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Iniciar sesiónHace ocho años que Richard Malka (París, 1968) no está solo. Que no tiene libertad. Allá a donde va lo acompañan tres guardaespaldas que son como tres desgracias, un recordatorio de que en una sola mañana de enero de 2015 dos hombres enmascarados asesinaron ... a casi todos sus amigos. Malka viste de negro de arriba abajo, casi como un luto, y ríe a cada poco, pero hay en su mueca un resto de amargura, de dolor: es la risa de los rotos, un acto de resistencia frente a aquellos que no tienen sentido del humor. «Tengo el deber de la alegría», dice ahora, evocando el atentado. El abogado de 'Charlie Hebdo', que empezó a trabajar en la revista en 1992, convirtió su alegato en el juicio contra los terroristas islámicos en 'El derecho a cagarse en Dios' (Libros del Zorzal), un ensayo provocador que es, también, un recordatorio: la palabra es de los valientes, y hay que lucharla. Hablamos con él en la residencia del embajador de Francia en Madrid, un palacio de sofás de terciopelo y techos altos donde no entra el ruido de la ciudad. Solo hay una condición en esta charla: que no se publique hasta que él haya salido de España. Y ya ha salido. Cosas de la seguridad.
—¿Vive con miedo?
—Mi vida ha cambiado mucho desde el atentado, fue un antes y un después. Tuve que renunciar a una parte de mi libertad para defender la libertad de otros. Fue un drama mundial, pero también una tragedia personal: perdí a la mayoría de mis amigos esa mañana. No tenía elección, esto es un deber. Es la única forma de estar en paz con mi propia historia.
—Estas medidas de seguridad, ¿no son un recuerdo del trauma?
—Es que el olvido no es una opción. Yo crecí con la gente de 'Charlie Hebdo' que fue asesinada. Participé de todos sus combates. Esta es mi historia, y está ensangrentada. Es mi destino. De ninguna manera se trata de olvidar. Pero para rendirles homenaje tengo que reír, porque esa era su vocación: hacer reír. Su misión era romper los tabúes de la sociedad con impertinencia e irreverencia. Eran todos formidablemente divertidos. Así que mi deber es doble: el deber del combate y el deber de la alegría.
—Después del atentado, una de sus primeras preocupaciones fue sacar la revista la semana siguiente. ¿Fue por eso?
—Los habían aniquilado, no me quedaba nada… Tuve que dejar a un lado mis emociones y conseguir que la revista, costase lo que costase, siguiera publicándose. Y de una sola cosa estoy seguro: es eso lo que habrían querido mis amigos. Porque si no la sacábamos quería decir que los terroristas habían ganado.
—Al atentado de 'Charlie Hebdo' de 2015 le han seguido otros muchos, atrocidades como la decapitación en 2020 de un profesor de instituto, Samuel Paty, por mostrar en clase una caricatura de Mahoma. Parece que no ha habido un progreso en este sentido. Que la libertad de expresión sigue amenazada.
—El atentado de Samuel Paty coincidió con el juicio por el atentado de 'Charlie Hebdo', y es cierto que hubo una toma de conciencia entonces. Hubo un movimiento de reacción, como de que aquello era demasiado. Porque Francia es uno de los países que resiste más contra los ataques a la libertad de expresión, quizá es el síndrome de la pequeña aldea gala [sonríe]. Pero lo cierto es que la libertad de expresión está amenazada en todo el mundo. No podemos decir que haya evolucionado en el buen sentido en los últimos tiempos. Los ataques vienen del islamismo, pero también de una ideología anglosajona según la cual habría que respetar todo, nunca ofender a nadie. Y con esa excusa quieren reescribir libros, retirar obras de museos, impedir que alguien se exprese con libertad en la universidad. Hay que luchar contra eso.
—¿Es una lucha inevitable?
—La vida en comunidad implica que a veces haya fricciones entre unos y otros. Y eso es lo que nos enriquece. Porque si no la alternativa es vivir con gente que piensa igual que tú. Yo defiendo el no respetar las ideas, las creencias. Respeto a todas las personas, pero no respeto de ninguna manera y en ningún caso aquello en lo que creen. Tenemos derecho a criticar el comunismo, el capitalismo, el islam, el judaísmo, el cristianismo.
—El islam ataca la libertad de expresión por conservadurismo, pero esa ideología anglosajona lo hace en nombre del progreso. Son dos extremos que se tocan de forma extraña.
—Hace unas semanas tuve un juicio muy interesante en Francia. Unas asociaciones de extrema derecha muy católicas pedían que se retirara un cuadro de un museo porque lo juzgaban pornográfico. Y en la audiencia, estas asociaciones estaban acompañadas por asociaciones a favor de la cultura de la cancelación. Ahí estaba, ante mis narices, la alianza entre los dos extremos, que pedían exactamente lo mismo… Si aceptamos que el criterio es rechazar todo lo que choca a alguien, entonces no queda nada. La forma de escapar al totalitarismo tanto de extrema derecha como de extrema izquierda es aceptar la libertad de expresión. Una libertad de expresión que a veces puede molestarnos, pero que impide que nos encerremos herméticamente en nuestras convicciones. Es la única forma de aportar matices y complejidad al debate.
—¿Cree que el avance del populismo y el extremismo en el mundo ha ido de la mano de un retroceso en la libertad de expresión?
—Sí, sin duda. Ahí tenemos el ejemplo de Rusia. Es un país donde no hay libertad de expresión, y ya ni siquiera hace falta manipular las elecciones: Putin sale elegido sin hacer trampas. Porque hay una máquina de propaganda que no admite contradictores. Él hace lo que quiere, incluso la guerra. Y como no hay libertad de expresión, el pueblo acepta la guerra… La libertad de expresión es la madre de todas las libertades. Si desaparece la libertad de expresión, desaparecen todas las demás. Es una verdad absoluta. Siempre se verifica sistemáticamente. Así que podemos imaginar la evolución que les espera a los países que no la respetan, incluso a los europeos. La libertad de expresión siempre ha tenido enemigos, la gran novedad histórica es que este enemigo ya no es el Estado, sino el pueblo.
—¿Cómo hemos llegado a este punto?
—[Sonríe y suspira] Es una gran pregunta. Yo creo que hay varios factores que nos han empujado a esto. El primero es el miedo. Los atentados dan miedo, los fanáticos dan miedo. Mucha gente está dispuesta a renunciar a parte de su libertad de expresión a cambio de estar en paz. Pero este es un cálculo que siempre sale mal. Porque cuanto más se renuncia a la libertad, más renuncias nos piden. Y así se debilitan las democracias. La democracia no consiste en bajar las armas frente a los enemigos de la democracia. No hay democracia sin valentía. Hay que estar preparados para combatir, para defender la libertad de expresión [deja un silencio, para que crezca la frase]. Y por cierto, las redes sociales también tienen un rol importante en este proceso de destrucción de la libertad de expresión. Es paradójico, ¿no?
—¿Y es algo buscado por las empresas tecnológicas o un daño colateral?
—No creo que sea algo premeditado. Pero cuando uno piensa algo y cree que va a ser polémico, y que va a sufrir un linchamiento en redes, entonces no lo expresa. La situación de los jóvenes hoy me preocupa mucho, porque tienen miedo.
—Estos jóvenes, ¿son menos libres que sus padres?
—Oh, claro. Al menos en Francia. Yo viví un paréntesis maravilloso que fue desde los principios de los años ochenta hasta el fin de la primera década del 2000. Fue un momento de libertad de expresión como la humanidad nunca había conocido antes. Casi fue demasiado. Y hay un movimiento del mismo pueblo para volver a una situación anterior, con más certidumbre. Porque la libertad no es cómoda.
—Ha repetido en varias ocasiones que, cuando 'Charlie Hebdo' hacía sátiras sobre el catolicismo, la izquierda lo celebraba como un acto heroico casi. Pero esa misma izquierda acusó a la revista de islamofobia por hacer lo mismo con el islam.
—Así fue, sí [ríe]. Es que es todo un reto obligarse a admitir la libertad de expresión en trescientos sesenta grados. Cuando eso ocurrió fuimos los primeros sorprendidos, porque estábamos haciendo lo mismo. Aún no nos habíamos dado cuenta de que el mundo había cambiado.
—Tras el ataque a Salman Rushdie, que recibió doce puñaladas de manos de un integrista islámico por publicar 'Los versos satánicos', el comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria de Irán, el general Hosein Salamí, dijo: «Aconsejo a los directores de la revista 'Charlie Hebdo' que miren lo que le pasó a Salman Rushdie».
—El ataque a Rushdie me afectó muchísimo. Yo estaba en Nueva York ese día, escribiendo el alegato sobre el islam para el juicio de apelación por los atentados de 'Charlie Hebdo'. Después de eso la revista se volvió a ilustrar con un concurso de caricaturas sobre Irán que, por supuesto, nos valieron nuevas amenazas de muerte y nuevos problemas de seguridad. Es el mismo combate. Por cierto, Salman Rushdie, que militó y milita contra los fanáticos musulmanes, firmó un manifiesto junto a otros intelectuales contra la cultura de la cancelación de la extrema izquierda.
—Hubo un momento en el que Salman Rushdie decidió volver a la vida pública aun estando amenazado de muerte. Mucha gente lo criticó, porque decían que estaba poniendo en riesgo a otros. ¿Nos falta valor en Occidente para defender la libertad de expresión?
—[Suspira] Nosotros nos hemos enfrentado a esas mismas acusaciones. Nos decían que éramos responsables de algunos ataques, que estábamos poniendo aceite sobre fuego. Es la historia del cocodrilo de Churchill. Acusas a los que se enfrentan a él porque son el espejo de tu cobardía. Y tú lo alimentas con tus renuncias, esperando ser el último en ser atacado. Pero el cocodrilo, si se lo sigue alimentando, sigue engordando. Y terminas de todas maneras por ser devorado. No sirve para nada renunciar. La mejor manera de evitar la guerra de mañana es no ceder en nada.
—¿Hasta qué punto el fundamentalismo islámico tiene que ver con los guetos que existen en Francia y en tantos otros países?
—Puede tener que ver. Pero la relación directa es la que hay entre el fundamentalismo y la teología del islam en sí misma, por encima de cualquier cuestión social y económica. El hecho de que esa religión no tenga un líder plantea un problema, y es el problema de la instrumentalización de esta religión por la política. Más allá de eso, es cierto que hay una relación entre la concentración de una población inmigrante y desfavorecida en algunos lugares y su falta de integración. Esto plantea preguntas muy difíciles, sobre todo tratándose de la inmigración y los recursos que una sociedad tiene que invertir para que esos nuevos inmigrantes sean buenos franceses o buenos españoles.
—¿Cómo se respeta a todas las personas sin respetar sus creencias?
—¿Cómo voy a respetar que la mujer fue creada a partir de una costilla de Adán o que hay setenta vírgenes que esperan a los kamikazes? ¿Cómo voy a respetar la idea de que Moisés abrió el mar en dos partes, de que hay que tirar a los homosexuales desde el piso más alto de un edificio? Porque todo eso está en la religión. ¿En nombre de qué van a obligarme a respetar eso? Si crees en la existencia de los fantasmas, te voy a respetar a ti, pero no tu creencia. Además, cuanto más se respeta las creencias, menos se respeta a los seres humanos. Por eso en Francia una niña de dieciséis años recibe amenazas de muerte por supuestamente blasfemar. Ese es el respeto a las creencias. Durante siglos se quemó gente en nombre del respeto a las creencias. Los blasfemos, en cambio, nunca mataron a nadie.
—¿Defiende una libertad de expresión sin límites o con excepciones?
—La libertad de expresión tiene límites, claro. Sería irresponsable lo contrario. No hay libertad que no tenga límites, no hay derecho que no tenga límite. Pero el límite tiene que ser útil, necesario, indispensable. No tienes derecho a incitar al odio hacia una persona por su sexualidad o su religión. No tienes derecho a difamar, a atentar contra la vida privada. Esto es legítimo para proteger a las personas. Pero nunca es legítimo proteger ideas o creencias. Ahí no hay ninguna utilidad. Debe haber el menor número de límites posibles.
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