'Turandot': el Puccini eterno de Núria Espert
El Liceo recupera el montaje con dirección escénica de la actriz catalana que sirvió para estrenar la sala en 1999 tras el incendio de 1994
'Turandot' es otra cosa
La soprano catalana Marta Matheu, como Liù en el Liceo
A punto de cumplirse un cuarto de siglo de su estreno, el Gran Teatro del Liceo recupera estas semanas la producción de 'Turandot' con dirección escénica de Núria Espert que sirvió para estrenar la sala en 1999, una vez reformada tras el incendio de ... 1994. Se trata de un montaje espectacular, perfecto para los amantes de la ópera más exigentes y también para el público que se inicia en este género. Se agradece que, de vez en cuando, alguna producción no esté ambientada en alguna de las grandes guerras del siglo XX, sino en la época y lugar que establece el libreto; y que cuando los cantantes dicen que aparecen farolillos blancos y rojos aparezcan, simplemente, farolillos blancos y rojos.
Ópera
'Turandot'
- Música: G. Puccini.
- Intérpretes: E. Pankratova, M. Fabiano, V. Santoni, M. Mathéu, M. Mimica. Orq y coro del Liceo. A. de la Parra, directora.
- Fecha: 26 de noviembre y 2 de diciembre.
- Lugar Gran Teatro del Liceo, Barcelona.
La propuesta de Espert, acertadamente revisada y puesta al día por su nieta Bárbara Lluch en colaboración con Anna Ponces, sigue conservando la magia y el encanto. La creadora huyó de la tendencia que entonces ya se palpaba en las escenografías y que ha acabado siendo la tónica habitual: no quiso darle al público unas directrices mascadas, sino que se limitó a dejar que la obra de Puccini transmitiera su mensaje a una audiencia que se supone lo suficientemente crítica y madura para descodificarlo y resonar con él. Por eso, esta 'Turandot' no caduca: es tan eterna como la misma partitura y es el público de diferentes épocas el que construye el significado, sin necesidad de prédicas metidas con calzador entre pentagrama y pentagrama.
En lo musical, la noche del estreno resultó tan desconcertante que hizo recomendable una segunda escucha antes de juzgar seriamente la función. La Turandot de Elena Pankratova tiene la potencia vocal necesaria para defender sin problemas el rol, y el Calaf de Michael Fabiano es efectivo, aunque no se le acabó de ver cómodo en varios momentos. En cambio, la Liù de Vannina Santoni dejó bastante más que desear. Si al leer el breve currículum de la soprano ya se podían tener dudas de su idoneidad para este papel y para presentarlo en una noche tan importante para el Liceo, al escucharla todas las dudas se disiparon. Hasta tres agudos quebrados dieron buena cuenta de que, en efecto, quizás fue mucha osadía programarla en esa función. Unos días más tarde, Marta Mathéu encarnaba el mismo personaje sin problemas, con una proyección homogénea en todos los registros, con una delicada musicalidad y el buen gusto al que nos tiene acostumbrados.
Por su parte, Marko Mimica prestó su voz a un Timur diferente a los habituales, enfocado no como un anciano desvalido sino como el mandatario depuesto y todavía doliente que es: algo más seco, más severo, más adusto. Una visión sin duda interesante de este personaje. El bajo David Lagares exhibió un bello timbre y vistió de solemnidad al mandarín que abre la obra, y los tres ministros Ping, Pang y Pong estuvieron soberbiamente encarnados por Manel Esteve, Moisés Marín y Antoni Lliteres. Son tres personajes que funcionan como uno solo, y la química entre ellos condujo a algunos de los momentos más redondos de la representación.
Mención aparte merece la presencia del mítico Siegfried Jerusalem (con 83 años cumplidos) como emperador Altoum. Lo que pretende ser un homenaje acaba causando desconcierto. Los que conocemos su trayectoria, porque sabemos hasta qué punto su intervención está alejada del nivel de calidad que alcanzó en sus mejores años. La parte del público que no sabe quién es, en cambio, se sorprende de escuchar una voz en evidente sobreesfuerzo para cantar desde el fondo del escenario y a una altura de cinco metros. Deberíamos repensar nuestras maneras de homenajear y de mostrar cariño hacia las grandes figuras: hay amores que matan.
A nivel musical, conviene hablar detenidamente de la dirección de Alondra de la Parra y del coro del Liceo. En la noche del estreno, De la Parra tuvo problemas para mantener una cierta coordinación entre el coro y la orquesta, especialmente en las partes en que los cantantes y los instrumentistas están físicamente ubicados tras el escenario. Tampoco pareció entenderse del todo con algunos de los solistas, e incluso se le desdibujaron algunas entradas clave dentro de la propia orquesta. Nervios de la primera función, quizás. Estos desajustes quedaron resueltos unos días más tarde, pero para entonces afloraron otros problemas derivados de la comprensión global del impulso dramático de la partitura. Tempos excesivamente lentos y efectos algo forzados (a veces exceso de decibelios, a veces demasiado empeño por marcar algunos ritmos) acabaron poniendo palos a las ruedas a una partitura en la que basta con seguir las indicaciones del compositor (como si esto fuera fácil), sin más adornos, para que avance y emocione. Viniendo de un 'Trittico' como el que dirigió la temporada pasada Susanna Mälkki, quedó claro que a Alondra de la Parra, a pesar de su envidiable proyección mediática, le queda mucho camino por hacer.
Por lo que respecta al coro del Liceo, es necesario abordar de una vez por todas las mejoras pendientes. Su actual director, Pablo Assante, tomó las riendas de la formación en un momento delicado, en el que los máximos responsables del teatro mostraron su compromiso de solucionar algunas deficiencias que se venían arrastrando desde mucho antes. Pasado un plazo prudencial, quizás es hora que empecemos a señalar que estos problemas no han sido solucionados, y que esto se nota especialmente en producciones como 'Turandot', en las que el coro es prácticamente un personaje más de la trama. El Liceo no puede permitirse tener un coro profesional con una calidad que no está a la altura del resto de músicos que se encuentran en el escenario y en el foso de la orquesta. Hay que poner remedio cuanto antes, porque el retraso acumulado se empieza a contar no por años, sino por lustros.
A pesar de todas estas pegas que no dejan de ser detalles importantes, pero detalles al fin y al cabo, esta 'Turandot' es un espectáculo brillante, que emociona y que nos permite disfrutar de la música de Puccini, que se sobrepone a todos los inconvenientes que pueda encontrar en su camino. La majestuosa producción de Espert logra hacer vibrar al público con un buen resultado global.
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