Lionel Shriver, la escritora que denuncia la muerte de la inteligencia: «Me parece increíble que no me hayan cancelado»
La autora de 'Tenemos que hablar de Kevin' publica 'Manía', una sátira no muy descabellada sobre un mundo en el que se instaura la Paridad Mental, una ideología que proclama la igualdad intelectual
Lea aquí la crítica del libro
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEs 2011 y la inteligencia no existe. Todo empezó con un 'paper' que la élite intelectual de Estados Unidos se tomó primero en broma y luego muy en serio, como sucede tantas veces. Se titulaba 'La calumnia del cociente intelectual: por qué la discriminación de « ... los tontos» es la última gran batalla por los derechos civiles'. A partir de ahí se despliega un efecto mariposa tonta: Osama bin Laden se escapa porque los militares que lo buscaban eran hombres promocionados por 'diferentes'; Obama pierde las elecciones por ser demasiado elocuente; el ajedrez se prohíbe; Benedict Cumberbatch se va al paro por su participación en 'Sherlock'; los requisitos para ser cirujano se relajan y se disparan las muertes en quirófano. En ese mundo ya nadie dice estúpido, dicen 'la palabra que empieza por e'. El movimiento por la paridad mental es imparable.
Lionel Shriver (Gastonia, Carolina del Norte, 1957), autora de 'Tenemos que hablar de Kevin', cree que no estamos demasiado lejos de ese delirio paritario. Pero por ahora eso solo existe en 'Manía' (Anagrama), su nueva novela.
—¿Cuándo empezó a pensar en esta distopía?
—Tiene que ver con las 'manías sociales' de la última década: el transgenerismo, el MeToo, el Black Lives Matter… Todo esto que apareció de pronto, de la nada, y de repente era lo único de lo que la gente pensaba y hablaba. Y lo que disparó el libro fue la pandemia. En muchos países, de la noche a la mañana, se decidió que era perfectamente normal encerrarnos en casa y suspender los derechos civiles porque circulaba por ahí una enfermedad de baja mortalidad.
—Eso no se discutió en el momento.
—Yo pensé que los confinamientos eran una estupidez, y lo pensé desde el primer momento.
—¿Corre peligro la inteligencia, entonces?
—Mi «movimiento por la paridad mental» es el destino de esa obsesión de la izquierda con la igualdad. Quieren que todos seamos iguales: están cada vez más obsesionados con la igualdad de resultados, no con la igualdad de oportunidades. Y eso es un gran cambio. Solo puedes conseguir igualdad de resultados por medios autoritarios e injustos. A la izquierda no le gusta el hecho de que no nazcamos iguales. Es incómodo. Pero la verdad es que nacemos con talentos, capacidades e inteligencias muy diferentes. En la novela lo que molesta es que algunas personas sean genios y otras sean idiotas, y que luego cosechen las consecuencias de eso. Así que me parecía muy lógico que surgiera un movimiento que dijera: somos todos iguales, todos tenemos el mismo nivel de inteligencia; cualquier diferencia en nuestro rendimiento podemos despacharla como un simple 'problema de procesamiento'. Es una solución lingüística a un problema flagrante. Es muy propio de la izquierda eso: creen que se pueden resolver todos los problemas cambiando las palabras. Es pensamiento mágico.
«El mundo literario me ha decepcionado, ha habido muy poca resistencia a la ortodoxia de izquierdas, al pensamiento woke»
—Hasta qué punto, ¿toda sátira acaba siendo una profecía?
—Bueno, depende de la profecía [y sonríe]. Cualquier sátira, independientemente de cuándo se sitúe –y muchas están ambientadas en el futuro–, siempre habla del presente. Nuestra propensión como especie a la histeria colectiva no es exclusiva de ninguna nación ni de ninguna época concreta. Lo que hace que las manías sociales de los últimos veinte años sean más factibles, más rápidas y más globales es la posibilidad tecnológica, o sea, internet. Ahí esas ideas se difunden con una eficacia aterradora.
—En su novela, matan la inteligencia para no herir sensibilidades, que es uno de los mantras de nuestro tiempo. En este estado de las cosas, ¿la tarea del escritor o el intelectual no es precisamente la de ofender, la de agitar los debates?
—Sí [ríe], pero no se cumple. El mundo literario me ha decepcionado, ha habido muy poca resistencia a la ortodoxia de izquierdas, al pensamiento woke. Ha primado casi universalmente la conformidad. Y eso que es algo que va contra nuestros intereses: esta ideología no nos favorece. Va contra la imaginación, la creatividad, es autoritaria en su aplicación. Nos dice qué palabras podemos usar y cuáles no, cuáles son «incómodas». Por ejemplo: ya no quieren que digas que alguien «nació mujer», sino que «le asignaron sexo femenino al nacer». Es una frase larga, científicamente falsa y que te deja en ridículo. Todas estas prescripciones –y son muchas– son una intromisión en el trabajo y la libertad del escritor. Y me ha dejado atónita ver cuántos compañeros, incluso novelistas, se han plegado al programa. La reacción normal a alguien que te dice lo que puedes y no puedes escribir y lo que tienes que pensar es: que te den. Y me desconcierta que haya sido tan poco frecuente. Todavía recuerdo lo de la apropiación cultural.
«Si por algo se caracteriza nuestro tiempo es por la cobardía que existe en prácticamente todos los frentes»
—Pero hoy ese concepto parece muerto, ¿no?
