Papel de Fumar
Salman Rushdie no es una víctima
No hay muchos más ejemplos en el mundo de un carácter así: un hombre amenazado que se juega la vida viviendo, en una rebelión ante la que solo cabe admiración
Lea la crítica de la nueva novela de Salman Rushdie
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Iniciar sesiónDoce puñaladas y seis meses después, Salman Rushdie ha vuelto a hablar. Ha perdido la visión de un ojo (el derecho) y aún le cuesta teclear por la falta de sensibilidad en los dedos. Tiene pesadillas, pero no sobre el ataque de Hadi Matar ... que casi le costó la vida en agosto. No. Simplemente son pesadillas aterradoras. Miedos abstractos, y por lo tanto enormes. «Parece que van disminuyendo. Me encuentro bien. Puedo levantarme y caminar. Cuando digo que estoy bien, quiero decir que hay partes de mi cuerpo que necesitan revisiones constantes. Fue un ataque colosal», le contó a David Remnick, que ha publicado un perfil antológico en el 'New Yorker' en el que repasa su biografía y la persecución que sufre desde que el ayatolá Jomeini lanzó una fetua contra él en 1989.
Rushdie se muestra en la fotografía de la entrevista con unas gafas de pirata y una cicatriz en la mejilla. La del cuello solo se intuye, pero pinta mal. Y aun así luce una casi sonrisa que parece un desafío, como diciendo: sigo aquí, aún respiro, voy a volver a reír, voy a volver a escribir. En un momento de la charla, recuerda cuando se mudó a Nueva York en el año 2000 y decidió ir por ahí ya sin escolta, en libertad, entregado al noble oficio de vivir. «La gente tenía miedo a estar cerca de mí. Y pensé: la única forma de evitarlo es comportarme como si no tuviera miedo. Tengo que demostrarles que no hay nada que temer». Una noche, mientras cenaba en un restaurante de East Hampton, el pintor Eric Fischl se acercó a su mesa y le espetó: «¿No deberíamos todos tener miedo y abandonar el restaurante?». No fue el único que se lo echó en cara. Incluso se publicaron artículos criticando su excesiva presencia en la noche neoyorkina. En fin: Occidente es la libertad, pero solo a veces. Solo cuando no mancha.
Papel de Fumar
Marie Kondo se rinde al desorden: la vida se abre camino (otra vez)
Bruno Pardo PortoNo hay muchos más ejemplos en el mundo de un carácter así: un hombre amenazado de muerte que se niega a recluirse, que se juega la vida viviendo, en una rebelión ante la que solo cabe admiración, incluso envidia. Hay más valor ahí que en muchas guerras. Y si no hagan memoria, piensen en la pandemia, en lo fácil que es renunciar al placer por el temor, en cómo nos agrietamos cuando no sentimos el sol en la cara, cuando nos quitan lo superfluo, cuando perdemos la levedad. Ocurre algo similar en el tercer capítulo de 'The Last of Us'. La humanidad está amenazada por un virus, y ha quedado recluida en la incomodidad de las zonas protegidas. En esas, cuatro personas logran sentarse a comer en un jardín (un acto ilegal, por supuesto) y son felices por un rato. Es una escena hermosa en la que late eso mismo a lo que Rushdie se niega a renunciar. «Siempre he intentado por todos los medios no adoptar el papel de víctima», asevera ahora. Pero él no es una víctima. Es un héroe. Nuestro héroe.
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