—Sí, ¿pero cuánto tardó? Casi diez años. Y era una idea ridícula. Cuando lo critiqué muchísima gente se me echó encima: que si yo era terrible, racista… En fin, los insultos habituales. Yo esperaba tener mucha compañía y no la tuve. Prácticamente ningún escritor de ficción me respaldó. Y ese concepto de apropiación cultural era venenoso para nosotros. Debería haberse despachado desde el principio como algo disparatado e ilógico. En cambio, la mayoría de mis colegas se apuntaron, como se han apuntado a todo lo demás. Y la conclusión lógica de aquel delirio era que al final los hombres no podrían escribir sobre mujeres y las mujeres no podrían escribir sobre hombres. ¿Qué tipo de ficción tendríamos entonces? Muy aburrida. Con mucha homosexualidad [se ríe a carcajadas].
—¿Falta valentía en el mundo literario?
—Creo que si por algo se caracteriza nuestro tiempo es por la cobardía que existe en prácticamente todos los frentes. Y uno esperaría que el mundo del arte fuera la excepción. Pero no. Se comportaron como todos los demás. Supongo que eso confirma lo que siempre hemos sabido: hay muy pocos artistas verdaderos en el mundo.
—En el libro, todos se pliegan a la paridad mental por miedo a la cancelación: están aterrados. Hoy ese miedo parece menor, ¿no?
—La industria de la cancelación ha tocado techo. Y ahora es más fácil decir cosas que antes. El tema trans es un buen ejemplo: antes, si decías una palabra en contra, tu carrera se había terminado. Creo que el «no abras la boca sobre el tema trans» fue más extremo que sobre cualquier otro asunto. La cuestión racial durante Black Lives Matter tuvo un grado parecido de supersensibilidad. Pero ahora sí puedes decir lo que quieras. Yo lo hago todo el tiempo. Y escribo columnas en 'The Spectator' que antes jamás habrían publicado. Algo se ha roto y es un gran alivio. Me parece increíble haber sobrevivido a esta era sin que me hayan cancelado.
«Lo woke ha sido expulsado del poder ejecutivo federal en Estados Unidos, pero sigue dominando las universidades, el sector artístico, los museos, las fundaciones...»
—¿Lo woke ha muerto o no?
—Creo que ahí nos estamos precipitando. Lo woke se ha expulsado en buena parte del poder ejecutivo federal en Estados Unidos. Pero esa forma de pensar sigue dominando las universidades, el sector artístico, los museos, las fundaciones, incluso las grandes empresas. Y, desde luego, también domina la mayoría de los grandes medios, con un par de excepciones importantes como 'Fox News'. No es algo que puedas cambiar en un año, que es lo que lleva Trump en su segundo mandato. Y siempre existe la posibilidad de que la administración Trump implosione, fracase de forma espectacular en algún ámbito políticamente sensible y que esto no sea más que una pausa temporal. Que los demócratas regresen a la Casa Blanca y la ideología siga intacta. Al fin y al cabo, no veo a muchos demócratas desmarcándose del pensamiento woke. Me temo que la 'revolución Trump' podría ser temporal e incluso volverse en contra.
—Entonces, ¿no se ha producido un gran giro cultural a la derecha?
—Creo que sí: la izquierda ya no tiene el mismo control sobre el discurso público que tenía; la gente tiene menos miedo. Ese es un cambio cultural real. Durante los últimos diez años, sobre todo en los países anglófonos, el ambiente ha sido… maoísta. Y no creo que sea una exageración. Había este sentimiento de que más te valía mantener la boca cerrada o estabas acabado. A lo mejor no te iban a mandar a un gulag, pero podían arruinarte, y cualquiera que estuviera mínimamente atento ha tenido que llevar el 'filtro interior' puesto a máxima potencia. Todos tenemos ese filtro, y varía mucho según la persona. Yo también lo tengo. Siempre hago un pequeño parón antes de decir algo. Pienso: ¿es esto realmente lo que quiero decir?, ¿es esta la mejor manera de decirlo?, ¿debería decirlo?, ¿decir esto me va a meter en problemas? Esa parte del cerebro tomó el control, especialmente en los campos intelectuales y mediáticos. En parte seguimos ahí.
«Si acusas a tu raza de ser supremacista blanca, entonces tú quedas exento: no se aplica a ti. Por eso triunfa ese discurso»
—¿Por qué triunfó lo woke?
—Es curioso: todo el fenómeno woke, que sale de las universidades, parece de primeras un movimiento de autoodio contra Occidente. Yo no creo que lo sea. Tiene que ver con el estatus. Si acusas a tu raza de ser supremacista blanca, entonces tú quedas exento: no se aplica a ti, porque tú eres quien señala con el dedo. Los estadounidenses que detestan Estados Unidos, que dicen que tiene una cultura racista y una historia terrible, que es una fuente de nada más que vergüenza, no se sienten avergonzados de sí mismos: se han autoexcluido del grupo. Ya no son estadounidenses. Quiero decir: si tú dices que América es terrible, tú no eres terrible, porque tú eres el que sabe que es terrible. Eso te convierte en virtuoso y te coloca en un plano superior, porque esas son las perspectivas privilegiadas. Es una forma de presumir. Es postureo. Y lo que ocurre en esos círculos progresistas es que las posiciones se vuelven cada vez más extremas porque compiten entre sí. Las opiniones extremas compiten con otras opiniones extremas, y la mejor manera de ganar es ir todavía más lejos. Todo esto va de escalar posiciones sociales. No es autoodio: es exactamente lo contrario, es vanidad, sensación de superioridad y desprecio por el resto del país. Es una tontería monumental. Ninguno de esos virtuosos se siente culpable de ser estadounidense o blanco. No sienten que hayan hecho nada malo: creen que han sido otros los que han hecho algo malo. Eso no es culpa. La culpa real es horrible. Y no se exhibe. Cuando te sientes culpable de verdad lo que quieres es meterte en un agujero y morirte.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete